Capítulo 3

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Melania despertó con un silencio embriagador rodeándola. No recordaba cuando había regresado a su habitación, pero ahora estaba allí. Se sentó en su cama y miró a su alrededor, recuerdos de su pequeña charla con Pan volvieron a su cabeza. Observó sus manos mientras soltaba un suspiro.

Era curioso, sus roles se habían intercambiado, ahora era Pan quien creía en milagros y Melania la que se negaba a la existencia de ellos. Quería volver a tener esa esperanza, quería confiar en las palabras de Pan, quería creer que podía salvarse. Pero la realidad es que no podía.

Se levantó y comenzó a desvestirse. Una vez que se había quitado el camisón blanco con el cual solía dormir en las noches, cerró sus ojos y alzó la vista no queriendo ver su cuerpo. Tomó unos pantalones cafés y una blusa negra y comenzó a vestirse. Divisó su antiguo vestido marrón que antes solía usar y esbozó una nostálgica sonrisa. Aquel vestido llegaba a sus rodillas, pero ahora con las espantosas cicatrices moradas imprimidas en su piel, no podía usarlo, no podía enseñarle a nadie que estaba muriendo.

Salió de su cabaña y como todos los días, los niños perdidos se encontraban haciendo sus labores. Antonio, de los más pequeños del campamento, al ver a Melania corrió hasta abrazarla, la chica no dudó en corresponderle su cariñoso gesto. Cerró los ojos y bloqueó sus pensamientos, olvidándose de lo que le estaba sucediendo, quería disfrutar de momentos como ese, momentos que en un futuro ya no tendría.

Rompió el abrazo y se abrazó a sí misma cuando una ventisca fría pasó por el lugar. Elevó la mirada, estaba nublado, y en los pocos espacios entre las nubes un fondo gris claro se asomaba. Melania sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver el triste cielo, se parecía a aquella pesadilla.

Negó con la cabeza, era de día, no dejaría que la pesadilla también le consumiera sus días, le era más que suficiente con las noches.

Caminó al centro del campamento. Pero se detuvo confundida al ver un rostro nuevo. Era un niño de unos once años, cabellos castaños oscuros, cortos y un tanto despeinados. Su rostro redondo, resaltado por sus cachetes levemente rojizos y  sus ojos castaños. Traía prendas diferentes a lo que ella conocía, o recordaba de su antigua vida. Un saco azul, con una bufanda roja y blanca, pantalones azules y una camisa con cuadros rojos.

Melania miró a su alrededor buscando a Pan, quería saber qué hacía aquel niño en el campamento. Sin embargo, el líder de los niños perdidos no se veía por ningún lado. Sin más opción se encaminó al visitante con tranquilidad.

-Ya les dije que no quiero comer-murmuró el niño cuando Melania se sentó a su lado. La chica sonrió.

-Sinceramente yo tampoco tengo apetito-dijo la chica con voz serena.

El niño elevó su cabeza sorprendido por escuchar la dulce voz de la chica. Y Melania pudo ver detrás de la sorpresa, tristeza en sus ojos cuando se miraron.

-E-eres una-a niña-soltó sin poder creerlo. Melania rio.

-Lo soy.

-¿Pero cómo? En Nunca Jamás solo hay niños.

-Antes era así, pero aquí estoy yo-dijo Melania observando sus manos.

-¿Eres Wendy?-preguntó el chico encajando varias piezas en su mente. Melania frunció el ceño.

-¿Wendy? No-negó volviendo a encararlo-. ¿La conoces?

-No, pero ella aparece en el cuento de Nunca Jamás, es la primera niña perdida...pero si tú no eres Wendy, entonces eres la princesa tigresa.

Melania se encontraba muy confundida ante las palabras del niño. ¿Wendy la primera niña perdida? Eso no fue lo que Pan había dicho, ¿La princesa tigresa? Jamás escuchó acerca de ella.

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