—Sólo viendo a un rostro que pronto podría llevar puesta una corona—dijo Lord Neville a Alison, quien frunció el ceño ante esto.
—No entiendo a lo que se refiere—sé sinceró la muchacha.
Lord Neville sonrió y dejó atrás la pose elegante y regia.
—Aquí todos somos prisioneros, atrapados en estos muros de piedra, nadie, ni siquiera los más grandes y fuertes guerreros se atrevieron a hacer lo que usted hizo hoy—le alabó el Lord—. En un mundo de muros la mejor aliada es la esperanza, y eso es algo que usted dio hoy al reino. La esperanza de dejar de ser prisioneros.
Alison evaluó cada una de sus palabras, pero con ese hombre cualquiera de las palabras sonaban con un eco de voces lejanas, cualquier cosa podía significar.
—Deseo hablar con usted a solas—soltó sin más el Lord.
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La curiosidad la orilló a asistir a la plática, esa misma noche, Lord Neville invitó a tomar el té en uno de los estudios del castillo a Alison.
—¿Gusta algo de comer?—le preguntó Lord Neville con supuesta educación.
—Deje de lado las cortesías, y díganme qué es de lo que tanto quiere hablar.
—Es por eso que usted me agrada Lady Alison—sonrió divertido el Lord—. Usted ataca el problema de frente.
Alison permaneció de pie y en silencio, mientras Lord Neville se descansaba la espalda sobre el respaldo del sofá, tomando entre sus manos una taza de té.
—La razón de esta plática es proponerle una alianza. Su duelo salvaje contra el rey Caspian advierte lo descomunal que es, y lo cerca que está de entrar en la batalla por el trono de Narnia. Tal vez los demás la han creído un peón pero es mucho más valiente que el mismísimo rey. Y esa clase de valentía es de la que más vale tenerla a tu favor que en tu contra—Lord Neville tomó un sorbo del té—. Dentro de usted existe una fuerza de oscuridad y luz que difícilmente se podría encontrar en alguien más. Yo podría ayudarle a encaminarla a lograr alcanzar el trono.
—No necesito de su ayuda para pasar sin tropezar—soltó de golpe Alison.
—Eso lo sé, pero conmigo como aliado, su voz tomaría fuerza y ecos de fieles harían resonarla aún más fuerte que la palabra del rey.
Debía dejarse de engañar, a lo que más temía era el que nadie escuchara su voz, el saber que otros hablaban por ella y creían estar por encima de ella, pasándola de largo como a un insecto en el camino.
