Diario de una celiaca

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Me estaba agarrando la panza otra vez. No sé si alguna vez han sentido verdadero odio hacia su barriga. Bueno, si no, se los comento rápidamente: la más absoluta ira hacia tus propios intestinos; serías capaz de arrancártelos o de pinchártelos con un tenedor. 

«Una de dos, o no te duele el pinchazo porque el retorcijón es más poderoso, o al pincharlo se desinflaría aliviándote el pesar»

Bah, ¿qué me cuentan? Llevo casi tres años soportando esto, así que cuando me despierto en la madrugada muerta de dolor —de ese dolor que te quita el aire— me puteo en todos los idiomas que conozco. 

«O sea, uno».

Creo que también juré que iba a comer más verduras. 

«En tus sueños».

Y también prometí que iba a tomar vaselina. 

«Como si sirviera de algo, ah».

Si son como yo, seguramente pensaron cualquier gansada antes de llegar a la palabra mágica y terrorífica que me obliga a escribir este diario.

Algo como... «Ah, otra vez me duele la panza. Debe ser que comí mucho arroz y ahora me va a costar ir a...». O tal vez un: «Uf, estoy tan estreñida que seguro por eso me duele tanto». En estos momentos me gustaría tener algo así como una bocina para marcar los errores. Un par de efectos especiales no vendrían mal.

Entonces, ¿qué tan equivocada estaba? Digamos que bastante, así como monumentalmente. Yo creía que me dolía porque tenía transito lento y en veeeerdad me dolía porque en mi barriga los anticuerpos se tomaron algo —tipo lavandina— y confundieron a las enzimas con motochorros. «Habría que enviarlos a todos a tratamiento psicológico, antes de que sea permanente».

Ups, ya es permanente.

Así que ahí estaba, otra vez descompuesta, otra vez pegándome la cabeza contra la pared del baño. «Oh, que graciosa es la vida. Tengo parcial en 45 minutos y yo acá cagándome la existencia» Literalmente.

Creo que ese fue el momento en el que me dije: «Che, boluda, esto no es normal» NOO, quédate tranquila que tener diarrea tres veces por semana es re normal. No te preocupes, che. Está todo bien.

Boba. Y podría decirte unas cuántas cosas más, pero no es ético insultarse a sí misma por ser ignorante. Hay que tener empatia.

La cuestión es que yo no sé bien por qué miércoles dejé pasar tres años en este estado, complicándome la existencia, sin animarme a esclarecer los motivos de mis problemas. Es decir, podría tener algo grave, algo así como un tumor o esas lombrices horribles que salen en los programas médicos de televisión. 

¡Ah! Si, no me gustan los análisis clínicos. Sabía que acercarme a un medico significaba lindas jeringas extrayendo mi preciosa sangre. Eso, si, que, no. Pero en ese momento, en uno de los ataques más jodidos en todo ese tiempo realmente me dije que no podía dejarlo pasar.

«Así que me subí los pantalones, me puse las zapatillas, ¡agarré la SUBE y salí a la vida a darme la frente ...!»

La frente contra la pared.

La doctora japonesa —y no es que fui a una médica japonesa, si no que resultó ser japonesa— me miró y me dijo:

—Podés tener un quiste, una malformación, podés ser celiaca.

¡A la pindonga! ¿Qué no había algo lindo para escuchar? Pero bueno, todo eso era algo que yo realmente no me había puesto a pensar. Todo lo que dije antes y las razones por las cuáles esta consulta debería haber sido ya en el año 2011 eran inexistentes en mi cerebro. 

PERO, obviemos que de todo eso ser celiaca era lo más... ble. 

—¡Ah! Y te tenés que sacar sangre. Ahora.

«Gracias, en verdad. Gracias»

Me fui con la mente algo turbia. ¿Cómo no pensar en todos los dramas que se me venían encima? Por alguna razón presentía que era celiaca. Ni se me pasó tanto por la cabeza tener alguna malformación. ¡Desde ese puto momento me sentí celiaca!

«Eh, vos, boluda. ¿Qué clase de mente psicópata tenés?». La clase de mente que puede auto perseguirse por cosas como esas. «Para, ¿al menos tenés idea de que trata exactamente la celiaquía?».

La celiaquía era la punta de mi iceberg psicológico que estaba preparado para hundir mi Titanic.

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