Llegando tarde al Gastro

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Tenía turno a eso de las 14:45 y llegué como a las 15:20. Calculé los tiempos horriblemente mal, tanto así que hoy en día me pregunto cómo es que salí de casa apenas 45 minutos antes del turno que se supone que debía tomar en el barrio de Once. Vivo a más de una hora de allí. Me falló todo, pero admito que suelo siempre salir tarde de casa cuando me distraigo con otras cosas. En este caso, seguro fue algo comestible. 

La señora que recibe el carné y te da el bono estaba de mal humor y trató a un viejito que había llegado tarde, antes que yo, para el tuje.

«Si al viejo lo trató así, a mi me clava la katana de Michonne en la frente». No lo dudaba.

—El doctor dice que vas a tener que esperar.

Obvio. Y sí.

Me la banqué, llena de papeles en las manos y gente que se pelea por asientos al pepe. El doctor resultó ser un tipo más joven de lo que me imaginaba, y también resultó ser un tipo mucho más insulso de lo que esperaba. Yo creía que me iba a tocar un viejo de pelo blanco bien enojado porque había llegado tarde. Este tipo resultó ser tan insulso que ni me llamó la atención, era un ente, ¡una momia!

No me habló casi nada y al final fue medio desesperante. Miró los análisis y tecleó cosas en la computadora. Lo único interesante de la charla fue poder decirle que era alérgica a la penicilina, afección recién descubierta. Pero, por lo demás, nada. 

«Ah, pero tenía de todo la mina. ¿Algo más, flaca? Celiaca, alérgica a la penicilina, ¿y?». A los frutos secos. También soy alérgica a los frutos secos y al almidón del arroz... y a los conservantes de los alimentos enlatados. Y a las arvejas.  Y tengo problemas de tiroides. Y me salen sabañones en los dedos en el invierno.  Si, soy bien anormal.

No pude aguantarme mucho más en ese silencio, así que me incliné y se lo dije clarito:

—¿Cuántas posibilidades hay de que sea celiaca?

El doc ni me miró. El señor aburrido alzó las cejas y dijo:

—Estás muy en el limite, necesitas otro análisis de sangre.

BUUU. Lo odié. Con lo que yo odio sacarme sangre... Debe ser algo directamente proporcional. Mientras más lo odio, más le gusta a ellos pedirlos. Pero lo acepté. Extrañamente lo acepté. ¡Quizás era que estaba medianamente desesperada por saber la verdad de una vez por todas! 

Ese día me fui con las mismas preguntas en la cabeza y sin respuestas aún. Sabía que después de sacarme sangre iba a tener que esperar dos meses mínimo para poder ver al doctor, lo que significaba dos meses más sin adaptarme a una dieta saludable si realmente era celiaca. Ahogué mis penas caminando por Av. Corrientes y comprando libros por 30 pesos. Pero también me gané unas ampollas en los pies que no voy a olvidar jamás. 

Creo, también, que no tardé mucho más en ir a extraerme. Fui sola —como las últimas veces— y pasó lo de siempre. «Es decir, que me tuve que tirar sobre dos butacas y aguantar allí el malestar hasta que se me pasara» Si, mi aversión a sacarme sangre no es solamente a que no me gusta la sangre, si no a que realmente ODIO las agujas, odio que me pinchen y le tengo pánico absoluto. Y el pánico termina en yo desmayada en algún lado.

El resultado estaría el 1ro de marzo. Y esa fue la fecha que califiqué como la fecha de la muerte. «Okey, no. Solo la fecha de la verdad.¡Otro momento crucial». ¡Deja de exagerar, Andrea! No es tan malo ser celiaca, solamente no podes comer patitas de pollo, queso cheddar, Chocolinas, pan, facturas, brownie, torta, rapiditas Bimbo, panqueques, ravioles... Me voy a comer un Fenix si sigo así, muerta de hambre.

Tal vez dos, por intentar suprimir el gluten y no tener como reemplazarlo en casa es una crónica de una muerte de hambre anunciada.

Diario de una celíacaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora