Cartas del hogar

2.1K 205 3
                                    

Durante las tres semanas siguientes Ana y Priscilla continuaron sintiéndose forasteras. Luego, en un instante, la vida, que hasta aquel momento parecía compuesta de fragmentos inconexos, se convirtió en un todo homogéneo, que abarcaba a Redmond, profesores, clases, estudiantes, compañeras y obligaciones sociales. Los «novatos» abandonaron su inicial aislamiento y fundaron su propio grupo, con su espíritu, intereses, antipatías y ambiciones exclusivas. Triunfaron en el Torneo Anual de las Artes sobre los estudiantes de segundo año y desde entonces ganaron el respeto de todos los demás cursos y una enorme confianza en sus propios méritos. Durante tres años los de segundo habían ganado el torneo y el hecho de que ese año la victoria hubiera correspondido a los «novatos» se atribuyó a la hábil estrategia de Gilbert Blythe, que dirigió la campaña e ideó nuevas tácticas que desconcertaron a los mayores y facilitaron el triunfo de los «novatos». Como recompensa de sus méritos fue elegido presidente del curso, cargo de responsabilidad y honor (por lo menos desde el punto de vista de un «novato»), y codiciado por muchos. También fue invitado a ingresar en los «Lambs», como llamaban allí a la Fraternidad de Estudiantes Lamba Theta, proposición que muy rara vez se hacía a un «novato». Como prueba preparatoria recibió la orden de desfilar durante todo un día por las principales calles de Kingsport llevando una pamela y un enorme delantal de cocina de percal floreado. Cumplió su tarea con buen humor, quitándose la pamela con graciosa cortesía ante las damas conocidas. Charlie Sloane, que no había sido invitado por los «Lambs», dijo a Ana que no podía imaginar cómo Gilbert había hecho eso y que él nunca podría humillarse así.
—¡Qué ridículo quedaría Charlie Sloane con su delantal y su pamela! —se burló Priscilla—. ¡Idéntico a su abuela Sloane! En cambio Gilbert parecía aún más hombre así vestido.
Ana y Priscilla se encontraron atrapadas en la densa vida social de Redmond. El que esto ocurriera tan pronto se debió en gran parte a los buenos oficios de Philippa Gordon. Ésta era hija de un caballero de fortuna y reputación y pertenecía a una antigua familia de Nueva Escocia. Esto, combinado con su encanto y hermosura (cosa que no podían dejar de advertir cuantos la conocían), le abría las puertas de todos los círculos, clubes y centros de Redmond, y adonde iba ella, iban también Ana y Priscilla. Phil «adoraba» a las dos chicas, especialmente a Ana. Era un alma pura y cristalina, libre de toda clase de ínfulas. «El que me quiere, quiere a mis amigas», parecía ser su lema. Sin ningún esfuerzo las hizo ingresar en el amplio círculo de sus amistades y las dos jovencitas de Avonlea se sumergieron en una vida social fácil y placentera, para envidia y extrañeza de las otras «novatas», que por carecer del apoyo de Philippa se vieron condenadas a mantenerse casi al margen de esas actividades durante todo su primer año en la escuela.
Para Ana y Priscilla, que tenían objetivos muy serios en la vida, Philippa continuó siendo siempre la chiquilla adorable y divertida de su primer encuentro.
Dónde o cómo hallaba tiempo para estudiar era un misterio porque siempre parecía estar en busca de diversión y por las tardes recibía en su casa montones de visitas. Era muy atractiva y sus compañeros de curso y un número considerable de los de años superiores rivalizaban por sus sonrisas. Ella estaba encantada y contaba alegremente a Ana y a Priscilla sus nuevas conquistas con comentarios que habrían hecho arder furiosamente los oídos de sus infortunados enamorados.
—Parece que Alee y Alonzo todavía no tienen ningún rival serio —observó Ana burlonamente.
—Ni uno —asintió Philippa—. Les escribo todas las semanas hablándoles de mis adoradores. Estoy segura de que lo encuentran divertido. Pero el que más me gusta no lo tengo. Gilbert Blythe no me hace ningún caso. Me mira como si fuese una linda gatita. Y sé muy bien la razón. Te envidio, Reina Ana. Tendría que odiarte y en cambio te quiero locamente y me pongo muy triste el día que no te veo. Eres distinta de todas las chicas que he conocido. A veces, cuando me miras de una manera especial, haces que me dé cuenta de lo insignificante y frivola que soy, y aspiro a ser mejor, más inteligente y cuerda. Y entonces hago firmes propósitos de enmienda; pero en cuanto me cruzo con un jovencito bien parecido mi decisión se derrumba por completo. ¿No te parece que la vida en la escuela es magnífica? ¡Encuentro tan gracioso recordar que mi primer día aquí la odié! Pero si no hubiera sido así nunca habría intimado contigo. Ana, por favor, dime que me aprecias siquiera un poquito.
—Te quiero mucho; y creo que eres una encantadora, dulce, adorable y aterciopelada... gatita sin uñas —rió Ana—; pero no comprendo cómo encuentras tiempo para estudiar.
Sin embargo, debía de encontrarlo, pues iba a la vanguardia en todas las asignaturas. Hasta el gruñón profesor de matemáticas, que detestaba la educación mixta y se había opuesto severamente a que fuera implantada en Redmond, tuvo que rendirse ante ella. Aventajaba en todo a las demás estudiantes, excepto en lenguaje, donde Ana Shirley se imponía por amplio margen.
Ésta hallaba muy sencillo el primer curso, en gran parte debido a la severa disciplina de estudio a que ella y Gilbert se habían acostumbrado en los dos últimos años de Avonlea. Esto le dejaba más tiempo libre para su vida social, de la que disfrutaba enormemente; pero sin olvidar ni un instante a sus amigos de Avonlea. Para ella los mejores momentos de la semana eran aquellos en que recibía noticias del hogar. Después que leyó las primeras cartas pensó que jamás podría sentirse en Kingsport como en su casa. Antes de recibirlas, Avonlea parecía estar a miles de kilómetros de distancia; esas cartas la acercaban y unían la vieja vida con la nueva, hasta convertirlas en una sola existencia. La primera remesa trajo seis cartas: de Jane Andrews, Ruby Gillis, Diana Barry, Marilla, la señora Lynde y Davy. La de Jane era muy prolija, con las t perfectamente cruzadas y las i con sus puntos en el lugar exacto, pero sin una sola frase interesante. Ana quería noticias de la escuela, pero Jane nunca contestaba sus preguntas y se limitaba a contar cuántos metros de crochet había tejido, el tiempo que hacía en Avonlea, cómo pensaba hacerse el vestido nuevo y qué sentía cuando le dolía la cabeza. Ruby Gillis escribió una carta muy fluida, en la que deploraba la ausencia de Ana, asegurándole que se encontraba completamente perdida, le preguntaba qué tal eran los jóvenes de Redmond y la completaba con una detallada historia de sus experiencias con sus numerosos admiradores. Era una carta tonta y sin sentido. Ana con toda seguridad se habría reído de ella si no hubiera sido por la posdata: «Gilbert parece divertirse mucho en Redmond, a juzgar por su carta —escribía Ruby—; no creo que Charlie haya tenido el mismo éxito».
—¡Así que Gilbert había escrito a Ruby! Muy bien. Estaba en su perfecto derecho, por supuesto. Sólo que... Ana no sabía que Ruby lo había hecho primero y que Gilbert se había visto obligado a contestar por mera cortesía. Separó la carta de Ruby con desprecio. Pero la encantadora epístola de Diana, fresca y llena de noticias, sacó el aguijón que le clavara la posdata de Ruby. Claro que hablaba demasiado de Fred, pero por otra parte era tan rica en novedades y temas de interés para Ana que ésta se sintió transportada a Avonlea mientras leía. La carta de Marilla era seca y simple, ausente de chismografía o emoción alguna. Sin embargo, así y todo transmitió a Ana todo el ambiente llano y simple de la vida en «Tejas Verdes». La de la señora Lynde se refería sólo a noticias relacionadas con la iglesia. Como ya no tenía que atender una casa, Rachel tenía más tiempo para dedicar a los asuntos parroquiales y se había entregado a ellos en cuerpo y alma. Por aquel entonces estaba muy ocupada con los suplentes que desfilaban por el pulpito de Avonlea.
«Creo que sólo hay tontos en el sacerdocio en esta época», escribía amargamente. «¡Hay que ver los candidatos que nos mandan y lo que predican! La mitad no es verdad y, lo que es peor, no suena a doctrina. El que tenemos ahora es el peor de todos. Generalmente coge un texto determinado y luego predica sobre otra cosa. Y dice que no cree que todos los paganos estén condenados irremisiblemente. ¡Vaya una idea! ¡Si fuera así, todo el dinero que hemos enviado a las misiones estaría perdido! El domingo pasado anunció que la próxima vez hablará sobre el tiburón que apareció en la playa. Creo que haría mejor en limitarse a la Biblia dejando a un lado los sucesos de actualidad. ¡A qué estado han llegado las cosas si un ministro no puede hallar en las Sagradas Escrituras tema para una prédica! ¿A qué iglesia vas, Ana? Espero que lo harás regularmente. La gente tiene mucha facilidad para olvidar sus obligaciones para con Dios fuera de su casa y tengo entendido que eso es muy común entre los estudiantes. Me han dicho que hasta estudian los domingos. Espero que tú nunca llegues a eso, Ana. Recuerda cómo has sido educada. Y ten mucho cuidado al elegir tus amistades. Nunca sabrás qué clase de criaturas concurren a esas escuelas. Son lobos con piel de cordero, eso es. Será mejor que no hables con ningún joven que no sea de la isla.
»Olvidaba contarte lo que pasó el día que vino a visitarnos el ministro. Fue lo más gracioso que he visto en mi vida. Le dije a Marilla: "Si Ana estuviese aquí, ¿no crees que se habría reído?". Hasta Marilla se rió. Es un hombrecillo muy bajo, grueso y patizambo. Bueno, el cerdo de los Harrison (aquel tan grande) andaba por aquí aquel día y se había metido en la galería de atrás sin saberlo nosotras, y allí estaba cuando apareció el ministro. Quiso escaparse, pero el camino estaba obstruido por un par de piernas patizambas; y contra ellas arremetió. Fuera porque el cerdo era demasiado grande o el ministro demasiado pequeño, lo cierto es que lo levantó en vilo y salió corriendo con él encima. Su sombrero y su bastón volaron por el aire precisamente en el momento en que Marilla y yo llegábamos a la puerta. Nunca olvidaré el cuadro. El pobre cerdo estaba muerto del susto. Nunca podré volver a leer en la Biblia lo del cochino que corrió locamente hacia el mar sin ver al cerdo del señor Harrison trotando cuesta abajo con el ministro encima. Supongo que el pobre animal creía que llevaba sobre su lomo al mismo diablo. ¡Gracias a Dios que los mellizos no estaban en casa! Hubiera sido terrible que vieran a un ministro en una situación tan poco digna. Al llegar al arroyo el ministro se arrojó, o fue arrojado. El cerdo cruzó rumbo a los bosques como enloquecido y desapareció. Marilla y yo corrimos y ayudamos al ministro a levantarse y le sacudirnos la levita. No se había lastimado pero estaba furioso. Parecía hacernos responsables a Marilla y a mí por lo ocurrido, aunque le explicamos que el cerdo no nos pertenecía y que se había pasado el verano molestándonos. Además, ¿por qué se le ocurrió entrar por la puerta trasera? Nunca habrías visto al señor Alian hacer eso. Pasará mucho tiempo antes de que tengamos otro pastor como él. Estamos pasando un mal momento. No hemos tenido más noticias del cerdo y espero que no las tengamos nunca.
»Las cosas están muy tranquilas en Avonlea. "Tejas Verdes" no me resulta tan solitario como pensaba. Creo que empezaré otra colcha de algodón este invierno. La señora Sloane tiene un modelo muy elegante y moderno con hojas de manzano.
»Cuando quiero algo excitante, leo los casos de asesinato en el periódico de Boston que me envía mi sobrina. No acostumbraba a hacerlo, pero son realmente interesantes. Los Estados Unidos deben de ser un lugar horrible, Ana. Espero que nunca vayas allí. Pero es verdaderamente espantosa la forma en que las muchachas andan por el mundo en estos tiempos. Me hacen la misma impresión de Satán en el libro de Job, corriendo de un lado a otro, subiendo y bajando. No creo que el Señor lo vea bien, eso es.
»Davy se ha portado bastante bien desde que te fuiste. Un día se portó mal y Marilla lo castigó haciéndole usar un delantal de Dora todo el día. Entonces él fue y recortó todos los delantales de su hermana. Le di una paliza y él, en venganza, persiguió a mi gallo hasta que cayó muerto.
»Los MacPherson se han mudado a mi antigua casa. Ella es una gran ama de casa. Arrancó todas mis lilas porque daban al jardín un aspecto desordenado. Thomas las había plantado cuando nos casamos. Su marido parece buena persona, pero ella es de las que no se resignan a envejecer, eso es.
»No estudies demasiado, y no te olvides de ponerte tu ropa interior de lana en cuanto refresque. Marilla se preocupa muchísimo por ti, pero le digo que tienes mucho más sentido común que el que yo creía que llegarías a tener de acuerdo con lo que eras de niña, y que estarás bien.»
La carta de Davy comenzaba con una queja. «Querida Ana, por fabor escribe a Marilla y dile que no me hate a la varanda del puente cuando boy a pescar, los chicos se ríen de mí. Aquí está mui triste sin ti, pero el colejio es divertido. Jane andrews se enfada más que tú, anoche azusté a la señora lynde con un fuego. Estaba mui enojada y era porque yo corrí a su gayo por el gallinero asta que se murió. Yo no quería que se muriera, ¿qué lo hiso morir, ana? quiero saber. La señora lynde lo tiró y se perdió de benderselo al señor blair, el señor blair paga 50 centabos por cada gayo muerto. Di que la señora lynde le pidió al ministro que resé por ella. ¿Que hise que sea tan malo, ana? quiero saber, tengo una cometa con una cola preziosa, ana, ayer en el colejio Milty bolter me contó algo várvaro, «es verdad, el viejo Joe Mosey y León estavan jugando a las cartas una noche en el bosque, las cartas estavan sobre un tronco y un ombre negro más grande que los árboles bino y agarró las cartas y el tronco y desapareció con un ruido como un trueno. Apuesto que se asustaron. Mylty dise que el negro era el diablo: ¿era, ana? quiero saber, el señor Kimbal de spencervale esta mui enfermo y tuvo que ir al ospital. por fabor espera mientras le pregunto a Marilla si es así, malilla dise que es al manicomio donde tubo que ir, no al otro lado. El ere que tiene una culebra adentro, ¿como es tener una culebra adentro, Ana? quiero saber, la barriga de la señora lawrence también está enferma, la señora lynde dice que lo que le pasa es que piensa mucho en sus partes de adentro».
—Me pregunto qué pensaría la señora Lynde de Philippa —dijo Ana mientras doblaba sus cartas.

ANA LA  DE LA ISLAWhere stories live. Discover now