Capítulo 1

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Las más lindas palabras de amor son dichas en el silencio de una mirada."

Leonardo da Vinci

Capítulo1

Bajar al jardín y sentarse al lado de la fuente italiana, en la que se refresca y descansa de las tareas del día de trabajo antes de dormir, funciona como un bálsamo para su belleza y se ha tornado un hábito noche tras noche desde que ha venido al solar. Si pudiera, si el acto no fuera una osadía por parte de una chica de familia, se sacaría el corsé de barbas de ballena, el vestido, las enaguas y andaría por ahí sólo con los calzones interiores y el corpiño de batista.

Ha descubierto en los últimos meses que la indumentaria femenina es el equivaliente a una mazmorra para su cuerpo. Durante el tiempo de permanencia en el convento no usó ropa apretada y dió gracias a Dios por eso. Detestaba corsés y muy raramente los usaba, pero aquí, en el solar del hombre más poderoso de la región, sería una ignominia tal acto.

El denso follaje de los arbustos y los árboles de porte alto que cubren parte del enorme jardín francés, que se extiende a lo largo de toda la casa al fondo, proporcionan un ambiente fresco durante el día. Isabel aprovecha las largas sombras, instalándose con la niña Teresa en los canapés de mimbre donde hacen las lecciones de la mañana.

Luna llena de Agosto. El canto de las cigarras resuena por toda la llanura, acunando el sueño de quien vive en los cerros del enorme condado. El calor abrasador, que durante el día asola la tierra alentejana en esta época, ha secado todo a su alrededor y el paisaje es predominantemente amarillo pálido, salpicado de verde seco por alcornoques y encinas haciendo recordar a las tierras de África, tal como las describen los exploradores portugueses en los libros que escribieron sobre sus viajes. Como me gustaría partir a la aventura un día. Se sentía presa en una condición dictada por la moral de una sociedad que reconocía como hipócrita a cada día que pasaba.

El sol se puso y se levantó una brisa suave – un fresquito como decía la cocinera Genoveva- pero que era más caliente que el calor del cocina a leña cuando se acercaba a ella. El tal fresquito invitaba siempre a un paseo nocturno al cual Isabel sólo faltaba si las condiciones atmosféricas no lo permitieran, o sea, si llovieran hachas, lo que hasta hoy nunca había sucedido. Noche tras noche, allá estaba ella marcando su presencia con todos los atributos que una mujer deslumbrante posee a los ojos de un hombre.

Hace dos meses, cuando la madre superiora la llamó a su presencia, para comunicarle que los votos temporales habían terminado – después de cinco años de noviciado – y, que para continuar en el convento debería profesar votos perpetuos, casi se desmayó de miedo; no consideraba su consciencia religiosa preparada para ese importante paso en su vida, y sobre todo que tuviera vocación, lo que no era totalmente su caso. Peor que ir al convento obligada por su padre, era quedarse para siempre en aquel lugar, lejos de la vida y del mundo. Isabel era un espíritu libre desde que aprendió a decir las primeras palabras y siempre conseguía escapar de las órdenes de las criadas y de su madre. Cuando niña le encantaba el trabajo del campo - las siembras, conducir los inmensos rebaños de ovejas y cabras, recoger la leche y hacer los quesos, todo lo que era prohibido a una niña de su posición. Ser hija de un Señor de Mayorazgo, hacía de ella una señorita de Mayorazgo y debía comportarse como esperaban que lo hiciera. Durante unos años su padre la dejaba acompañarlos – a ella y a su hermano - en esas tareas. Ir para el campo con su padre y su hermano era una fiesta mejor que cualquier baile de la sociedad, pero considerado impropio para una niña de bien.

En esa época se sentía feliz y con muchas ganas de descubrir lo que existía más allá de las tierras del dominio de su padre. Alimentó sueños de conocer otros parajes lejanos y ser exploradora, los libros de la tía Elvira con descripciones sobre África, le agudizaron la curiosidad. Isabel era sagaz e intuitiva y desde niña notó, más o menos a los seis anos, que el primogénito, su hermano Pedro, era el preferido su padre y el heredero de todo. Un día - debería tener unos nueve años - su padre recibía visitas en un almuerzo de negocios y cortesía con nobles de la región, oyó hablar de las herencias de los hijos mayores y sin papas en la lengua, con la ingenuidad e ignorancia de una niña sobre las consecuencias de tal atrevimiento, preguntó:

Jardines de la LunaWhere stories live. Discover now