—Créeme, Rubén, que si yo logro lo que quiero en este lugar tú estarás a mi lado acompañándome como mano derecha —palmeó su hombro para partir al auto como copiloto.

Rubén no pudo sentirse más satisfecho, no sabía exactamente qué de lo que dijo Rubí lo había alegrado tanto, pero de algo estaba seguro y es que no importaba cuantas cosas pasaran dentro de esa casona, por primera vez tenía a un aliado dentro de ella y que fuera mujer no hacía diferencia alguna cuando la susodicha parecía encajar mejor que cualquier otro.

*

Palermo, Italia.

10 de mayo, 2003

Había llegado a aquella mansión hace algunas horas, pero incluso estando dentro no había podido ser recibida como era requerido. Provenzano estaba en alguna clase de reunión en la que entraban y salían continuamente personas, más bien hombres de gran corpulencia, la mayoría vestidos de con trajes negros que pocas veces lograban ajustarse a sus cuerpos. Decidió simplemente recorrer, no iba a mantenerse quieta, era algo particularmente imposible dentro de sí misma, a pesar de todas las órdenes que le habían dado antes de venir, habían cosas que estaban fuera de su alcance y ser curiosa no iba a cambiarlo jamás.

Caminó alrededor de lo que parecían salas de estar vacías y extensas, abaratadas de artilugios de decoración con aspecto antiguo, que parecían ser más una obsesión de acaparar ante cualquier intento de mejorar el aspecto del lugar. Habían de entre aves o animales de cerámica a frascos y recipientes de diferentes estilos y diseños, entonces sin siquiera proponérselo se acercó hasta una de las tantas repisas de la sala observando cada una de las losas que parecían preciadas.

Si hubiera algún tipo de discusión acalorada que incluyera golpes es probable que todo se derrumbaría y cada artilugio se rompería, se preguntó entonces, ¿Cómo reaccionaría Provenzano si encontraba alguno de sus juguetes rotos? ¿Se enojaría, le gritaría, la despediría, la intentaría matar?

En el momento en que la pequeña travesura tomó fuerza en su mente y estuvo a punto de tomar una de las tantas figuras de animal en sus manos, unos pasos la distrajeron obligándola a retroceder de inmediato. Estaba actuando como una niña algo que le habían advertido que no hiciera, pero es que era inevitable después de ver tanta basura reunida como si fuera alguna clase de museo el cual apreciar.

—Señorita —la voz llegó desde el otro extremo de la habitación tras tres estantes alejados de ella.

Se volteó encontrando un hombre que parecía conocer mejor que cualquiera como vestir correctamente, de forma que cada una de las ropas que lo envolvían combinaban a la perfección como siempre le indicaba la Señora Fiore que debía lograr. Lamentablemente en ese momento no podría llegar a compararse con el hombre que parecía hasta calzar un zapato a su justa medida, mientras que ella estaba vestida como cualquier otro soldado de las filas de una décima. Lo único que había podido rescatar de todas las enseñanzas de la Señora Fiore había sido el maquillaje que día a día intentaba mejorar, pero aun así sabía que le costaba bastante.

—Acompáñeme —invitó el hombre dándole la espalda y emprendiendo el camino por donde había venido.

No es como si tuviera alguna otra opción que seguirlo, de todas formas estaba ahí para cumplir órdenes, lamentablemente. Intentaba que las reglas que había impuesto Basilio no se le olvidaran ya que según él sería lo único que podría mantenerla en un límite que pudiera ser controlable, aún no comprendía a que se había referido, pero de todas formas repetía constantemente los consejos de su nuevo jefe.

Nadie puede saber que no tienes memorias, será tu primera regla no revelarlo.

—¿Cómo se supone que cuidaré aquello? —se recordó a si misma replicando.

Rubí // Killer I: La Joya.Where stories live. Discover now