CARTA AL AMOR DE MI VIDA N. 1

21 1 0
                                    

Estaba preciosa.

Aún la recuerdo. El sol moría en el horizonte, mientras un “nosotros” empezaba a nacer desde el fuego. De ese tipo de fuego que emana una chispa sobre un bosque marchito.

Me senté al borde de mi vida para ver cómo mi mundo se derrumbaba mientras ella no dejaba de sonreír. Ver que, más allá del dolor, también hay unos ojos que esperan por ti para verte como si existieras tú. Solamente.

Era un poco tímida, pero a veces quería comerse el mundo que, dicho sea, lo llevaba también al borde del precipicio. Rugía como leona cuando no podía más y en el último aliento, me asomaba, y le daba un beso, y se quedaba en silencio tras haber pasado unos minutos ya del desorden de sentimientos.

—Somos dos mundos en ruinas que colapsaron, pero que en el intento se hicieron una herida mortal —le dije una vez.

—Una herida mortal puede volver a cualquier humano inmortal. Y yo detesto lo permanente. Sabes que fluyo como el viento, que, a diferencia, el día que me voy, jamás vuelvo.

Y desde aquel instante supe que la odiaría. Odiaría echarla de menos para siempre. Buscarla entre las hojas del otoño y saber que estoy buscando en vano lo que jamás volveré a encontrar. Gritarle a los cuatro vientos que la amo y que ella jamás me amó. A veces me quería. A veces. A ratos. Casi nunca. Fueron tan pocas las veces en las que lo hizo. Sólo cuando lloraba. Cuando no quedaba de otra que sentir y bailar al ritmo del amor. O como quieras llamarlo: ruinas, destrucción, metanfetaminas. Cada quien tiene su propio concepto de amor y el mío lleva su nombre.

Ojalá se hubiese enamorado de mi desastre, también. Y no solamente de las vistas preciosas que conducían mis manos sobre su cuerpo; de las canciones que le dedicaba de madrugada cuando, aún dormida, la despertaba con un beso en la frente; de los abrazos cuando se sentía rota y no quedaba de otra que ser fuerte.

Hubiese querido que se enamorara de mis malos ratos, de mi rebeldía, de mis adicciones, de mis manías, de mis ataques de pánico, de mis fobias, de mis nervios minutos antes de ser feliz, de mis tragedias, de mis ansiedades. Hubiese querido que permaneciera allí, inmóvil, en silencio, cuando yo también no podía más conmigo mismo.

Fui el verano de sus días.

Y ella, el invierno de los míos.

Éste es el último escrito que lleva entre líneas su nombre. Éste es el último balazo que se escucha en mi habitación. Y ésta es la última ruina sobre la cual decido construir un nuevo amanecer.

Posdata: Te amo como siempre.
Mi querida Fer, adonde quiera que usted exista.

CRUCE DE CAMINOS (CrossRoad)Where stories live. Discover now