Capítulo sem título 5

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Finalmente desistió. Oyó los pasos descalzos y pesados en el suelo alejarse hasta el fin del pasillo y la puerta cerrándose. No iba a poder conciliar el sueño con tanta excitación, hasta el rozar de la propia piel desnuda la hacía pensar en la suavidad del brazo peludo cuando lo tocó. Si un pequeño toque la dejaba con hormigueos en la espina, un abrazo era un desmayo seguro.

No sabía qué pensar de su vida en los últimos dos meses. Quería regresar a casa pero sabía que no era bienvenida y su padre no la dejaría casarse con alguien de condición humilde, pero tampoco le concedería un dote para que pudiera casarse dentro de su condición social.

El miedo de perder el Mayorazgo le impedía ver con discernimiento y cumplía al pie de la letra las reglas de la corona. Permanecer en el linaje de los Rebelo era imperativo a todo costo y nada podía ser alienado, ni diez contos de réis, lo que costaría un dote medio. El rencor para con su padre tenía el mismo tiempo que la permanencia en el convento y había aumentado el día en que la madre le contó que no había posibilidad de regreso a casa. Él su héroe de la infancia se había transformado en un villano detestable. ¿Dónde estaba aquel hombre que recorría las tierras con ella, a caballo, mientras le contaba historias de la vida del campo de sus antepasados?

Sintió un escalofrío y vistió la camisa de noche, de batista, que la madre superiora le había ofrecido. Tomó el cabello con las dos manos haciendo un rollo y lo prendió en lo alto de la cabeza con un gancho. Sentía calor, pero después que descubrió que estaba siendo vigilada por el Conde, no se expondría más en la ventana. Seguramente ya había sido confundida con una mujer de mala reputación.

A los quince años en el baile de presentación a la sociedad, pensó que el padre le iba a comunicar que había alguien interesado en su mano y sería cortejada para más tarde casarse en la iglesia de S. Gens llevada al altar por él. No hubo tiempo para que eso sucediera. Ni baile de presentación. Cuando se dió cuenta ya estaba enclaustrada en un convento donde oraba desde el amanecer hasta el atardecer.

Aceptar que iría para la casa de personas extrañas como criada, siendo de condición social superior, fue difícil de digerir, pero empezaba a sentirse en casa y lo más extraño, como si perteneciera a la familia. El Conde y su sobrina tomaron el lugar de su familia. Abrió la ventana y se sentó en la silla de mimbre del balcón. Noche de luna llena. Se divisaba gran parte del jardín y más allá, el brezal donde el rebaño de ovejas dormía arrimadas unas a las otras. Se adivinaba su presencia sólo por los puntos más claros – en los que la luz de la luna iluminaba - en contraste con la tierra oscura y por el balido de los borregos más pequeños en busca de sus madres.

Estiró los brazos a lo largo de las piernas desnudas por debajo de la camisa, y frotó los pies doridos de un día de trabajo dentro de los zapatos gastados y apretados. Un aroma conocido le llegó a las narinas. Miró en la dirección del olor. Manuel Alfonso estaba en el balcón en el extremo opuesto de su habitación, distante unas cinco ventanas. La luz de la luna le iluminaba la silueta y la camisa blanca sobresalía con el reflejo de la luz. Ambos estaban conscientes de la presencia del otro.

Entró en la habitación como un animal en celo que es alejado a la fuerza de la hembra. Si pudiera daría gritos de desesperación. ¿Qué es lo que aquella muchacha tenía que le estaba haciendo perder la razón? Era culta, sabía mantener una conversación, un cuerpo que volvía loco a cualquier hombre – hasta el gitano la deseaba - y debería ser virgen por lo que dedujo del pedido de la madre superiora. Le rogó que la respetara porque su suerte con la familia no había sido de las mejores.

En Brasil había conocido algunas señoritas hijas de hacendados, que serían buenas esposas, pero no consiguió amar a ninguna. Quería casarse con la mujer que amara, algo que nunca le había confesado a nadie. Sus padres nunca se amaron y hoy, es con verguenza que ve la doble vida de su padre que se acuesta con las esclavas de la casa casi enfrente a su madre. Ese fue uno de los motivos por el cual se ofreció para traer a Teresa al continente. No soportaba la falta de respeto del padre para con la madre, más allá de lo que le había hecho hacía algunos años.

Jardines de la LunaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang