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 Marinette

 Sentía como la conciencia iba saliendo de mi cuerpo poco a poco. 

 Quería gritar. Quería salir corriendo de ahí. Quería apartar a este hombre de mí, golpearlo y escapar de sus garras. Pero no podía, mi cuerpo estaba completamente paralizado, preso de aquellos afilados ojos verdes que me penetraban con su fúnebre mirada. 

 Estaba temblando, lo sabía. Veía como mi cabeza retrocedía varios años en el tiempo, situándose en un punto exacto de mi vida, se detuvo justamente en el primer día de verano, en una misma hora, en el momento exacto, cuando yo tan solo era una niña, una cría que perdió su inocencia a manos de unos completos forajidos que no solo se llevaron parte de las posesiones de la casa, sino parte de mí.  

 No me había percatado si quiera, ni tampoco supe en que momento exacto mis ojos había comenzado a llorar. Tampoco tenía muy claro por qué lo hacía, si por el recuerdo que me atormenta todos estos años o por el hecho de que ese recuerdo vaya a volver a resurgir. 

  —No voy ha hacerte nada—susurró Chat Noir cerca de mi oído. 

 Dirigí mis ojos hacia los suyos y patidifusa lo observé separarse de mí. Él me miró con indiferencia y se levantó de la cama para salir completamente en silencio de la habitación. 

 Aún no poder asimilar la situación, me limpié las lágrimas con mis propias manos y me encogí para refugiarme del frío. Ahora, solamente tenía una manta para cubrir mi cuerpo, me había dejado aquí a mi suerte, aunque sinceramente prefería quedarme sola antes que ser carnada para Chat Noir. 

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 Cuando escuché sonar el demacrado picaporte de la puerta todo mi cuerpo se tensó al instante, retrocedí un poco hacia atrás aún sentada en la cama y miré expectante a la persona que estaba a punto de irrumpir en la habitación.   

 Cerré mis ojos con fuerza deseando que aquel intruso no fuese Chat Noir, si él regresaba a la habitación podría ser porque se había arrepentido de haberla dejado intacta. 

   —¿Hola?—preguntó una voz femenina—¿Puedo pasar? 

 Una joven de tez morena y cabellos castaños con perfectas ondulaciones asomó su cabeza. Pestañeé varias veces, meditando si aquella chica podría tratarse de otro horripilante ser que tan solo pudiera amargarme la existencia. 

   —C-Claro,—titubeé—no es necesario ni que me pidas permiso, aquí todo el mundo tiene más derechos que yo.  

 La joven miró hacia atrás y finalmente entró a la habitación cerrando la puerta tras de sí. 

   —No digas eso—refunfuñó por lo bajo, se acercó con disimulo hacia mí y se sentó en la cama—todos deberíamos tener los mismos derechos. 

 Asentí levemente con la cabeza, sin mirarla a los ojos y cubriéndome con la manta que me había entregado Chat Noir, a pesar de demostrar ser una persona diferente, no podía evitar sentir desconfianza, pues a pesar de todo ella también formaba parte de aquella extraña secta de malechores. 

  —Cierto, lo primero de todo—abrió una pequeña bolsa de esparto y rebusco en ella—Chat Noir me pidió que te trajera algo de ropa. 

Dejó sobre la cama un vestido verde agua, muy elegante, más bien sencillo, algo arrugado y sobre no tenían  nada que ver a los que yo uso. 

  —Se que no es gran cosa, pero es de lo mejor que tengo—aseguró. 

  —Tranquila—esbocé una pequeña sonrisa y acaricié la tela del vestido con una de mis manos—esta muy bien. 

©Ladrona de Corazones |SCR1| {Miraculous Ladybug}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora