Capítulo 17

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14 de febrero – Cain

No volvieron a hablar de ello, a pesar de las promesas. Era de esperar, siendo Gabriel un hombre tan hermético y encerrado en sí mismo. Sin embargo tampoco Cain se sentía con ganas de afrontar temas espinosos cuando despertó entre los brazos del profesor, arropado por su calor condensado bajo las mantas. Sólo quería prolongar ese momento todo el tiempo que fuera posible.

Gabriel cumplió su palabra. Se quedó con él, en silencio, durante horas. Estuvieron en la cama hasta el medio día, Cain fingiendo dormir, el profesor velando su sueño que no era tal. El chico sólo abrió los ojos cuando la conciencia empezó a pesarle al darse cuenta de que Gabriel estaba faltando al trabajo, y él también.

—Lo siento —se disculpó, minutos más tarde mientras ambos salían de casa—. Espero que no tengas problemas en la universidad.

Gabriel negó con la cabeza y le dio una palmada amistosa en el hombro.

—No te preocupes. Todo el mundo tiene asuntos familiares que atender alguna vez.

Cain odió con toda su alma aquella palmadita, que le pareció forzada y fuera de lugar entre ellos dos. Sin embargo, la frase que la acompañaba tuvo en él un efecto doble: angustioso y conmovedor a un tiempo.

—Pero yo no soy tu familia.

Hubiera esperado alguna clase de réplica, pero Gabriel no dijo nada. Caminaron juntos hasta el metro bajo un cielo gris y plomizo y se despidieron en el andén.

Para llegar a su lugar de trabajo, el centro de acogida para animales del Barrio Alto, Cain tenía que tomar una de las líneas más largas y viajar durante cuarenta y cinco minutos en el metro. El trayecto era largo, y al salir de los túneles parecía encontrarse en otra parte del mundo, en otra ciudad distinta. Árboles, calles amplias, edificios de líneas limpias y ventanas brillantes daban la bienvenida al distrito. Cain no conocía aquella parte de la ciudad, nunca había estado allí hasta que consiguió el empleo. El primer día le había sorprendido agradablemente. Era un barrio tranquilo, sin callejones oscuros, sin charcos de inmundicia ni basura, en el que abundaban las plazuelas, los bancos y los espacios abiertos. Los edificios eran simétricos y de estilo moderno pero elegante, con amplias ventanas que reflejaban la luz del sol y con fachadas de vista agradable. Había zonas ajardinadas, varios colegios con vallas de color azul, una iglesia de diseño vanguardista y un par de torres más altas que sobresalían por encima del paisaje urbano. Los dos hospitales más grandes de la ciudad se encontraban en aquella zona, pero Cain todavía no los había visto.

El Barrio Alto estaba ubicado en la zona más elevada de la cuidad, haciendo honor a su nombre. Al salir de la boca del metro, si se daba la vuelta podía ver a sus pies la suave línea descendente de la calle y más allá una vista panorámica de la gran urbe, con su nube grisácea de smog emborronando los rascacielos.

Allí, en alguna parte de esa tortilla de hormigón, dióxido de carbono, alquitrán y acero estaban la casa del profesor, la universidad, el café donde se reunía con Ruth, Samuel y Berenice. En alguna parte estaban las calles tortuosas y negras que llevaban a los clubes y los bares de copas en los que había perdido el sentido de la realidad. En alguna parte estaba su primera casa de acogida. Y la segunda, y la tercera…

Cuando sacaba a los perros a pasear subía con ellos al parque grande. Los compañeros del centro y su jefa, una chica amable y con pecas, le habían recomendado llevarlos allí. Había una gran superficie de arena habilitada para animales y estaba permitido soltarles, pero Cain no se sentía aún lo bastante seguro como para hacerlo. Tenía miedo de que alguno se perdiese.

Aquella tarde llevó a dar una vuelta a dos schnauzer juguetones y un par de fox terriers.

—Tienes muy buena mano con los animales —le había dicho Bianca, la jefa—. Estos dos nos ladran a todos, pero contigo parecen más tranquilos.

Flores de Asfalto I: El DespertarWhere stories live. Discover now