Capítulo 1: Lo bueno y lo malo de ser una semidiosa.

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Elena

La adrenalina es un arma tan mortífera como el mismo infierno, corre por las venas mientras llena cada molécula del cuerpo de ansiedad y, si no tienes cuidado, puede terminar por cegar todo rastro de cordura. Amo la adrenalina, como semidiosa soy naturalmente impulsiva y poseo demasiada energía pero no es sólo por eso. Sentir cómo cada uno de mis músculos cobra vida y la manera en la que mi cerebro explota cuando me pongo al límite es algo imposible de explicar, adoro la sensación de desafiarme cada día y adoro aún más el despertar con cada hueso adolorido y fatigada porque eso refleja que una vez más di todo lo que tenía que dar. Tal vez pueda sonar masoquista o desquiciado pero no es así, esa clase de entrenamiento no sólo me complace sino que además me mantiene viva y me permite ayudar a los demás que se mantengan igual. 

Los monstruos y las misiones nunca se acaban así que parar aunque sea por un minuto para descansar no es una opción para mí. Me gusta cuidar de los míos, de este campamento, de estos semidioses que son mi familia y, sí debo admitirlo, me gusta ser capaz de luchar contra los males que asechan al mundo, la clase de males que la gente común y corriente es incapaz de ver. No tengo complejo de heroína, puedo hacerme a un lado si es necesario pero pasa algo realmente extraño conmigo. Cuando miro a mi alrededor, a mis compañeros y amigos, puedo notar un patrón. Todos sufren y se acongojan por el destino que les tocó, por la manera en la que tienen que vivir y resienten la palabra "semidiós" como si fuera un insulto o una enfermedad pero a mí me encanta, ser semidiosa es lo mejor que pudo haberme pasado.

Es difícil, a veces hasta imposible, tener que lidiar todo el tiempo con la fatalidad pero, ese es mi punto, como semidioses podemos hacerlo, estamos hechos para resistir, ¿quién más podría pelear las batallas a las que nos enfrentamos? Nadie, sólo nosotros fuimos creados con las habilidades para poder vencer, no quiero, nunca quise, una vida atada a la normalidad, yo soñaba con dragones, con poder volar y vencer demonios, al final, mis sueños no sólo se cumplieron sino que fueron mucho más enormes de lo que jamás pude imaginar, por ejemplo, justo ahora estoy en medio de una batalla con un Dios, ¿cómo podría haber pensado que alguna vez haría algo como eso? 

  —Já, de nuevo estás perdido. Nuevo marcador: tú 27 y yo: 23.

Enfatice lo dicho haciendo un poco de presión con la espada en su garganta, sonrió con  malicia y trató de hacer su típica táctica de desaparecer para después sorprenderme por atrás y darle la vuelta al combate pero fui más lista, me volteé  y, en cuanto apareció delante de mí, lo rodeé con un aro de fuego, bendición de mi tío Hades. Soltó su arma y empezó a gritar de ira, el fuego especial del inframundo es una de las pocas cosas que pueden dañar a los dioses, por supuesto que a él no iba a dañarlo de verdad pero era muy divertido ver su enojo y frustración.

  —Venga, Ares, ríndete de una vez, ya tendremos la revancha.

Sus lentes oscuros salieron volando y pude ver sus llamas ardientes en la cuenca de sus ojos, eran alucinantes, después de todas las veces que habíamos peleado parecía mentira que no comprendiera que lejos de asustarme, me fascinaba ver sus pupilas llameantes.

—Wow, tengo que preguntarle a Afrodita si puede hacerme unos pupilentes especiales con ese efecto, es increíble, hermano, de verdad.

Estuvo dando de improperios un buen rato hasta que se cansó.

—Como sea, sólo desaparece esta maldita cosa para que me pueda mover.

—Tssss, ¿con esa boca besas a la Reina Hera? Tan atractivo y tan maleducado, ¿nadie te dijo que lo de hacerte el chico malo ya pasó de moda?

Iba a decirme algo más, una grosería marca Ares pero miró hacia arriba, había nombrado a su madre así que estaba casi segura de que ella nos había empezado a observar, tal vez junto con mi padre y algún otro Dios y si algo odiaban todos ellos era la manera de expresarse que tenía el Dios de la Guerra. Me dio una mirada furibunda a la que respondí con una enorme sonrisa.

