Capítulo 9

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                                                Miércoles, 8 de diciembre

Un gélido aire de diciembre, espeso y lúgubre, me traspasa la ropa mientras espero a que el dichoso Elliot se disponga a venir a buscarme. Escondo las manos en los bolsillos de mi abrigo y me encojo de hombros en busca de multiplicar por tres mi propio calor corporal. Inesperadamente, Will y Max salen de la oficina entre risas. Will está contándole alguna clase de anécdota divertida y Max se ríe a carcajadas. Un par de ojos azules se posan sobre mí. Will se despide de su amigo con la cabeza y se aproxima sonriendo.

—Pregunta: ¿cómo puede haber una mujer tan guapa y sola a estas horas?— curiosea burlón—. ¿Quieres que te haga compañía?

—Tienes menos CI que esperanza de vida— replico con una sonrisa.

—¿CI?— enarca una ceja—. Lo que yo digo: han pasado dos meses y tu riqueza léxica jamás deja de sorpernderme. ¿Se puede saber qué es CI?

—Coeficiente intelectual— me echo a reír a carcajadas—. Mis conclusiones son correctas. Gracias por participar.

—¿Te veo luego, preciosa?— me sonríe.

El coche de Elliot se detiene en doble fila al otro lado de la calle y da varios bocinazos.

—Te veo luego— afirmo en un susurro.

Ladea la cabeza ligeramente, sonriendo y asiente. Salgo corriendo hacia el coche de Elliot y arranca camino de casa.

                                                                 ***

—Esta noche es el cumpleaños de una chica de la redacción y quiere invitarnos a algún club a tomar algo. ¿Vienes?— le pregunto a Elliot a medio camino.

—¿Un miércoles? No me mola ir de clubes a diario. Cuando salgo me gusta ponerme hasta el culo. A diario no puedo beber y no puedo disfrutarlo. Además— añade—, he quedado con una chica. Llevo sin un polvo más de dos semanas y estoy muy necesitado.

—Vamos a ir a Cielo— le informo—, aunque yo jamás he ido.

—¡Cielo!— exclama—. En más de una ocasión es nominado como uno de los mejores clubes del mundo. Cielo es… bueno, el paraíso si te gusta la música electrónica. Es de las mejores discotecas de la ciudad.

Me echo a reír y entramos en el aparcamiento subterráneo de nuestro edificio. Cuando por fin llegamos al apartamento, me dirijo directamente a mi cuarto de baño. Abro el grifo de la ducha mientras me miro desnuda en el espejo, tanto de frente como de perfil. El vapor me indica que el agua está a la temperatura ideal y me introduzco bajo el chorro caliente, sintiendo el frío de la cerámica bajo mis pies.

Acabo de ver a Will en la oficina y mi vientre se contrae de deseo solo de pensar en volver a verle, y le odio con todas mis fuerzas. Y le quiero con todo mi alma. Le odio porque tenía razón. Me dijo que caería hechizada bajo sus encantos y así ha sido. Me dan ganas de ahogarle contra una pared y al mismo tiempo abrazarle para no dejarle escapar.

A lo largo de los dos últimos dos meses no ha vuelto a mostrar esa imagen de niño rico tan exasperante, lo que fue un gran alivio. El problema de todo es que dio lugar a un Will mucho más comprensivo y entrañable. Había sido cariñoso, amable, divertido y muy servicial. Todo eso, junto con esos asquerosos encantos y su físico increíble, habían podido conmigo y caí en las redes del amor.

De bruces y sin darme cuenta.

En estos últimos dos meses he intentado mostrar una imagen frígida ante él, como si no sintiera ninguna clase de deseo sexual, como si sus teorías ridículas no tuvieran ningún sentido, pero a lo largo de las últimas semanas se me ha visto el plumero por completo y el contacto físico entre nosotros ha sido más que evidente. Demasiados roces accidentales y tensión sexual no resuelta. Esta noche me tiraré al agua: Will me gusta como nunca me ha gustado nadie y quiero tener la oportunidad de poder enamorarme de él, dejando que él también se enamore de mí. Juntos y a la vez.

CrossfireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora