26

325 30 10
                                    

La voz de Sophos resonó en mi mente:

«Te uniste a ella en el mundo terrenal, por lo tanto le llegan visiones de tu vida. Aquí, tus recuerdos son uno con los de ella. Es como una copia de respaldo».

Levanté mis manos. Ella tenía mi pasado ante sus ojos.

Copia de respaldo —bufé con gracia—. Es genial, Sophos, una genialidad—el anciano rió bajo, para un humano, casi imperceptible.

Nuestras miradas conectaron. Su aspecto era grácil, se levantó y quedé pequeño a su lado, su cabeza estaba rapada, era como una bola encerada.

Me reí ante aquel pensamiento y él gruñó, mi semblante cambio, olvidaba con cuanta facilidad él podía leer mis pensamientos, eran un cristal para él.

—Lo siento —mi disculpa salió apresurada, incluso temerosa. Sus ojos completamente blancos me escanearon. Su rostro no mostraba expresión alguna.

—Ella tendrá que volver...y pronto —soltó como si nada.

Parecía que no había lugar seguro para ella. A donde fuera tendían a echarla. Pasé mis manos por mis cabellos una y otra vez, me encontraba desesperado. No habíamos logrado nada. Yo no había hecho nada. El plan trazado horas atrás en el mundo terrenal estaba estancado. Clarión no había podido esclarecer nada. Parecía que nada, era la palabra favorita de todos con respecto a la vida de Isabel, ella parecía no importarle a nadie.

Y... ¿Acaso a mí me importaba? Yo no había hecho nada para ayudarle. Contactar con la madre de Isabel no era una buena idea y sabía que el líder de los Nephilims estaba esperando usar esa carta como un último recurso.

Lo único que teníamos, era que Isabel en el plano físico había desaparecido, borrada de la faz de la tierra, como una luz que un día está y luego desaparece. Como tantas jóvenes que jamás se sabe de ellas.

Los Poderes darían con ella, de eso estaba seguro. Ella sería la comida de un ser vil y despreciable, y yo fallaría una vez más.

—Tu mente va a estallar —dijo Sophos, sacándome de mi ensimismamiento—, espera con paciencia. Cada día trae su propio afán. Nada harás con precipitarte, sacas conclusiones muy apresuradas —gruñó, como si le molestara todo lo que cavilaba mi mente—, no sé qué redención traes consigo, no sé porque se te dio tan valioso regalo, eres demasiado humano para ser digno de la esencia etérea que burbujea en ti. Ciertamente para algo deberá de servir —fruncí mi ceño y él arrugó su boca, me escaneó a profundidad para luego seguir con su discurso—. Efrom, todo sirve para un fin, un propósito, nada es casualidad, y si hay todavía en ti la facultad de cambiar de un estado a otro, para algo ha de servir, solo espero... —emitió una queja, un sonido gutural le abandonó y suspiró— Vamos muchacho —sentenció cambiando de parecer...

—Dime —la ansiedad salió con ansias de mí—; por favor, dime— supliqué.

Quería saber, anhelaba conocer lo que me estaba siendo vedado.

— ¿No acabo de decirte que no te apresures? Muchacho, si sigues en ese rumbo, no vivirás mucho tiempo.

—Mis días están contados...

—Los de todos —me cortó— como los de todos—, apuntó con resignación.

Suspiré con cansancio.

El anciano paso ante mí sin afán, como aquel que tiene los días, las horas, las semanas... el mismísimo tiempo a su disposición.

Yo no lo tenía, se me escurría como agua entre mis dedos. Lo que le dije era cierto... Mis días estaban contados.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora