Capítulo VII. «Últimos en llegar»

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—Hable con precisión —insistió Zedric, el hombre comenzaba a intrigarlo demasiado— necesito detalles, no redundancia.

—Habrá una gran guerra en el futuro. Sol contra Luna, luz contra oscuridad. Es inevitable y, como sabe, parte de eso siempre empieza gracias a los gobernantes que hay en el planeta. Puede quedarse a tratar de impedir el final de su reino o puede irse y vivir con tranquilidad con familia, felicidad, todo.

Zedric entendió todo entonces. Los sabios más viejos, —y los más sabios, también—, llegaban a dedicarse al delicado escrutinio de los antiguos y complicados escritos de sabios del Reino Sol de tiempos anteriores. Muy en el principio de todo, —e incluso desde antes de que existiera una rivalidad entre el Reino Sol y el Reino Luna—, se decía que habría una guerra entre la luz y la oscuridad. Más tarde, y con una división más notoria entre reinos, los sabios, decidieron que esa guerra eterna que determinaría el final de todo se daría entre los dos reinos ya antes mencionados, una guerra tan inevitable como impredecible.

La mayoría de gente vieja se volvía tan fanática que ya era difícil entender si sus miedos realmente tenían consistencia. Porque sí, los reinos siempre habían luchado entre sí, y también, la guerra siempre parecía cercana y abrasadora. Muchos le temían tanto como a la misma pobreza.

—Pero...

Antes de que Zedric pudiera conseguir más información, Calum entró en la habitación con ese aire juguetón que Zedric bien conocía. Él era bastante cambiante. Habían días en los que estaba feliz, rebosante de confianza, juguetón, y cruel. Otros, simplemente tenía un mal humor, no aguantaba a nadie que se le acercara.

—Más vale que te apresures —fue la forma en que lo saludó—, la cena comenzará cuando todos los Lunares terminen de hacer su desfile de ostentosidad, y no falta mucho. Oh, sólo mira... —Calum suspiró, fingiendo emoción—, está pasando la caravana real. Primero la princesa Piperina, porque aunque es mayor que Amaris bajó de estatus ahora que Amaris está estrenando sus habilidades.

—Calum... —lo regañó Zedric, este rodó los ojos, al instante deteniendo su caminata confiada.

—¿Desde cuándo te comportas como un príncipe decente? Siempre has sido el primero en criticar y divertirse —se burló, sonriendo ladeadamente.

Zedric había cambiado, lo sabía. Hacía mucho tiempo era burlón porque, al comenzar a leer el pensamiento de los demás, empezó a mirar de forma irónica y despectiva la forma en que todos eran hipócritas e insensibles. Con el tiempo comenzó a notar que no todo era tan malo como pensaba, comenzó a ver el valor de los demás y a entenderlos con más fuerza. Sabía, muy dentro de él, que había tanto buenas como malas personas, pero mientras hubieran buenas valía la pena luchar por ellas.

—Desde ahora —respondió Zedric usando un tono seco y enojado. Calum volvió a rodar los ojos, odiando todas aquellas veces que su hermano se comportaba tan seriamente—. ¿Podrías dejarme solo? No me siento particularmente amigable hoy.

—Por los Soles, odio cuando te viene ese lado enojón —fue lo que dijo Calum antes de marcharse. Zedric siguió en la misma posición mientras que Sir Lanchman seguía trabajando con él, así que volvió su mirada al desfile. La Reina Luna estaba llegando, el público estalló en un júbilo vivo y renovado, tanto así que rosas blancas y puras comenzaron a caer desde todas partes, y la Ailiah, satisfecha, se inclinó para recoger una de su carromato, la alzó y le lanzó un beso a su público. Tenía un carisma natural, y Zedric esperaba que sirviera para, aunque sea, también lograr el favor de su padre al menos por aquella vez.

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—¿Hermana, estás bien? —preguntó Piperina a Amaris una vez sus carromatos se hubieron detenido. Una consejera del Reino Sol las esperaba al otro lado del salón, pero ambas la ignoraron.

Cantos de Luna.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant