33. Miedo a Olvidarte

Comenzar desde el principio
                                    

—¿Qué? ¿Por qué? —Pasé mi mirada de una a la otra, en busca de algo que me brindara más sentido y comprensión, después me detuve en Sara en cuanto algo en ella captó mi completa atención— ¿Siempre has tenido el cabello así?

Se sorprendió aún más.

—Claro que sí, desde quinto grado, ¿recuerdas? —respondió ella—. Deberías ir a la enfermería a que te revisen, creo que te golpeaste muy fuerte.

La detallé por un momento de pies a cabeza, analizando su aspecto. ¿Qué me estaba pasando? Sara había decidido teñirse el cabello de rojo brillante como acto de rebeldía contra sus padres desde hacía un buen tiempo; y el año pasado, tras la ruptura con uno de sus novios, decidió cortarlo hasta el cuello en señal de independencia femenina o algo así. Era normal, como siempre.

—Sí, lo recuerdo. Es solo que estoy un poco aturdida, es todo.

—Bien, pues démonos prisa en llegar a la fila, me muero de hambre y con todo el alboroto que causaste se está acabando lo bueno —apuró Mel.

Sara y yo asentimos y nos apresuramos a llegar a la fila, junto a nuestra amiga. La gente nos observaba con fijeza, y podría hacer una lista de las razones por las cuales lo hacían. Mi mente seguía bizarra y poco clara, pero recordaba de soslayo la cantidad de cosas que le hicimos a los directivos de la preparatoria, eso sin contar nuestra fama social que nos precedía. Algo cotidiano, normal, pero que antes no había notado.

Caminaba tras Mel y Sara, quienes avanzaban por la cafetería sin descuidar su animada conversación sobre algo que parecía gracioso debido a sus risas. En cambio yo me sentía diferente, lejana al presente, fuera de lugar y casi perdida.

Había cosas que no las tenía claras, eventos y personas que seguía sin recordar, pero lo más inquietante era ese vacío en mi corazón, uno que dolía y me provocaba tristeza. Una punzada, tan concisa que era imposible no notarla, crecía dentro de mí, como una aguja queriendo perforar mi cuerpo.

Ya en la mesa, y con nuestros respectivos almuerzos, las chicas empezaron a hablar sobre temas irrelevantes hasta que un chico de melena rubia se acercó a nosotras

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ya en la mesa, y con nuestros respectivos almuerzos, las chicas empezaron a hablar sobre temas irrelevantes hasta que un chico de melena rubia se acercó a nosotras. Además del cabello, el chico poseía unos hermosos ojos grises que no se apartaron de mí en ningún momento mientras tomaba asiento a mi lado.

Sonrió, una linda y radiante sonrisa que desbordaba ternura y enmarcaba su fino rostro. Sabía que lo conocía de alguna parte, pero no estaba segura de dónde.

—Ian —saludó Mel con exasperación—. ¿Dónde demonios te habías metido? ¡Tu novia se desmayó en plena cafetería y tú ni te enteras!

Mel dio un golpe a la mesa con indignación, enfatizando su acusación.

¿Novia? Ahí lo recordé. Llevaba casi seis meses con él, era Ian, la persona que me había acompañado cuando estaba sola, que me daba ánimo cuando creía que todo iba a terminar, y que siempre se preocupaba por mí... Pero, ¿hablaba de él? Una pequeña parte de mí por un momento creyó que me refería a otra persona, a alguien de mirada más severa, pero la imagen no era clara.

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora