Ensayo sobre los tipos de papel

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—En tu bolsillo, dices —repitió por quinta vez Miyamoto sin despegar los ojos de la nota. El papel se había secado y no quedaban restos de agua, pero sí que se podía vislumbrar claramente el paso del líquido por la hoja, que la había dejado con una textura curiosa.

—Sí, Miyamoto, en mi maldito bolsillo —contestó Tori completamente exasperada. El hecho en cuestión la había convertido en una maraña de nervios y por primera vez en su vida se sentía estúpida. Claramente alguien se había burlado de ella.

Eran casi las diez de la noche. Había pasado toda la tarde esperando a que el papel se secara para poder manipularlo sin miedo a destrozarlo. Si algo tenía claro era que no iba a ignorar el suceso. Desconocía quién estaba detrás, pero sabía que no iba a dejar que se fuera sin un escarmiento, fuera una broma o no, Victoria no era de las personas que toleraran ese tipo de comportamiento. Además, se habían llevado las llaves de su casa, por lo que la seguridad no era un punto a escatimar y esa noche no pensaba dormir. Al día siguiente se encargaría de cambiar la cerradura.

Pasó las manos por encima del papel, siempre utilizando los guantes para procurar no destrozar las pruebas que le quedaban. El papel era extrañamente poroso y había absorbido con mucha rapidez las gotas de lluvia, dejando un rastro singular que Tori jamás había visto en ningún otro tipo de hoja. Además, la tinta, que había jurado que al principio era negra, había empezado a desaparecer delante de sus ojos en cuanto el agua comenzó a secarse. Fuera quien fuera el responsable sabía lo que estaba haciendo.

—Llama a tu padre —le dijo a Miyamoto que ya había vuelto a su sitio habitual en el escritorio, con la cara delante del monitor—. Necesito contarle esto.

El chico asintió y marcó el número en su teléfono fijo, pasando seguidamente la llamada al dispositivo que había en la mesa de Tori, donde la chica lo cogió y esperó.

El padre de Miyamoto era el comisario jefe de la prefectura de la zona donde Victoria solía trabajar. Había sido su jefe durante unos meses hasta que la chica se dio cuenta que trabajar en equipo no era lo suyo. Ser policía le traía mas quebraderos de cabeza que recompensas morales, así que se recluyó en su casa de alquiler, construyó su despacho y de vez en cuando ayudaba al cuerpo con algunas investigaciones ya que, pese a ejercer de forma independiente, seguía manteniendo la placa y sus funciones.

—Eastwood —contestó su voz al otro lado del teléfono. De fondo se oía el monótono ruido de la comisaría de policía.

—Comisario Miyamoto —saludó ella mientras tomaba con su mano libre su libreta y un bolígrafo—. ¿Le molesto? Tengo un par de cosas que comentarle.

—Cuéntame —dijo, al tiempo que la chica oía como éste se sentaba.

Tori empezó por el principio, sin saltarse ningún detalle importante. Mientras tanto, apuntaba a su vez los hechos en la libreta. Le contó como alguien -probablemente mientras esperaba en el paso de peatones- le había metido el bollo y la carta en el bolsillo, sustrayendo en su lugar las llaves de su casa. Le dijo qué ponía la nota, que la tinta había desaparecido, que no se trataba de un ladrón, porque la cartera con el dinero no se la había llevado.

—Sabe quién soy, por dónde me muevo, lo que me gusta... —dijo en voz alta, a modo de reflexión propia, aunque el comisario Miyamoto asintió al otro lado del teléfono.

—Bastante inquietante, Eastwood —meditó en voz baja, dándole vueltas a toda la información recibida—. Sabes que sin más detalles apenas podemos hacer nada. Haré que las patrullas por la zona pongan especial atención estos días. Investiga la nota, qué puedes averiguar. Mañana llámame de nuevo si descubres algo, o antes si ocurre algo extraño.

—Eso haré —resolvió Tori, asintiendo mientras terminaba de escribir en la libreta—. Muchas gracias, tenga una buena guardia —se despidió, y sin esperar respuesta, colgó.

Era hora de ponerse manos a la obra.

Tori se levantó y quitó de encima de la mesa con rapidez todo el papeleo que había dejado allí para poder hacerle hueco a la tímida nota bajo el papel del flexo.

—Tengo un ensayo que habla sobre los distintos tipos de papel —le dijo a Miyamoto a su espalda—, búscalo por favor... No puedo saber si hay huellas porque la lluvia lo dejó hecho una mierda pero dudo mucho que este papel se pueda conseguir en cualquier librería.

—Entonces vas a buscar el tipo de papel en concreto —apuntó él, mientras rebuscaba en las estanterías y encontraba en un archivador los documentos que Tori le había pedido—. ¿Por qué demonios alguien escribiría un ensayo sobre los tipos de papel? —se rió mientras se lo entregaba.

—¿Qué hay de malo en escribir sobre esto? Lo hice después del caso del tipo que incendió la casa con un porro por culpa del papel de liar...

—Oh claro, tonto de mí por no suponerlo —dijo con una sonrisa y fue directo a la máquina para preparar el café. Sabía perfectamente que la noche iba a ser larga.

Tori pasó espesos minutos con el papel bajo la mirada de su microscopio. Las características eran claras. Era extremadamente fino y tenía una capacidad de absorción que casi parecía sobrenatural. Trató de dañar una de las esquina con las manos, otra con un cúter y la siguiente la había quemado ligeramente. Concluyó que además de todo lo anterior descrito, era bastante, bastante resistente. El ambiente había comenzado a cargarse del amargo olor a café y eso ayudó a Tori a mantener la concentración pese a que el cansancio comenzaba a apoderarse de ella.

—Es papel japonés antiguo —susurró al ver que las características coincidían con las que ella había descrito en su ensayo—. Tenemos suerte, es curiosamente raro de conseguir... Busca los sitios donde se vende. Cerca, a ser posible, pero presta atención también a los sitios lejanos pero especialmente turísticos.

Miyamoto dejó el café de lado y pasó rápidamente a teclear en su ordenador, encontrando en pocos minutos y de manera muy eficiente una galería de antigüedades donde un coleccionista vendía objetos a pocos minutos en transporte del centro de la ciudad. La cara de Tori se iluminó en una sonrisa genuina y suspiró, relajándose por primera vez en horas.

De repente, justo cuando por fin había decidido dejar de lado el tema y tomarse el café, un pensamiento fugaz cruzó su psique.

—La dependienta de la cafetería dijo que había vendido el último bollo a un chico minutos antes de que yo llegara. Tenemos una testigo... Y las cámaras de seguridad.

El Ladrón del Lirio BlancoWhere stories live. Discover now