Ayúdame a volver

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Estoy sudando sobre una cama que no es mía, la poca luz de la habitación me deja ver que no sé dónde estoy. Me tiemblan las manos, las observo y me parecen tan raras; abrazo mi cuerpo intentando calmarlo. Otra vez me metí en problemas, aunque no entiendo qué problema, sólo sé que algo va mal. No debería estar aquí. Me dedico a salir de este lugar, abro la puerta que de forma extraña me parece familiar y me encuentro con un pasillo angosto, está oscuro, escucho el rechinar de otra puerta abriéndose unido a la voz de una niña pequeña; salgo disparada a la próxima habitación más cercana y antes de meterme me detiene su mirada y me paralizo.

—¿Qué haces? —me pregunta con voz tierna y frunciendo el ceño. Yo le devuelvo la mirada pasmada, me asusta todo y, ¿si grita? Soy una extraña en esta casa. De pronto sonríe, y carcajea tapándose la boca—. ¿Estás jugando? ¿Puedo jugar contigo a...? —la interrumpo metiéndome en lo que pensé era un cuarto y resultó ser un baño. Necesito salir de aquí, ¿y si llaman a la policía, me sacan a la fuerza o me hacen daño? El miedo se apodera de mí, no puedo controlar los temblores; me paso a la ducha, verifico que mis manos alcanzan la pequeña ventana y trato de impulsarme hacia ella para salir por allí pero ni siquiera puedo despegar los pies del suelo, soy muy débil, no puedo con el peso de mi propio cuerpo.

Los golpes en la puerta me ponen más nerviosa, mi respiración se acelera, un fuerte dolor en mi cabeza me hace arrugar la cara y cerrar los ojos. Me aprieto el cráneo con mis manos, pues creo que va explotar; no resisto, caigo sentada en el piso de la ducha y abrazo mis piernas.

—¡Abre! Quiero jugar contigo —escucho decir a la niña.

—Elina, nena, ¿qué pasa? —le pregunta alguien mayor a la pequeña. Lo que aumenta mi tensión; me muerdo las uñas.

Los golpes a la puerta ahora son más fuertes a diferencia de los de la niña.

»Abre —me pide alguien con calma.

—Perdón —le respondo suplicante—. No sé qué hago aquí. No quise meterme en su casa, lo juro.

—Oh no, no tranquila —me dice amablemente—. Todo está bien, por favor abre la puerta, ¿estás bien?

Estoy confundida, la voz se me empieza a ser familiar, conozco esa voz. Sé quién es. ¿Quién?

»Dime que estás bien —me pide ahora y suena preocupada.

¡Sí! Ya sé. Mi hermana. Abro la puerta y al verla me lanzo a sus brazos. Estoy tan asustada.

—¡Julia! Perdón —le digo con lágrimas en mis ojos y abrazando lo más fuerte que puedo a mi hermana pequeña. Veo de reojo a la niña, quien al verme llorar muestra tristeza en su carita e inevitablemente llora en silencio, se acerca a mí y se pega a mi pierna abrazándola también.

—No llores, yo te quiero mucho —dice con una voz muy dulce, creo que el dolor en mi cabeza se disipa. Me despego de mi hermana y miro a la nena algo aturdida, le sonrío y ella me devuelve ahora una sonrisa hermosa y agrega—: ¿Quién es Julia?

—Esta señorita —le respondo señalando a mi hermana—. Ella es mi hermanita. Y, ¿quién eres tú hermosa?

Me mira triste y confundida y se aleja de mí, escondiéndose tras las piernas de Julia.

»¿Quién es ella, Julia? —le pregunto a mi hermana, mientras el dolor vuelve—. ¿Qué estamos haciendo aquí?

—Mírame —me pide y toma mis manos y las pone en su cara—. Mírame —repite suplicante. No la entiendo.

—Te estoy viendo —le digo, y no sé qué sucede pero tengo miedo, un miedo irracional, despego una de mis manos de su cara y la llevo a mi boca para morderme las uñas.

—Ven, vamos a acostarte —me dice como resignada.

—¡No! —le reclamo—. Esta no es nuestra casa Julia, tenemos que irnos.

