—Mira hacia abajo —Murmuró Naomi, tan cerca que podías sentir su aliento rozar la piel de tu mejilla y percibir su perfume afrutado—Pero no tan abajo, no cierres los ojos —Rió suavemente mientras te observaba seguir sus instrucciones de forma torpe— No estás muy acostumbrada a ser maquillada ¿verdad?
Ambas estábais sentadas en tu cama, el maletín de maquillaje de Naomi ocupando casi la mitad de la superficie.
—Ehm...no mucho. —Contestaste, algo avergonzada ante lo obvio— Me vería como un payaso. Como Hae dice "de donde no hay, no se puede sacar."
El brocha se detuvo en tu piel y abriste los ojos al sentir el repentino silencio. Naomi te miraba con una ceja alzada y el cinismo dibujando sus rasgos.
Intentaste corregir tu error.
—No...no es que lo diga por mi, es sólo algo que suele decir. En general. —Te apuraste a explicar, pero Naomi suspiró dejando claro que no estaba satisfecha con tus explicaciones.
—No me recuerdas ¿Verdad? —Dijo, bajando la brocha para revisar por último tu maquillaje—Estudié en la misma escuela que tú. Solía admirar mucho tu popularidad y tu buena mano para los deportes. Eras una niña valiente y sin temores, encontré una gran inspiración en ti, aunque nunca llegamos a hablar.
Frunciste el entrecejo intentando recordar el armónico rostro de Naomi en tus recuerdos de infancia, pero todo estaba borroso. No recordabas mucho de tu antigua vida antes de perder a tu madre, incluso aquella niña llena de vida e irreverente de la que hablaba Naomi, ya no existía. La muerte de tu madre te había reducido a cenizas.
Naomi rebuscó en su estuche y sacó una pequeña caja redonda de color negro junto a otra brocha, esta vez más gruesa. Abrió la cajetilla que contenía unos polvos de color rosa palo y aplicó en la brocha antes de volverla a tu rostro, acariciando tus mejillas.
—Hubo un día que jamás olvidaré. Ho Min solía molestarme siempre. Me tiraba del pelo y una vez alzó mi falda, sólo para comprobar que yo no era un niño. Solía llamarme "niño" porque yo siempre llevaba el pelo corto y amaba jugar al fútbol. Aquel día Ho Min estaba de pie frente a un chico arrodillado. El niño estaba llorando y Ho Min se reía como un maníaco, mientras le decía que era una nena llorona. Le odié tanto que creí que iba a explotar y entonces te vi. Apartaste a sus amigos y fuiste directo hacia él, creo que fue la primera vez que vi a una niña golpear tan fuerte. —Rió, y su risa sonó tan limpia y fresca como el agua de un manantial— Ho Min cayó hacia atrás con tanta fuerza que tragó el polvo del patio. Te vi agacharte sobre el pobre niño y abrazarlo sin apenas conocerlo.
Escuchaste a Naomi, completamente quieta.
—Ya no soy esa persona, Naomi. Siento no recordarte. Cuando murió mi madre, la psicóloga me dijo que había sufrido varias pérdidas de memoria como mecanismo de duelo. Mi mente borró algunos episodios de mi vida, algunos dolorosos, otros no. Pero lo que quiero decir es que...mírame, ya no soy esa niña fiera e irremediable. Supongo que el dolor nos cambia.
—El dolor nos moldea—Respondió Naomi, echando uno de tus mechones de cabello hacia atrás— Pero nada puede cambiar nuestra esencia, nuestra pureza. Y te recordé en el momento en el que entraste a la tienda. —Rió suavemente— No podría olvidar a mi primer amor de la infancia.
Tu corazón dejó de latir por unos segundos y tus ojos se abrieron como platos al entender esa última frase. Naomi rió ante tu reacción, pero lejos de enrojecerse como tú o lucir confusa, se inclinó hacia ti con la misma sonrisa serena que siempre, para unir sus labios con los tuyos.
