25

970 94 52
                                    

N/A: Salido del horno, perdón por lo corto, pero he comprendido que no puedo extenderme demasiado en los capítulos porque mi tiempo no me lo permite, así que aquí va. Gracias por seguir la historia. Un abrazo.

.

.

.

Atónito me quedé cuando su cuerpo se desplomó sobre el colchón.

Una fuerza invisible se retiró de mí y el dolor palpitante en mis sienes me dejó libre, apresuré mis pasos pero no llegué a ella; Caliel sostenía mi brazo.

—No te le acerques —pronunció en voz baja.

Miré mi entorno y estaba situado, Zera se encontraba en el umbral con cara de pocos amigos, miraba a Isabel con ira contenida, él no podía ver más allá de la marca. Busqué a Helena con mi mirada, se hallaba en estado de shock. Ella no esperaba esto. Nadie lo esperaba.

Mi mandíbula se tensó.

« ¿Que tenía que ver Salomé en todo esto? Iba a encontrarla y acabar con ella».

—Indira haz tu trabajo. Efrom, sal de aquí —la voz autoritaria de Clarión no estaba para contradecirse.

Paseé mis manos por mi cabeza y suspiré, regresé mi vista hacia la mujer desplomada sobre esa cama, su aspecto deplorable y sudoroso. Tomé una fuerte respiración y salí con paso airado.

— ¿Qué demonios ocurrió ahí? —demandó Helena. Clarión, Zera y Caliel se quedaron atrás, pero fui consciente de la interrogante en sus ojos.

—No tengo ni idea —en parte era sincero.

La mujer gruñó y de forma rápida se acercó a mí, me dio un puñetazo que me descoló, el asombró se impregnó en mi rostro y un dolor visceral recorrió mi mandíbula.

—Maldición ­—me quejé.

—Eso es por mentirme —gruñó—, yo estaba ahí, idiota, sé que ese lenguaje lo manejan las arpías, y ella te observó a ti. El mensaje era para ti —terminó con ahínco.

Mis ojos escrutaron a los presentes, me erguí y cuadré mis hombros, crucé mis brazos sobre mi pecho. Estaba rodeado, no me quedaba de otra, debía confesar:

—Fui seducido por una arpía, me uní a ella.

Zera gruñó en desaprobación y Helena abrió su boca con horror. Solo Caliel y Clarión mantuvieron una expresión estoica. Me sentía profundamente desgraciado y la vergüenza me caló en los huesos.

—Su nombre —demandó Clarión en voz baja.

Apreté mis dientes a pesar del dolor que esa acción me ocasionaba, Helena tenía un buen gancho. Me aferré a esa sensación y en voz queda anuncié:

—Salomé.

Mis ojos jamás dejaron los suyos. Desvió su mirada y asintió un par de veces, como si estuviera moldeando las ideas y los posibles escenarios que esa revelación pudiera ocasionar, su mirada colisionó con la mía y el estupor empapó mi cuerpo. Clarión me observaba con pena, una pena que podía sentirse, incluso lamentarse.

— ¿Tu plan sigue vigente? —mi cejo se frunció, y luego comprendí que él estaba zanjando la conversación, incluso observé de reojo a Helena que miraba a Clarión como si estuviera loco— ¿Vas a llevártela? —preguntó de nuevo, impaciente.

No quería tentar a mi suerte y respondí con rapidez:

—Lo haré —escuché el bufido burlón que profirió la consorte.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora