LA HISTORIA DE ANGY

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“Que te habías marchado una tarde de abril,
me acostumbré a tus manos y cuando ya no las tuve para aferrarme a ellas,
simplemente pasó que ya nada cobraba sentido.

Ni las tardes soleadas a finales de agosto
ni las madrugadas esperando una llamada
que nunca pudo llegar.

Hogar es donde nos sentimos libres y seguros de nosotros mismos,
y cómo decirte que,
dentro de tus brazos encontré cierta capa invisible
pero invencible de resistencia.

Amaba ver cómo esos ojitos color miel
se escurrían al compás de la luna.
Decirte que estabas más preciosa que nunca
y que ese lunar que tenías justo al lado de la boca
me incitaba a besarte un poquito más.

A quedarme un poquito más.
Y ser tuyo un poquito más.
Empecé a sentirme extranjero de mi propio cuerpo.
Todo mi ser te buscaba en las distintas sombras,
colores y estaciones. Trenes. Perdimos trenes.

Y a veces lo que termina pasando
es que te conviertes en la estación incorrecta de alguien y,
supongo, fue por eso que, una vez te alejaste de mí,
el tren que te llevaría de vuelta a cualquier lado,
había prendido las luces y se acercaba a ti.

No todas las chicas son iguales,
Angy rugía con alma de loba
y era capaz de comerse hasta la estrella más triste
con tal de verme sonreír.

Esa era mi chica.
Esa era la chica de nadie.
Esa nunca fue mi chica.
Porque era de ella.

Esa chica tenía independencia en la mirada
y en su forma de reír,
a veces, se le escapaba un llanto.
Cuán triste la logré apreciar unas noches,
con alma rota y los pies desnudos por la ciudad;
otras veces,
la vi ser gigante en medio de una tormenta.
Siempre fue capitán de su propio naufragio.
Y, su sonrisa, me hacía tan débil,
aunque al lado de ella siempre me sentí un inmortal.”

CRUCE DE CAMINOS (CrossRoad)Where stories live. Discover now