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Stiles se despertó en medio de la noche sin motivo aparente. No se sentía cansado, a pesar de no haber dormido las horas suficientes para realmente haber descansado, pero así se sentía. No podía volver a dormir, por lo que decidió que no sería mala idea levantarse de la cama y dar un paseo nocturno. Excepto...

Cuando finalmente abrió los ojos para ver a oscuras, se dio cuenta de que no se encontraba en su camarote. La habitación en la que se encontraba no podía ser más distinta a aquel pequeño espacio en el que pasaba muchas de sus horas en estos últimos meses. Sin embargo, había algo familiar en ello.

Un poco asustado, decidió encender la luz de su linterna, con la intención de no despertar a sus compañeros. Aunque claro estaba que, si no se encontraba en su camarote, seguramente tampoco estuvieran sus compañeros con él. Una vez consiguió encender la linterna, vio el lugar en el que se encontraba, y por poco soltó un grito de espanto: el orfanato.

No podía creerlo. Todo estaba igual que hacía unos ocho años, la última vez que pisó aquel lugar en el que pasó tanto tiempo solo. Las camas viejas, con hierro completamente oxidado y las sábanas raídas, llenas de agujeros y con un tono amarillento. Las ventanas minúsculas, más semejantes a las de una cárcel que a las de un hogar para niños. Y es que en verdad, el orfanato tenía demasiado en común con la prisión.

De repente, escuchó voces cercanas a él y, no sabía cómo, pero en ese instante supo que estaban hablando de él. Pero, ¿quién podría? Tenía miedo de descubrirlo, pero debía hacerlo. Por ello, salió de su habitación en busca de la voz, que cada vez le iba sonando más, con cada paso.

Era su padre.

—Así es, señorita. No puedo soportarlo más —se quejaba él, poniéndose las manos en los oídos—. Necesito que haga algo.

—Pero señor, no podemos hacer lo que usted nos está pidiendo. Ha firmado un contrato, no podemos romperlo ahora —se excusó una de las enfermeras del orfanato.

—¡Me da igual lo que usted me diga! ¡No puedo vivir con ese monstruo en mi casa! —gritó, alterado.

Fue entonces cuando Stiles se dio cuenta de que su padre estaba hablando de él, estaba tratando de devolverle al orfanato. De nuevo.

La mirada del padre de Stiles encontró la del propio Stiles, temeroso. Los ojos del padre derrochaban furia como nunca antes lo habían hecho.

—¡Ha sido tu culpa! ¡Tú la mataste! —le gritó a Stiles, para posteriormente cogerle del borde de la camisa por el cuello—. ¡Eres un asesino!

—No, yo no quería, yo no lo hice —se defendió Stiles, con lágrimas en los ojos.

—¡Te odio! Nunca te voy a querer, ¡nunca serás mi hijo! —le gritó de nuevo, zarandeándole por los hombros. En este punto, Stiles no podía parar de llorar—. ¿No lo entiendes? Está muerta por tu culpa.

—¡Yo no lo hice!

—Nunca pertenecerás a esta familia, ¡nunca!

De repente, Stiles se despertó de golpe, agitado, con el sudor bañando su frente. Había tenido una pesadilla. Excepto... que no lo había sido.

Tenía que ir a ver a Lydia. La necesitaba, necesitaba contarle lo que acababa de soñar, necesitaba hablarle de su pasado. Y tenía que hacerlo ya.

Así pues, no dudó en salir de su litera y de su camarote para dirigirse hacia el de las Martin, esperando que Lydia estuviera despierta. Dio unos suaves golpecitos en la puerta y, al cabo de unos segundos, Lydia apareció tras ella.

—¿Stiles? ¿Qué haces aquí? —susurró ella, para no despertar a su madre—. ¿Has estado llorando?

Stiles asintió con la cabeza levemente, llevando su mano a rascarse la nuca. Fue entonces cuando Lydia cerró la puerta de su camarote para agarrar la mano de Stiles.

A drop in the ocean || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora