9.- Interludio: Parte 1

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Para Viktor Nikiforov, Yuuri Katsuki fue, durante mucho tiempo, un completo enigma.

Estaba acostumbrado a saber qué cartas jugar con el fin de obtener un poco de comida extra de acuerdo a la persona con quien trataba: el encargado de la tienda de comestibles podía darle una porción extra de grano a cambio de prometer visitarlo primero al repartir las presas. Por el contrario, con la cocinera de uno de los restaurantes del distrito los halagos funcionaban mejor para hacerse acreedor a algunas de las sobras. Con otros, lucir hambriento y avergonzado era lo ideal (y no le resultaba muy difícil), y en este último grupo estaban los panaderos.

Hiroko y Toshiya Katsuki eran personas amables y compasivas. Sobre todo solía negociar con éste último, quien acostumbraba comprarle las ardillas que cazaba y además del pago correspondiente, arrojaba una pieza de pan adicional. Con Hiroko trataba en el mostrador. La mujer era sumamente bondadosa y con frecuencia lo perdonaba si no completaba el precio del pan.

-Ya me lo pagarás en otra ocasión-le decía, comprensiva.

Fue por eso que, aquel día en que estaba desesperado por llevar alimento a casa, deseó con todas sus fuerzas que Hiroko Katsuki atendiera el mostrador. De ninguna manera el dinero iba a alcanzarle, pero si estaba ella, quizás se lo dejara pasar y hasta le permitiera llevar del pan recién horneado para animar a su madre. Sin embargo, no fue a Hiroko a quien encontró sino a su hijo.

Pese a haberlo visto alguna que otra vez en la panadería, no recordaba su nombre. Coincidieron en la escuela, obviamente, aunque el menor de los Katsuki iba en un curso por debajo del suyo, por lo que nunca se relacionaron. Hasta esa ocasión.

En efecto, por más cuentas que sacó, el dinero no fue suficiente. Peor todavía, el olor a pan que inundaba el lugar no hacía sino recordarle que tenía dos días sin probar bocado. Sus trampas no funcionaban y no tuvo éxito al intentar rastrear animales en el bosque, por lo que regresó de sus expediciones con las manos vacías. Resignado, tomó los dos pequeños panes duros de rigor y se dirigió al mostrador. Ya estaba por salir cuando...

-¡Um!

Se giró al escuchar que lo llamaban, sorprendiéndose por el nerviosismo que el otro jovencito mostraba. Al cabo de unos cuantos balbuceos, Viktor entendió lo que quería decirle.

-¿Te gustaría una galleta?

Arqueó una ceja, desconfiando de la pregunta demasiado oportuna.

-Pero ya no tengo dinero...-repuso apenado, dejando la puerta abierta al favor que seguiría a continuación. Quizás fuera a cobrársela a cambio de alguna ardilla, o basándose en lo que solían pedir otros chicos y chicas de su edad, haría que lo acompañara a la escuela o algún evento, o a dar una vuelta por la plaza o...

-E-es una muestra gratis-consiguió pronunciar y el rubor en sus mejillas aumentó dos tonos.

Reprimió las ganas de reír por la excusa tan mala. Aguarda, casi seguro que agregará algo más y lo contempla en silencio: cabello obscuro, expresivos ojos cafés ocultos tras un par de gafas, rostro redondeado y mejillas rojas... sin duda se trataba de alguien que nunca había pasado hambre.

"Bueno, una galleta no significa nada" pensó, animándose a aceptar su generoso ofrecimiento.

-Muchas gracias-le dijo, dedicándole una de sus perfectas sonrisas de negocios.

El otro le correspondió de manera tímida, viendo primero al suelo y luego a él, asombrando a Viktor por la inocencia reflejada en su sonrisa genuina, tan distinta de la que él le mostró y que le produjo un intenso cosquilleo en el estómago. ¿Por qué ese chico lucía tan feliz? Tendría que ser al revés, era Viktor quien se ganó un poco de comida sin nada a cambio, y sin embargo...

What could have been and never wasWhere stories live. Discover now