Capítulo 23.

150 14 9
                                    

Haymitch

Me costaba expresar lo mucho que deseaba tenerla cerca.

Miles de emociones me estaban recorriendo por completo al saber que regresará al lugar que nos mantuvo sin saber del otro durante dos años. Quizá no era miedo lo que sentía, más bien desconfianza hacia cierto hombre.

Sus palabras no me provocaban duda hasta que miraba el anillo que yacía en la mesa de noche. Ella seguía siendo su esposa, y él podría utilizar cualquier método para hacerla cambiar de opinión respecto a mi e intentar nublar su juicio.

No sabía con certeza cómo Jared podría reaccionar. No quería dejarla ir sola.

Considerar la opción de convencerla para volver al Doce conmigo aún era demasiado rápido. No quiero interferir en sus decisiones, y el pensar que prometió buscarme cuando todo estuviera arreglado me recordaba que ella era Effie Trinket.

Una mujer a la que nadie podía persuadir.

—Lo mejor será que regreses...—sugirió—, a menos que prefieras oír a Johanna hacer un gran espectáculo de esto.

Sin darla una respuesta la sujete contra la pared, bloqueando todo tipo de huida. Su risa fue lo único que trajo una sonrisa a mis labios, era genuina y así me gustaba.

—No quiero irme—susurré—, tenemos tiempo. Podemos aprovecharlo bien a menos que no quieras.

—Por supuesto que quiero—se apresuró a responder—, pero no dejaré que vuelvas a llenarme de sudor. No después de haber tomado un agradable baño.

—Esta vez podríamos repetirlo juntos.

—Tentador, pero sigue siendo un rotundo no—sonrió, acariciando mi rostro—. Necesito arreglar mi maleta, ordenar todo el desorden que provocamos y tomar un tren, al cual no pienso subir hecha un...

Esa última frase fue interrumpida por su propio grito. La había puesto sobre mi hombro sin escuchar sus protestas mientras me dirigía al lado donde estaba la cama, frente a ella solo había cortinas en vez de puerta, lo cual me facilito el poder llevarla hasta la playa.

—Hablas demasiado.

Effie solo traía puesto su ropa interior.

Sabía que me arriesgaba a la mirada de cualquier hombre sobre ella, pero la verdad es que a estas horas solo éramos nosotros dos y me sentía aliviado por ello.

—¡Ya tuviste tu diversión! —volvió a gritar—, ¡bájame ya!

—Tranquila, lo haré en unos segundos.

—¡Esta no es la ropa adecuada para nadar, Haymitch!

—¿Y quién hablo de nadar?

Fue la velocidad que use para dejarla sobre la arena lo que le impidió decir una sola palabra antes de que mis labios estuvieran sobre los suyos.

Por instinto sus manos estaban posicionadas mi pecho, pero no tardaron en rodear mi cuello, atrayéndome con fuerza.

De pronto descendieron hasta llegar a los botones de mi camisa, y sin esperarlo hizo que estos se desprendieran de su lugar, gracias a la fuerza que uso para rasgarla.

Paciencia para despojarme de mi ropa era lo que menos tenía. Nuestros ojos reflejaban la lujuria que se volvió hacer presente, en especial cuando con cierto atrevimiento sus manos se adentraron en mi pantalón.

No me resistí a gemir contra su boca, y noté su sonrisa de satisfacción al verme hacerlo.

—Me haces hacer cosas que jamás pensé hacer.

Mi Peor ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora