Capítulo 19

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—Will— susurro asombrada—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Sonríe de medio lado y se adentra en el vestíbulo. Deja la bolsa sobre el suelo y cuelga el abrigo negro del perchero de la pared.

—He venido a verte. Te lo prometí— se intenta lanzar sobre mis labios pero me aparto. No por la incomodidad, sino más bien por la sorpresa. No logro evitar enarcar una ceja y Will se queda completamente paralizado. Después de algunos segundos cargados de tensión, termina por alzar las manos y agitarlas—. Tachán.

—Ya sé que prometiste que vendrías antes de que cantara un gallo— contraataco—, lo que no sabía es que vendrías, literalmente, antes de que cantara un gallo.

—No malogres mi razonamiento con tu lógica.

—Esto es…

—Una increíble e inesperada sorpresa— termina la frase por mí, se deshace de la corbata de un solo tirón y visto y no visto, me veo arrinconada entre la pared y sus ansiosos labios—. ¿No tienes nada más que decir?

—Tenía— jadeo en un apenas audible susurro y cierro los ojos contra mi voluntad al sentir su aliento rozar mis mejillas—…, solo tenía.

—¿No tienes nada que decir?— se intenta hacer el sorprendido y comienza a descender despacio por mi cuello, repartiendo delicados besos sobre mi piel—. Parece mentira que tú, Joyce Hearne, no tengas nada que decir. Fascinante.

—¿Qué debería decir?— empujo mis caderas contra su inminente erección—. No sé por qué siento lo que siento por ti.

 —Yo tampoco me lo explico— coloca sus labios frente a los míos y desabrocha el botón de mis vaqueros lentamente—. Este sentimiento hace que el mundo gire. La pasión.

—¿Pasión?

—Pasión  para tener lo que queremos, pasión para preservar lo que tenemos, pasión por recuperar lo que perdimos…— me besa las mejillas. Su barba incipiente rasca mi piel—. Es como el pez que se muerde la cola. La pasión es la clave del mundo.

Antes de poder responder, me lanzo sobre sus labios y me anclo a sus caderas con mis piernas. Adentro mi lengua en su boca, saboreando un dulce sabor a vino blanco impregnado en todos y cada uno de los rincones de ese excitante espacio. Me sujeta por debajo del trasero y choco violentamente contra la pared, pero no me importa.

No me duele.

Le desabrocho los botones de la camisa con furia y aprecio con orgullo que se ha puesto una camiseta interior. Por primera vez en varios días, he dejado de preocuparme por sus hematomas y solo soy capaz de prestar atención a mi sed de sexo.

—Más despacio, fiera— murmura contra mis labios—. ¿Desde cuándo tienes tanta prisa por echar un polvo?

—Estás más guapo callado— replico con una sonrisa—. Hazme el favor de no abrir más la boca.

Camina como puede hasta mi habitación, se detiene en el borde de la cama y le empujo, obligándole a caer sobre el mullido colchón. Gime de tal modo que percibo cómo el amor que siento por este hombre crece gradualmente.

Le desabrocho la camisa y le beso el pecho. Despacio. Quiero saborear su piel, su aroma, su esencia. Quiero saborearle entero. Ser consciente de que es real. De que la pasión que él dice no es un sueño. No me gusta hablar del sexo como si fuera un voyeur, representando en palabras lo que se mira con los ojos, sino más bien como un voyant. Cierro los ojos para que la imaginación aporte una visión más clara del acto, con ayuda de las sensaciones, traspasando con ello cualquier barrera.

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