Marina

5 1 0
                                    

La plaza está atestada de personas. No sé cómo respiran con la cara cubierta. Estoy tan cansado. Me acerco a una de las tiendas por agua.

—Llega justo a tiempo —me dice el encargado—. Ya estoy por cerrar.

—¿Tan temprano? No parece más de las dos.

—Bueno, es Navidad. Tengo planes, como todos —explica.

—¿Cómo dice? —pregunto confundido—. ¿Hoy es Navidad? —añado, esta vez más nervioso que confundido.

Mi corazón empieza a bombear con rapidez. ¿Cómo fue que olvidé que ya era Navidad? Antes de que el hombre pudiera responderme, y olvidando el agua, empiezo a caminar apurado. Debo verla, le prometí que iría a su casa en Navidad, que conocería a sus padres.

Marina es lo mejor que me ha sucedido en mucho tiempo. Mis padres fueron despedidos ambos de la fábrica y tener tres hermanos pequeños lo empeora todo. Debo trabajar, y así lo hago, trabajo tanto que olvidé que era Navidad. Solo espero que no esté ya decepcionada de mí. No podría imaginar a alguien más como mi esposa, sé que aún somos jóvenes, pero con ella a mi lado todo se haría más sencillo, porque sería feliz, lo sé. No sé por qué estoy tan nervioso, las manos me tiemblan y no lo puedo controlar.

«No te asustes», me digo para calmarme, «ella te ama, todo va a estar bien».

Me siento perdido, aturdido, las calles me confunden, me siento como esa vez que probé el tabaco de papá. ¡Ay, por Dios! No puedo presentarme así frente a sus padres. Sigo caminando, el ejercicio me va ayudar a despejar mi mente, lo sé. Llego al final de la calle y una marea de personas me golpea, de repente, no sé dónde estoy. No logro ubicarme. Un hombre mayor se me acerca.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Sí, bueno, no sé.

—No te preocupes, todo está bien.

Es un hombre muy amable. Eso es raro de ver en este pueblo. En sus ojos veo gran empatía hacia mí. Se lo agradezco con una sonrisa, no sé si él sonríe de vuelta.

—Voy a la calle Saladillo, ¿conoce a los García Romero?

Espero que él pueda guiarme, aunque todavía no me animo a llegar así. ¿Y no tengo que volver a la herrería? ¿Qué me pasa? ¿Por qué no logro recordar? El señor Alí me diría si debía trabajar en Navidad, supongo que no, después de todo, son las fiestas.

—No los conozco —me informa—, pero la calle está a cinco cuadras, ¿necesita un taxi?

—¿Taxi? —pregunto confundido—. Ah, no, no tengo dinero, bueno sí —confieso—, pero prefiero caminar.

—Entiendo —dice el hombre—, acá en la esquina hay bicicletas con carretas que lo pueden llevar, son muy económicas.

—No, no se preocupe, puedo caminar —insisto—, sé cómo caminar —reitero molesto. ¿Qué le pasa?

—De acuerdo —dice y cabecea.

Me da una palmada en la espalda. Qué viejo más raro. Sigo adelante, he pasado demasiadas veces por aquí, pero lo veo todo raro, los colores, las personas tan cubiertas, los autos. El agotamiento está afectando mi mente. Necesito descansar. La espalda me empieza a molestar. Estar sentado casi todo el día me está pasando factura. Cómo me habría gustado seguir estudiando para convertirme en maestro. Quizá lo haga algún día, Marina, cuando nos repongamos, cuando a mis hermanos no les falte comida y mis padres ya no tengan que vivir preocupados. Algún día.

No sé cuántas cuadras caminé, las personas empiezan a correr, ahora no sé qué hacer, ¿ya pasaron cinco? ¿Aún me faltan? ¿O ya las pasé? No entiendo cómo el tiempo pasó tan rápido, el sol se empieza a esconder.

—¿Señor Germán? —me pregunta alguien que no reconozco.

—No estoy tan viejo —suelto sonriendo.

Solo los niños desconocidos de la plaza me dicen señor, y cada vez que lo hacen me envejecen unos cuantos años. Se trata de una mujer mayor, sus ojos me recuerdan a los de mamá.

—Sé que no lo es —me dice—. ¿A dónde va?

—Por favor, no me hable de usted —le suplico—, no quiero pensar que con dieciocho ya me tratan de viejo —Me echo a reír, ella hace lo mismo—. ¿Quién es usted? —pregunto curioso.

—Eh —La expresión en sus ojos cambia, ¿por qué estoy hablando con ella?—. Yo... conozco a Marina —dice entonces.

¿La conoce? ¿Marina le ha hablado a alguien más de mí? El corazón se me acelera. Entonces sus padres ya deben saberlo.

—¿Sabe en qué calle es que vive? —le pregunto.

—Sí —contesta, y me invita a seguirla.

Solo estaba a una cuadra de verla al fin, quiero descansar sobre sus piernas, necesito dormir. Aunque no sé si a sus padres les agrade la idea.

Un par de niñas idénticas se acercan corriendo y se abalanzan sobre mí, no puedo evitar sonreír como un tonto al verlas. Cada una se aferra a una pierna. Es agradable y a la vez muy raro.

Entonces una joven se acerca también, sus ojos no parecen felices, no obstante, a pesar de la mascarilla que cubre su boca, la reconozco, ¡Marina! Al verla mi cuerpo reacciona, el cansancio se va y me apresuro a abrazarla con todas mis fuerzas.

—¡Pensé que te había perdido! ¡Y en Navidad! —exclama en mi oído entre triste y aliviada.

—Marina, mi Marina, perdóname, no sé qué pasó, no podía llegar, no podía —intento justificarme vagamente. Ahora me duele la cabeza.

Ella se separa un poco y me da una mirada triste.

—Ya estoy aquí —le digo para animarla. Quiero verla feliz.

—Lo sé —dice—. Lo sé, papá —repite.

—¿Papá? —pregunto. Ella me toma de la mano.

«¿Papá?», me repito una y otra vez.

—Vamos adentro. La cena está servida y la familia te espera.

—¿Papá? —pregunto de nuevo y sonrío, ella hace lo mismo, eso creo, no sé por qué todos se cubren la boca—. ¿Y Marina? —Mi corazón se emociona a la expectativa.

—Te está esperando.

#Fin#

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Feb 14, 2021 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Pedazos de TiempoWhere stories live. Discover now