Elizabeth

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22 de Febrero de 1923.

El sol brilla fuerte tras mi espalda, agradable contraste al clima. Tomo la brocha y la paso, de un lado a otro. Escuchando la conversación de Antonio y Lou sin aportar nada a ella ya que no sabía castellano.

Lou de contextura fina y galán era todo un mujeriego con las damas, a diario se pavoneaba diciendo que tenia mujeres en distintas partes de la ciudad, yo no opinaba. Como dicen, vive y deja vivir.

Con Antonio no hablaba mucho, no nos entendíamos muy bien pero el caso de él era diferente. Era menor que yo, había venido en un circo el cual aparentemente de la noche a la mañana se desmanteló y todos sus miembros decidieron tomar rumbo separado. Él con lo mucho que le gustaba jugar no había pensado que su suerte se acabaría y quedo parado sin ahorros pasando de trabajo en trabajo hasta llegar donde nosotros.

Suena la campana, anunciando las 12, descanso.

Me dirijo hacia donde el Sr. Hughes que esta haciendo las cuentas. A decir verdad yo no necesitaba el trabajo. Me mantenía bien con los sobres que recibía cada mes, siempre con dinero, no sabía quien los enviaba, no tenían nombre pero vengo de una familia de gran adquisición monetaria, asumía que de hay debía salir. Pero ya estaba harto de solo esperar cada mes aquel sobre. Quería un cambio, empezar de nuevo, es por eso que hace 3 meses comencé a buscar empleo y André me ofreció trabajar para él en su negocio de "handyman".

La señora Marian mandaba el almuerzo todos los días, siempre nos guardaba en una lonchera metálica las sobras del día anterior.

-¿Que nos mandó hoy?-Dije retóricamente.

-¿Por qué todos los días me preguntas eso?- Respondió alzando la mirada del libro de cuentas.

-No lo sé, ¿charlar?- Bufé. Él nunca hablaba, aparentemente siempre fue así, ya tenia la marca de un ceño debido al tiempo que lo tenía fruncido

-Deberías afeitarte- me dijo tocándose la quijada- un día de estos te caerá pintura en ella y te acordarás de mis palabras, ya verás.

-Eventualmente, ¿más sabe el diablo por viejo que por diablo no?-

-Terminamos aquí y debemos ir a darle una mano de pintura a la iglesia- Continuó.

-¿Puedo desviarme un momento a la oficina de correo?- Pregunté sirviéndome un vaso con agua.

-No me tienes que pedir permiso Harrison- Me miró de reojo- ¿Te respondió?

-Eso espero, ya un día de esta semana ya debería llegar-

-Solo no te tardes, quisiera irme a casa antes de que anochezca-

-Hecho-

Al principio me costaba revisar el correo. Pasé tantas veces que perdí la cuenta, ese día tampoco había llegado. Cada vez más agrio era mi pensar, aunque sonreía y platicara, tan solo era una pantomima de lo que debería ser la realidad, la hipocresía me tenía al borde de la cordura.

El primer caluroso día de verano al llegar y ver a Bárbara, la señora que atendía la correspondencia, con la cual detestaba tener siempre la misma repetitiva y estúpida conversación, me detiene tan solo entrar con una emoción que para mi fue difícil comprender hasta que saca el sobre de detrás de si. Para "Harrison". Tomé el sobre agradeciéndole y salí rápidamente a mi casa, en donde me encerré en la habitación.

Con la navaja abrí el sobre con delicadeza.

"Elizabeth" Pensé. Sentí un gran nudo en la garganta, asumí que era mi corazón. Tan solo verlo, al fin logré descansar.

MilWhere stories live. Discover now