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Era Pat

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Era Pat. Me sentí tonto por olvidarme de él.

 Era el chico raro del colegio. A ese muchacho le habían inventado más rumores que a cualquier celebridad de cine. No tenía amigos, siempre caminaba por los pasillos con esos cables en los oídos y la mirada en sus zapatos.

 Pocas veces dirigía los ojos a la cara de una persona, prefería rehusarte la mirada, estaba seguro que conocía cada detalle de sus zapatillas deportivas. Era tímido, algo retraído, se la pasaba dibujando en clases, reprobaba cada materia, incluso arte, y comía los almuerzos solo o en el baño. Era un perdedor con todas las letras ganadas.

 Pero no podía comprender por qué me había visitado y comprado flores, no recordaba haber hablado ni una vez con él. Sólo recordaba que mis amigos se reían mucho de todos los rumores inventados. Kevin, sobre todo, la imagen de mi amigo con la espalda ensamblada a una pared, fumando un porro y riendo mientras divulgaba lo que había oído, vino de repente.

Decían que era satanista, que salía con su hermana o que era hijo de incesto, que era un necrófilo cuya cama era una caja de cartón, que había salido de la cárcel, que estaba poseído por un demonio y la lista era larguísima.

Me acerqué y le apoyé una mano en el hombro.

—¡Eh, Pat, espabila! —Chasqueé mis dedos frente a sus ojos.

Parecía ido como si el miedo lo hubiera petrificado.

—¿C-clay? —susurró.

—Vivito y coleando —le contesté esbozando una sonrisa—. Bueno más o menos.

—¿QUÉ PASÓ? —gritó una voz cerca nuestro.

Era Eddie que venía corriendo con el tazón de desayuno contra el pecho y la sangre.

—¿Quién es ese? —preguntó al llegar. Eddie tragó grandes bocanadas de aire y jadeó, lo cual era pura actuación porque...

Regla número diez: Cuando estás muerto no es necesario respirar, así como no es necesario que estés todo el tiempo cagando, tampoco resultaba útil parpadear. Simplemente no tenía caso hacer ninguna de las dos cosas. A veces se me olvidaba parpadear pero lo hacía a conciencia y esfuerzo para aparentar naturalidad.

—Puedo verte —susurró casi inaudiblemente—. Pero estás muerto.

—Si mi aguada melena blanca no te contesta eso entonces nada lo hará —dije enrollándome cabello en un dedo y escurriéndolo—. ¿Eso es normal en ti? ¿Ver gente muerta? Recuerdo que eso decían de ti... ah no espera, decían que habías asesinado a toda tu familia y que habías bebido su sangre.

Eddie abrió los ojos con admiración.

—Vaya ¿Por casualidad eres pariente de mi novia?

—Yo no hice eso —respondió Pat regresando en sí y observando con rapidez a Eddie y luego a mí como si no supiera a quién temer más.

Trasladó el peso de su cuerpo de un pie a otro, parecía que se sentía aterrado.

—Ah, se me escapó entonces —Lo solté y agité la mano—. Olvida que lo dije.

Pat observó a su alrededor como si temiera que lo encontraran hablando conmigo un gesto que, probablemente, yo le hubiera hecho a él cuando estaba vivo.

—¡Ja, karma! —anunció Eddie como si me leyera el pensamiento.

Pat parpadeó aturdido con el ojo que no estaba sumergido en su cortina de cabello azabache y sedoso. Me pareció un poco lento de reacciones, pero quién era yo para juzgar. Él sacudió la cabeza, humedeció los labios y arrojó las flores a mis pies.

—Tengo... tengo que irme. No puedo.

—No pareces asombrado —advertí.

Si en vida yo hubiera visto a mi antiguo compañero de cole muerto, tal vez me hubiera puesto a gritar como una hiena. Por lo tanto, supuse que ese evento le había sucedido muchas veces antes, sólo que no esperaba encontrarme en mi puesto. Tal vez creía que yo estaría en mi casa o cerca de mis amigos. Eso me animó porque significaba que no sabía nada de las personas albinas del cementerio, mi manual podría ayudarlo. Un primer lector.

—Adiós, Clay.

—Anda, quédate ¿Por qué viniste? ¿Éramos amigos? —dije siguiéndolo—. Estoy seguro de que no me habría olvidado de una cara tan carismática.

Eddie agitó una mano y nos saludó sin agallas de avanzar más lejos.

Pat levantó sus ojos fieros y depresivos hacia mí, sin dejar de caminar. Me pregunté si él moriría al sonreír, cuando estaba vivo nunca lo había visto mover los labios de esa manera; tal vez su cerebro entrara en colapso cuando lo intentara.

Él metió las manos en sus bolsillos y apretó el paso. Tenía la nariz roja del frío.

—Anda, quédate quieto, sólo quiero hablar —insistí.

—Shhh. No me hables —susurró observando con costumbre sus zapatos.

Recordé que Alicia lo llamaba emo, no sabía lo que significaba, pero algo me decía que se relacionaba con la ausencia de colores en su atuendo.

No tenía ganas de que se fuera, quise detenerlo con las manos, pero no medí mi fuerza y lo empujé al suelo. Pat cayó de espaldas y colocó sus manos para no romperse el culo. Me observó asombrado, aterrado y ofendido.

—Me empujaste —susurró.

—¿Lo hice? —pregunté con incertidumbre.

—Claro que sí idiota, estoy en el suelo —espetó levantándose, sacudiéndose las manos y quitándose tierra de los pantalones.

Mierda, no quería que eso pasara, no podía sucederme a mí, todo eso significaba que tendría que modificar la regla número siete; pensé que tal vez debía ponerla bajo prueba moviendo más cosas y rompiendo otro conjunto de arbustos. Pat notó que me había distraído y echó a correr como una gallina.

Quise seguirlo, pero nunca me había trasladado tan lejos, sentí que el corazón se me iba a la garganta. Experimenté el habitual terror que me agobiaba y atosigaba cada vez que me alejaba de mi cuerpo.

—¡Bien, es mejor que corras! ¡Al cabo que ni quería tu compañía! —aullé con todas mis fuerzas.

Pateé con frustración un ángel de cemento hasta que una anciana me pidió que me calmara.

Sí, que quería su compañía y tenía muchas preguntas que hacerle.

Traté de relajarme y confiar en que también me olvidaría de ese momento embarazoso y desdichado. Lo sacaría de mi cabeza, así como me había olvidado el nombre de los pájaros de metal que volaban en el cielo, del segundo idioma que sabía y de cómo se llamaba mi entrenador de natación. Tarde o temprano lo olvidaría.

Pero ya no sabía qué era temprano o tarde.  

Los colores del chico invisibleWhere stories live. Discover now