—Ay no, por favor. No te preocupes, ¿sí? Está bien. Podemos estar aquí.

—No, Julia. Si papi se entera nos mata. Nosotras no somos así, qué falta de respeto. Vámonos ya —Le exijo y la tomo del brazo arrastrándola conmigo buscando una puerta de salida.

—¡Para! —me grita, pero la aprieto más fuerte—. ¡Ya! ¡No! —Se libra de mi amarre y me descoloca lo débil que soy, me detengo junto con ella y observo mis manos, el color es tan raro, tengo tantas manchas y casi no puedo extender bien los dedos, ¿qué me pasa? Solo quiero ir a mi casa; miro a Julia y lleva tanta tristeza consigo, empieza a llorar desconsoladamente—. Elina ve al cuarto— le pide a la pequeña, y ésta asustada se encierra tras una puerta.

—Mami, por favor, ¡basta! —me ruega dejando salir muchas más lágrimas—. Ya no puedo. No resisto.

—No entiendo —le digo igualmente con lágrimas. Mi corazón quiere explotar, mi cabeza va estallar, siento una terrible frustración conmigo misma. Me muerdo las uñas y mi respiración se agita.

—¡Mírame! —me pide nuevamente y la miro pero no sé qué quiere que vea, no lo sé, no sé qué debo hacer; envuelvo mis manos una con la otra y las pego a mi estómago—. Mami, soy yo, Elizabeth...

Niego con mi cabeza, no puedo hablar, no tengo palabras para lo que me dice.

»Tu hija, por Dios, ¡no lo hagas, no me olvides! —me implora y me abraza, pero yo no le devuelvo el abrazo, no puedo moverme. Yo... no sé. Yo estoy confundida.

—Tengo que llamar a mi casa —digo, ignorando lo que me dice, no creo nada. No sé dónde estoy, no quiero estar aquí.

La aparto de mí empujándola y busco una puerta, pero ella me atrapa muy rápido, me envuelve con sus brazos y no me suelta.

—No puedo dejarte ir —me dice al oído—. Te necesito aquí, conmigo, mamá. Te amo. Vuelve por favor.

Trago mi saliva acumulada, tengo tanto dolor.

»¡Elina! —Llama a la niña—. Trae el medicamento.

Ya no tengo fuerzas para pelear. Yo no puedo. La niña se acerca con miedo y trae en sus manitos una jeringa.

—¡No! ¿Qué van a hacerme? —le pregunto aterrorizada. Odio las inyecciones.

—Te vas a sentir mejor mami. Te lo prometo.

La niña asustada se acerca poco a poco y entrega la jeringa.

—Abuelita —se dirige a mí, con sus ojos llorosos y llenos de miedo—, ¿qué tienes? ¿Ya no nos quieres? —me pregunta y yo me desvanezco, la veo y todo... todo empieza a tener sentido ahora. Solo me queda sonreír.

¡Sí! La reconozco, no puedo creerlo, ¡por Dios! es mi nieta.

—Es mi nieta —susurro con una sonrisa, no lo puedo creer, volteo a ver a Elizabeth, mi hija, quien al escuchar mi aceptación me libera y yo me acerco a la pequeña—. Sí cariño, las quiero mucho, demasiado —Vuelve su hermosa sonrisa y termina de llegar a mí y me da un abrazo. Yo la levanto y la abrazo más fuerte. Miro a mi hija y aun suelta lágrimas de sus ojos, cabecea dándome a entender que todo está bien. Creo que se dirige a la cocina y la llamo—. Elizabeth —Estiro mi brazo, tendiéndole mi mano y ella coloca su mano encima y la aprieta—. Perdóname —le pido.

—Te amo, mami. Todo va estar bien.

La amo. Amo a mi hija, por tolerarme, por soportarme. Y por devolverme el querer vivir cada vez que estoy lúcida. Por entender, aceptar y llevar la confusión, tristeza, miedo, cólera, vergüenza, aislamiento y soledad que puede sentir una persona con Alzheimer, como lo sufro yo.

#Fin#

Nota: Dedicado a mi abuela Altamira. Quien en vida luchó contra éste mal (que más que matar absorbe el alma de la misma vida). Te amo mami.

Pedazos de TiempoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz