1.- Primeros intentos

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La primera impresión que Yuuri Katsuki tuvo que Viktor Nikiforov, fue igual a la del resto de las personas del Distrito, y sin embargo, bien diferente.

Existían rumores respecto a él: que se adentraba al bosque aún si iba en contra de las reglas y que siendo tan joven era un cazador, yendo todavía más en contra de la autoridad. Yuuri lo recordaba vagamente de la escuela, en un curso superior al suyo. Nunca se atrevió a hablarle, ya demasiada gente lo hacía, más cuando se lo encontró un cierto día en la panadería, no pudo resistirse.

Permaneció con la vista clavada en él todo el rato, atento a sus movimientos, por lo que le fue fácil darse cuenta de la manera tan anhelante en que contemplaba el pan recién salido del horno, colocado cuidadosamente en los estantes. Lo vio llevarse una mano para revisar en sus bolsillos y después dejar escapar un suspiro de resignación, optando por tomar dos barras pequeñas de pan duro. Se enterneció ante su expresión derrotada, especialmente cuando Viktor se acercó al mostrador y la recompuso en una sonrisa que lo hizo sonrojar, pero el daño ya estaba hecho. Por toda su habilidad, coraje, destreza y carisma, Viktor era igual al resto de habitantes en el Distrito 12, él también tenía hambre.

-¡Um!-balbuceó torpemente, antes de razonar bien lo que quería decirle. Viktor, ya en la puerta, se giró para contemplarlo, curioso, y Yuuri sintió la boca seca. Tragó grueso-Te... te... ¿te gustaría una galleta?

Viktor arqueó una ceja en señal de duda, desconfiando y Yuuri se arrepintió al instante, considerando seriamente el salir corriendo y dejar las cosas como estaban.

-Pero ya no tengo dinero...-repuso apenado, y Yuuri jamás se esperó que Viktor Nikiforov pudiera avergonzarse por algo así.

-E-es una muestra gratis-consiguió pronunciar, consciente del rubor en sus mejillas que lo traicionaba.

Ambos permanecieron en silencio y no fue sino hasta que Viktor tomó una de las galletas, que Yuuri recordó como respirar.

-Muchas gracias-le dijo a manera de despedida con una sonrisa que a Yuuri le latiera el corazón más aprisa, y que intentó corresponderle con poco éxito.

Por supuesto, Mari lo reprendió por estar regalando comida. Menos mal que su madre fue más comprensiva.

-Ese pobre chico...-expresó con tristeza, mirando a la puerta-Su padre murió en el accidente de la mina. Es tan sólo un año mayor que Yuuri y ya tiene que hacerse cargo de su familia.

Se permitió unos minutos para pensar en lo injusto que era aquello y en que era la causa por la cual lo molestaban en la escuela. A sus doce años, su nombre únicamente entró una vez en el sorteo de la cosecha, en tanto que otros de su misma edad no tenían tanta suerte. Un chico de su clase, por ejemplo, ya tenía seis. El ser hijo de comerciantes, los dueños de la panadería, le confería el privilegio que no tener que solicitar teselas ni pasar hambre y a muchos les encantaba echárselo en cara como si se tratara de un crimen. Para ellos, el sólo verlo, sobre todo con sus kilos de más, era un recordatorio constante de que no tenía que arriesgarse en la cosecha, que probablemente nunca participaría en los Juegos del Hambre y que en general, su vida era mejor que la de ellos y no dudaban en hacérselo pagar a base de apodos hirientes y golpes que mermaban su confianza.

"Viktor probablemente piensa lo mismo..."

Pero por todo el acoso, podía rescatar algo bueno. Yuuri amaba a los animales y con frecuencia, tomaba las sobras para alimentarlos. Su madre le advertía que fuera prudente, puesto que mucha gente lo interpretaría como que malgastaba la comida con tantos humanos muriéndose de hambre en el Distrito. Él estuvo de acuerdo, no queriendo darle a sus perseguidores otro motivo para torturarlo. Sin embargo, ellos encontraron una manera aún más cruel de atormentarlo.

What could have been and never wasWhere stories live. Discover now