32.

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Hacía un buen rato desde que el sol había desaparecido por el horizonte; de hecho, los alumnos llevaban ya más de una hora en la cama durmiendo. Stiles, sin embargo, estaba lejos de quedarse dormido.

Esa mañana, durante una de sus clases, se había estado pasando notitas con Lydia y había acordado con ella que se verían a la noche, cuando todos estuviesen durmiendo. La intención era quedar en la puerta del comedor, que era la sala que más cerca les venía a ambos. Pero a Stiles se le había ocurrido una idea que había requerido que saliera de la cama un poco más pronto de lo planeado.

Veinte minutos antes de la hora a la que habían quedado, cuando no aguantaba más la espera, Stiles se había escabullido de su camarote para dirigirse a la cubierta. Una vez allí había preparado una de las redes que la tripulación usaba para maniobrar con las velas del barco, enganchándola entre dos postes a modo de hamaca. Además, se había encargado de llevar una manta para protegerse de la brisa.

Solamente le faltaba hacerse con una última cosa antes de poder pasar un rato al aire libre con Lydia, pero enseguida se dio cuenta de que no le daría tiempo de conseguirlo si quería llegar puntual a su punto de encuentro. Así pues, Stiles dejó la cubierta como estaba y se dirigió hacia el comedor.

—Pelo fresa —la saludó en un susurro desde lejos en cuanto la chica ocupó todo su campo de visión. Como siempre lo hacía en cuanto la veía.

Lydia había estado mirando hacia otro lado, así que no pudo evitar sobresaltarse un poco ante la llegada de Stiles.

—¿Por qué vienes por ahí? —preguntó con el ceño fruncido—. Los camarotes de los alumnos están por...

Poniendo ambas manos sobre la cintura de Lydia, Stiles salvó la distancia que los separaba y juntó sus labios por primera vez en lo que llevaban de día. Parecía casi insultante que no hubieran compartido ningún rato a solas antes, pero, ahora que por fin estaban en la intimidad, los dos querían aprovechar el momento.

Stiles se aseguró de depositar en ese beso todas las ganas que había tenido de besarla durante largas horas. Por la forma en que Lydia lo correspondía, comprendió que el sentimiento era mutuo.

La chica le rodeó el cuello con los brazos y atrajo su pecho al suyo, eliminando cualquier espacio entre ellos. Era ridículamente fascinante cómo sus cuerpos encajaban perfectamente el uno contra el otro, como si los hubieran esculpido exclusivamente para ello.

Las manos de Stiles acabaron por debajo de la camiseta de Lydia, justo a la altura de su cintura, donde se dedicó a dibujar pequeños círculos sobre su cálida piel en cuanto sus bocas se separaron. Mantuvo la frente apoyada sobre la de ella unos segundos.

—Tengo una sorpresa —murmuró, rozándole los labios con los suyos al hablar—. Pero antes tenemos que hacer una cosa.

Lydia se alejó y lo miró con expresión curiosa pero divertida.

—Sorpréndeme.

Tomándola de la mano, Stiles la condujo en silencio dentro del comedor, concretamente hacia las puertas que daban a la cocina. Escuchaba las suaves risas de Lydia tras él, y solo cuando llegaron a la entrada de la cocina sintió que la chica tiraba de él, deteniéndolo.

—Stiles. —Lydia puso ambas manos sobre su cuello para darle un rápido beso en los labios—. ¿Qué haces? Las cocinas están prohibidas por la noche, ya lo sabes.

—Pero necesitamos comida para ir adonde tengo pensado llevarte. Además, ¿ves a alguien por aquí que nos vaya a pillar? Estamos solos.

A pesar de que Stiles podía jurar que no las tenía todas consigo, Lydia terminó por asentir.

A drop in the ocean || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora