Volvió a verla encontrándose con sus labios rojos fruncidos su cabello cayendo por su hombro izquierdo como una cascada y sus ojos negros delineados con algún tipo de maquillaje aporte de Doña Fiore seguramente. No tenía sentido, nada tenía sentido. Comenzó a negar nuevamente volviendo a su trabajo con el auto mientras intentaba convencerse de que cualquier remolino de emoción de su parte era absurdo, ya fuera que la odiara, que no quisiera verla, que desconfiara o incluso si es que comenzaba extrañamente a quererla, nada tenía que ser realmente concebido en su cabeza, de otra forma estaría acabado, primero porque no le correspondía y segundo porque él de entre todos los trabajadores de la mansión era el menos idóneo para opinar sobre las decisiones que tomaba el Don en secreto con alguna mujer.

—¿Hay algo que te molesta, Rubén? —escuchó nuevamente a la muchacha.

—Nada que puedas solucionar.

—¿Cómo sabes? Tal vez pueda ayudarte.

Se volteó nuevamente para encontrarla viendo sus uñas desinteresadamente, seguía siendo la misma niña sin respecto que no conocía su lugar, que conoció aquel día en los subterráneos, pero por alguna razón sentía y estaba bastante seguro de que algo era diferente, algo había cambiado, pero no podía definir qué era exactamente y eso lo estaba comenzando a volver loco.

—¿Conoces las nuevas órdenes? —optó por cambiar el tema, jamás permitiría mostrarse vulnerable ante ella o cualquier otra persona.

—Sí, lo hablé con Basilio hace poco...

—¿Disculpa? —se acercó indignado. —¿Cómo llamaste al Don? —llegó hasta el comienzo de las escalinatas encontrándose con aquellos ojos negros que no parecían ni un poco preocupados por su reacción.

—Basilio —respondió con calma. —Es su nombre ¿no?

—¿Cómo puedes llamar por su nombre a nuestro jefe? ¿Acaso no has comprendido nada de lo que te he enseñado este tiempo? —entonces una pequeña sonrisa tiró de los labios de la muchacha mientras que al mismo tiempo quitaba su mirada del francés para observar sus manos.

—Lo siento mucho, Rubén, pero la verdad es que yo no puedo ser como tú.

—¿De qué estás hablando? —cuestionó frunciendo el ceño, de un momento a otro sintió como su regaño ya no tenía peso frente a ella.

—Yo no puedo cumplir órdenes ciegamente, si hago algo, es porque también tiene beneficios para mí, por lo que el tiempo que fui parte de tu décima solo fue porque así convencería a Ojos Azules de que acataría sus órdenes, pero ahora mi meta... es una muy diferente.

Sus ojos negros se elevaron encontrándose con los de Rubén quién parecía completamente desconcertado por las palabras de quien creyó había sido una buena compañera, no tenía sentido, nada lo tenía y por primera vez en muchos años se sintió fuera de lugar.

—Es mejor que nos vayamos ya, no puedo esperar para ver a Provenzano —masculló Rubí levantándose para quedar a la altura de un Rubén sin palabras, que tan solo la observaba con detenimiento. —¿Qué? ¿No quieres llevarme? Si quieres, puedo intentar manejar yo —se encogió de hombros y pasó por su lado bajando los escalones restante, pero en el último peldaño fue detenía por el francés quien se acercó hasta su oído son suavidad.

—Prométeme algo —comenzó. —En un futuro, si es que en algún momento logras todo lo que te estás proponiendo, no te olvides de quienes te dimos una ayuda en un comienzo y encuéntranos para un agradecimiento por lo menos.

—¿No pretendes acompañarme en el camino? —cuestionó frunciendo el ceño.

—Ya me han relegado de ese trabajo, luego de que te deje en Palermo no nos volveremos a ver en mucho tiempo —Rubí asintió y luego de unos segundos en silencio sonrió.

Rubí // Killer I: La Joya.Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα