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Tal demostración de falta de respeto fue superior para el viejo profesor que debió jubilarse hace años y no era capaz de recordar lo que es ser joven, si es que alguna vez lo fue.
Me quitó el segundo cigarrillo con más brusquedad, lo partió en dos y con la cara tan roja que parecía que le iba a explotar en cualquier momento, me mandó ir a la biblioteca como castigo.
Encogí los hombros y caminé con parsimonia tras el maestro, no presté atención al enérgico sermón que me echaba porque mis pensamientos, estaban centrados en intentar comprender porqué pensaba que castigarme sin asistir a la clase de matemáticas un viernes a última hora, debía ser un castigo.
Entré en la desierta biblioteca, elegí una mesa del fondo rodeada de estanterías. El profesor ordenó que sacase mi libro de texto indicando que buscase la página ciento setenta y dos, obedecí con parsimonia y pasé la página una a una. Esa actitud era una norma no escrita en el instituto, si alguno tenía algún modo de hacer perder el tiempo de clase a un profesor, debía aprovechar la oportunidad.
Cuando pasé la quinta página, el profesor me quitó el libro, buscó la página por mí y me adjudicó todos los ejercicios que vio advirtiendo que los quería hechos y sobre su mesa el lunes si no quería que mi insubordinación se viese reflejado en la nota final o en una expulsión que parecía que lo estaba buscando.
En cuanto se marchó, me puse los auriculares y me distraje dibujando caricaturas. Comencé a tararear mi canción favorita y me concentré en lo que hacía hasta que una mano tocó mi hombro provocándome un tremendo susto. Una biblioteca solitaria, mal iluminada y despuntando el ocaso, no era un sitio para que a alguien le den un susto.

Continuara...

EL SUSTITUTOWhere stories live. Discover now