Ella era tímida y reservada, el amable y comprensivo... pudieron ser amigos si lo deseaban, pero el destino siempre es cruel con los mas débiles de corazón. La promesa que hicieron en secundaria... ¿algún día se cumplirá?
Así como la masacre comenzó... todo había acabado: los estudiantes mataron por miedo, los maestros corrían desesperados, las paredes manchadas con sangre, aún quedaban gritos ensordecedores... y la joven solo reía ante tal desesperación; quedaron tres, niños en particular, un grupo amistoso y cooperativo de tercero.
-Vaya... así que quedaron tres... a pesar de que es mi número de la suerte- decía decepcionada, algo que no sorprendió en gran medida a Alfred -Bien, lo prometido es deuda- tomo un ligero respiro y se gritó por los altavoces -¡¡AQUÍ TIENEN SU RECOMPENSA POR SER LOS SOBREVIVIENTES DE TAL JUEGO!!- de un solo apretón, los niños cayeron en un coma mortal, era obvio que la joven no pensaba dejar a nadie con vida.
-Predecible mi señora, ¿Acaso se le acabó las ideas?- preguntaba Alfred a su distraída ama.
-Me aburrí de pensar en algo digno, así que improvise un poquito- jugueteaba con sus dedos y se levantó de su asiento, dirigiéndose hacia su "invitado" -Bueno... no es como si hubiera mucha perdida, verdad... ¿Padrecito?
-Monstruo... ¡¡Monstruo sin corazón!! ¡¡Demonio del averno!! ¡¡¿Acaso tienes idea de lo que acabas de hacer?!!- gritaba en ira el cura que resguardaba tal institución al ver como su trabajo había desaparecido y enfrente de sus ojos. La joven, por su parte, lo miraba con calma hasta el punto en que su tono de voz parecía sonar al de una persona cuerda.
-Lo mismo que el de arriba hubiera hecho...
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-No somos tan distintos si lo piensa... seres intocables que escuchan a un montón de estúpidos de lo bueno y lo malo de nuestras acciones, juzgándonos y decidiendo si son fieles perros falderos. Nos temen por eso nos alaban, o simplemente nos odian porque nos envidian- con cada cosa que decía, la joven tomaba la barbilla del cura -Conocemos más de la vida que cualquier otro y aun así creemos tener la voluntad de cambiar las cosas aun a costa de esos imbéciles que nos "aman"- separa con brusquedad el rostro del cura y sigue su andar -¿Ahora seguirá diciéndome que no soy como su "Dios"?
-¿Qué... eres?- preguntaba asustado, como si ya supiera la respuesta y temiera a que le confirmaran; ella, por su parte, le sonrió con ligereza mientras acomodaba sus pelos
-A partir de ahora... tu nuevo Dios
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