Algunas veces ocultar cosas de quienes amas es laúnica manera de protegerlos.


Y con ellas ocultas, protegidas, todo transcurríacon una deliciosa y peligrosa calma, con el conocimiento de que encualquier momento su teléfono sonaría y le avisaría que el momentodel último golpe había llegado. La consumación del plan maestro deIvanov contra Jong Gu Kim; aquel designio que llevaba a Taeyeon adisparar una última vez.


Tiffany ya no debía tener miedo, ni Tiffany ni nadiecercano a ella, puesto que de su padre ya no quedaba más que unasombra en un registro militar. Jong Gu había caído, lentamente cadadía durante los meses que Taeyeon y Jessica se dedicaron a dejarlodesprotegido y vulnerable. Y finalmente, luego de un maldito año,con la certeza de que su padre ya no tenía jurisdicción niprotección de las fuerzas militares del Reino Unido y, por elcontrario, solo era un coronel jubilado y con múltiples cargosimputándosele en los tribunales de justicia; Taeyeon era libre.


Podía dormir tranquila, con unas cuantas armasguardadas estratégicamente en la casa donde pasaba sus días conTiffany. Aquel acogedor y fausto paraíso llamado hogar, porque eradonde ambas debían estar. Donde había leños mal cortados en elpórtico junto a un par de zapatos con barro, donde había juegos decortinas que no combinaban porque Taeyeon se negaba a que Tiffanyfuera la única que tuviera voz y voto en la decoración; orgullo demacho alfa al estilo Taeyeon. Eran ellas quienes convertían aquellacasa en un hogar. Era Tiffany con sus suaves bailes en las mañanasmientras preparaba el desayuno al ritmo de la música. Era Taeyeon,maldiciendo cuando alguna de las lluvias espontaneas de la isla sedejaba caer a los pocos minutos de que hubiese tendido la ropa en loscordeles.


Y la amaba malditamente demasiado. Incluidos los díasmalos, los días donde su Tiffany no era suya, sino una sombra presadel dolor de su pasado. Y era una rutina, una donde la coreana, cuyoscabellos ya se apreciaban mucho más largos, llegaba hasta Tiffany;besaba sus fríos labios y acunaba su rostro con ambas manos. Semiraban en silencio durante minutos, hasta que Tiffany finalmenteparecía recuperar la noción de sí misma, del lugar donde seencontraba.


—Hey, hola —suspiró Taeyeon sobre los labios deTiffany.


—... Taeyeon.


—Me dejaste sola en la cama. Sabes que odio cuandolo haces.


—Lo siento. —Su voz estaba cargada deculpabilidad.


—Y estás bebiendo café, prometiste no hacerlo.


—Y-yo... —Taeyeon besó sus labios, haciéndolacallar.


—Vuelve, ¿sí? Vamos, corderita. Te necesito.


Taeyeon se sentó frente a Tiffany, a poca distancia.Llevó su nariz al cuello de la castaña y olisqueó su piel. Tiffanysiempre olía como el sol; como el verano. Dejó unos pocos besos enla barbilla de la americana, cepillando con sus labios la pielcaramelizada de la chica, quien gemía bajito, casi avergonzada.


No mentía. La necesitaba para respirar, para seguirviviendo. Quizá por ese motivo podía entender el sufrimiento de sucompañera, del amor de su vida. Del único amor que había tenido ensu vida.


Escucho a Tiffany tragar y se apartó.


—De verdad estás aquí —murmuró con mejillasruborizadas, mirando a Taeyeon.


—Siempre. Tú y yo. Lo sabes, ¿verdad?


—Sí. Tú y yo.


—¿Dónde estamos, mamona?


 [TAENY]Where stories live. Discover now