Capítulo 12

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Fue como si chocara en un muro al galope, al encontrar la puerta de la habitación cerrada. Estaba rendido a los encantos de la muchacha, gustar de ella era como leer un poema de amor sofisticado, nunca había conocido un candor tan sublime. Superaba todas sus expectativas: agradable a la vista y al tacto, culta y una excelente pianista – esta sí, había sido una gran sorpresa – y seguramente sería una esposa y madre dedicada, en vista de los cuidados que tenía con Teresa.

Entonces, ¿que es lo que lo haría dar marcha atrás? ¿Miedo del compromiso? Sí, era de ella que huía. A punto de cumplir treinta y dos años, todos le decían que estaba viejo para constituir una familia y debería apurarse. Tal vez. Tal vez estuviera poniéndose viejo, pero lo que nadie sabía era el miedo que le tenía al rechazo y a la traición de las mujeres.

Hoy, pasados muchos años, recuerda con alguna ternura a Flor, María Florentina, una mulata endiablada que lo conquistó en cuanto el padre la trajo a la hacienda.

Mujer experimentada y dueña de una gran sabiduría en los dominios del sexo – tal como Angelina – Le agradó el Señorito Manuel Alfonso cuando entró dentro del ingenio azucarero y lo vió en el salón al fin de la tarde cuando limpiaba la mesa. Manuel Alfonso, entonces con poco menos de veinte años tenía el fuego de la juventud y la desgraciada era muy linda; piernas largas y esculturales; cintura de avispa, un rabo firme y redondo y la piel suave al toque como la seda. Comprendió, el día en que estuvo con ella por primera vez, porque el padre corria atrás de las negras de la hacienda. El toque de la piel era único, divino, muy diferente de la piel blanca.

Por Flor estaría dispuesto la violar todas las reglas sociales y casarse con ella. Flor no era una mulata como las otras. Hija de un hacendado y de una esclava fue educada en casa; sabía hacer de todo y era dueña de una inteligencia que dejaba a Manuel Alfonso casi zonzo. Su padre atendió el pedido del amigo portugués y la acogió en el ingenio, hasta embarcarla hacia Portugal. La esposa de su padre amenazó matar a la mulata, en caso de que él no la echara. Dejó de soportar a los hijos bastardos que el marido iba teniendo y educando en casa. João Andrade era dueño de propiedades en el Alentejo y hacía algún tiempo que había decidido sacar a sus cuatro hijos – tres muchachas y un muchacho - de Brasil, para evitar la ira de la mujer. Faltaba Flor, su preferida, la más inteligente, cariñosa y bonita. La esposa no le había dado hijos, incluso después de diez años de matrimonio y desde que se afincaron en Brasil, se negaba a abrirle las piernas. No le restó otra alternativa que sucumbir a la piel suave de Ana, la negra al servicio de su esposa. Cuando Ana apareció embarazada, una y otra vez, por más que dijera que había sido uno de los negros que la había dejado encinta, Rosalina Andrade no la creía, el color de los niños revelaba lo contrario. Nunca había visto a un hijo de negros ser casi mulato.

No le escapó a doña Joaquina Barbosa el amorío del hijo Manuel Alfonso con la mulata. Temía por el día en que ella pudiera aparecer encinta - como aquellas de quien su marido se servía – y colocar en el mundo unos cuantos mulatos más, que un día podríam levantarse contra ellos. No es que se preocupara con el destino de los niños, pero sí, con el de su hijo que quería ver casado con una hija de hacendado o de algún noble portugués.

Durante más de dos años anduvo Manuel Alfonso escondiéndose a la noche por los rincones y por la oscuridad para poder encontrarse con su amada. Manuel Alfonso había aprendido con Angelina la forma de evitar hijos y para tranquilidad de doña Joaquina, Flor no quedó embarazada. Benditas gotas de limón, que vertidas en el sitio exacto, por cuenta de la acidez, matabam la semilla de la vida.

Decidió que traería a Flor para Portugal e iría a vivir aislado con ella en el Solar de Santa María para evitar que pudiera ser discriminada por su color y procedencia. Estaba dispuesto a enfrentar a su padre, madre y a quien más viniera. Flor, no era una esclava, era libre y tenía derecho a ser feliz con él.

Jardines de la LunaWhere stories live. Discover now