—Ganaste.

Lo dijo tan bajo y tan rápido que si no fuera por mis estupendos sentidos no lo hubiera entendido.

—¿Disculpa? Creo que ya no oigo tan bien como hace una hora ¿podrías repetirlo?

—¡No me presiones! 

Ese grito si podría haberme ensordecido, él nunca aceptaba cuando perdía, tenía que conformarme con lo que había. Sonreí más y lo dejé libre. 

  —Eres una...

—Hum hum, ¿seguro que estamos solos?

Volvió a mirar hacia arriba y torció la boca con disgusto.

—Iba a decir embustera, acusarme con ella, eso fue un golpe bajo.

Palmeé su hombro y suspiré con nostalgia.

—Lo sé, lo aprendí del mejor. 

Sus ojos siguieron brillando con enojo pero su boca formó una ligera sonrisa orgullosa, él odiaba perder pero sabía que lo enorgullecía haberme enseñado algo, aunque fuera una cosa tan de mal gusto como aprovecharse de la debilidad del oponente.

  —Al menos no eres tan cabeza de chorlito y aprendiste algo.

Y nos soltamos a reír, es extraño ver a alguien tan fuerte y rudo como él en circunstancias amenas pero ya me había acostumbrado, Ares es, sin duda, cruel y despiadado pero conmigo también era protector e, increíblemente, fraternal. Agradecía de todo corazón toda la ayuda que me daba al entrenar conmigo porque, seamos realistas, es un Dios y podría aplastarme con un solo movimiento y, sin embargo, se acoplaba a mi fuerza para darme una pelea justa. 

—Cierto, tal vez la próxima vez puedas utilizar más fuerza y poder para que aprenda más.

Las llamas de la anticipación y el deseo de una nueva pelea en sus ojos casi me cegaron pero él negó.

—Aún no estás lista.

La misma respuesta de siempre, yo quería que él fuera más un Dios cuando me enfrentara así podría ver qué tan capaz soy contra alguien infinitamente más fuerte y poderoso que yo pero él no aceptaba nunca.

  —He enfrentado a cientos de monstruos y cumplido decenas de misiones, estoy lista para el siguiente nivel.

  —No creo eso.

  —Si no lo creyeras, no estarías aquí. El Dios de la Guerra no pierde su tiempo con debiluchas.

  —Y aún así, digo no.

  — ¡¿Por qué?!

  —Porque no quiero que salgas herida.

Me quedé helada, nunca me había dicho algo tan directo, siempre bromeaba conmigo o peleaba conmigo pero nunca expresaba nada más, no con palabras.

  —Pero...

  —Eres mi hermana, Elena, mi frágil, semihumana, a veces torpe y desesperante hermana. Me gustas así, en una sola pieza y con la sangre dentro de tu cuerpo así que no hablaremos más de esto.

  —Me quieres, eres muy tierno.

Hizo un gesto de desagrado tan grande que pareció que hubiera entrado a un establo repleto de popó.

  —Eres una ridícula, me largo y más te vale irte a tu casa antes de que las arpías te encuentren y te confundan con una de ellas, horrenda.

Abrí la boca ofendida y me crucé de brazos, quise contestarle algo como "lo dice el más bruto y del olimpo" pero sentí algo en el pecho, a la altura de mi corazón, fue como un golpe frío y lleno de tristeza que me invadió por un segundo y cuando desapareció dejó un vacío inexplicable en lo más hondo de mi alma. Al parecer me mareé y caí al suelo porque lo siguiente que vi fue a Ares sosteniéndome en brazos y llevándome hacia algún lado. Empecé a sentir frío, no sería extraño debido a la blusa sin mangas y al short de mezclilla que llevaba pero no era un frío físico, era una sensación helada que crecía de adentro hacia afuera, que me enchinaba la piel y me arrugaba el corazón, era la misma sensación de hacía dos años atrás, era la muerte que había entrado otra vez en mi vida. Lo dije, fatalidades todo el tiempo.




*Nota: Así comienza esta historia ¿Reviews?  


Amanecer: Una semidiosa en la familia.Where stories live. Discover now