Capítulo 16

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                                                Viernes, 10 de diciembre.

Una respiración acompasada me acaricia el rostro. Dejo que los rayos de la luz de Nueva York me recorran el cuerpo y abran los ojos con delicadeza. Sonrío al comprobar que Will descansa a mi lado. Tengo la cabeza apoyada en su hombro y él me rodea el cuerpo con uno de sus brazos. Me aparto y él se remueve, aunque no logro que se despierte. Tiene el pelo alborotado, los ojos cerrados y la boca entreabierta. A la luz del día, las decenas de hematomas que tiene por el cuerpo parecen cobrar vida y adquieren tonos morados oscuros. Le acaricio el costado, el pecho y el rostro, repasando todos y cada uno de ellos. Me estremezco. Lo único que me gustaría es saber qué mierdas le ha pasado. ¿El problema? Que es imbécil y sé que no me lo va a contar. Ya me lo dejó muy claro ayer.

Cada uno en su casa y Dios en la de todos. O zapatero a tus zapatos. Cualquiera de ambas habría tenido sentido en esta situación.

A pesar de todo lo ocurrido, suspiro aliviada al comprobar que sigue a mi lado. No se ha marchado. Sigue conmigo y para mí, eso es algo. O más bien mucho.

Salgo de la cama en silencio y me pongo su camisa que está tirada en el suelo. Huele tan a él que me duele hasta el alma. Me abrazo contra ella y salgo del dormitorio, camino de la cocina, donde Elliot está cocinando con una camiseta y en calzoncillos.

Cualquier otra chica no hubiera podido soportar pasarse más de media vida rodeada de grandes especímenes como los que me rodeaban a mí. Sin embargo, en mi vida era algo tan normal como ver a un guitarrista en el metro.

—Buenos días— saludo sonriendo.

—Vaya humor. Supongo que el hombre que duerme en tu cama tiene que ver con eso— contesta dándome un beso en la mejilla.

—No sé de qué me hablas.

—Eres muy escandalosa— replica—. No te hagas la tonta. Sabes perfectamente de lo que hablo.

Él se ríe y yo me sonrojo, bajando la cabeza. ¿Me escuchó anoche? ¿A qué hora llegó? ¿Efectivamente soy tan escandalosa? Mierda. Qué vergüenza.

—Por cierto, Joyce— dice—, te han llamado al móvil hace menos de quince minutos.

—¿Quince?— frunzo el ceño y alzo la mirada al reloj de la cocina—. Son las ocho menos veinte de la mañana. ¿Quién llama a estas horas?

Se encoge de hombros.

—Ni idea, pero no lo he cogido— vuelve a su tarea de las tortitas y bajo las manos a ambos lados de mis costados—. Estaba en desconocido. Llama.

Cojo el móvil de encima de la mesita de café del salón y clavo la mirada en la pantalla. Efectivamente, es un número desconocido. Le agradezco al cielo que —al menos— me deje llamar, ya que con no todos los números privados está la opción de llamada.

—¿Dígame?

—Nada de dígame— gruño—. Ha sido usted quien me ha llamado.

—Debe ser Joyce Hearne, espero.

—Lo soy— contesto de inmediato. Esta conversación tiene que ser una broma. No puede ser verdad—. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

—Me gustaría verla— dice. Es una voz masculina, grave y ronca. Una voz de una persona de avanzada edad. O todo lo avanzada que puede resultar un cincuentón—. A solas.

—A mí me gustaría saber quién diablos es usted y no me lo ha dicho aún— respondo—. No podemos tenerlo todo, ¿sabe? Además, me está haciendo quedar como una maleducada.

CrossfireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora