5. MAGIA DIVINA | OSCAR (III)

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—Entonces, me emborrache, me drogué y consumí a tal punto de no recordar absolutamente nada

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—Entonces, me emborrache, me drogué y consumí a tal punto de no recordar absolutamente nada.

—Exacto.

—Ni siquiera sé en qué momento me puse el pijama y me metí en mi cama. O cómo es que pude meter la llave en la cerradura si se supone que iba puesta como una cuba.

—Aquí la gente duerme sin seguro en las puertas.

—Y hacen muy mal.

Lo corroboré anoche. En ese viejo bar hay muchos más delincuentes de los que cualquier habitante normal de este pueblo podría imaginar. O saben pero prefieren ignorar, lo cual sería aún peor.

—Apenas recuerdo que me pagaste un trago—le sigo retrucando a Oscar mientras corta las malezas de la siembra de maíz de papá—, o lo hizo tu amigo... ¿Rex?

—No tengo ningún amigo con el ridículo nombre de un dinosaurio.

—Alguien me pagó un trago pero no bebí. Apenas recuerdo que fui contigo, te reíste de mí, me aparté de ustedes y creíste que me iría pero no fue así, ¿verdad? Me aparté y me encontré con...con...

Cierro los ojos y sacudo la cabeza.

No puede ser.

El recuerdo me invade y algo se retuerce en mi interior.

—El loco... Era una... Una bestia...

Oscar se lleva un dedo a la sien y da un silbido tratándome como si la loca fuese yo.

—Lo digo en serio, idiota. El tipo ese mató a la chica. Se-se-la... Devoró.

En cuanto lo digo, me percibo a mí misma como si fuese un fenómeno o alguien raro en absoluto.

Oscar me mira con los ojos grandes y luego suelta una risita con evidente matiz de burla.

—¿Te ríes de mí?—le pregunto.

—La verdad, sí.

—Le diré a mi padre que te quite el trabajo. Eres un imbécil y un borracho que se gasta el dinero en lugares de mierda con gente que ni siquiera parece ser normal y que hacen daño a chicas indefensas.

Él suelta una carcajada y deja de entretenerse con los trozos de hierba podrida. Se endereza y me mira. Su piel bronceada brilla con las gotas de sudor que se deslizan por su cuerpo entero. Lleva la musculosa blanca muy pegada al cuerpo y empiezo a preguntarme si será la misma de ayer o si toda su aburrida ropa es idéntica.

—¿Tú te escuchas cuando hablas?—me pregunta—. ¿Le dirías eso a tu padre? ¿Y te piensas que te creería?

—Te quedarías sin trabajo, me crea o no.

—¿Porque tú se lo pides?

—Por supuesto.

—Eres una nena malcriada. Fue un error haberte mezclado con personas adultas.

BESTIAS | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora