Capítulo 3.

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Me desperté a las siete de la mañana, como de costumbre. Hasta el año pasado, yo solía despertarme seis y media debido a que salíamos con papá muy temprano para llegar a tiempo al bachiller, puesto a que nos el tránsito de cada día era imposible no tardarse, como mínimo, media hora. Después de que hayamos encontrado otro atajo para evitar las carreteras principales llenas de vehículos amontonados y apretujados entre sí como hisopos en sus respectivas cajitas, papá me permitió dormir más tiempo.

Resoplé, haciendo volar un pequeño mechoncito de cabello que me estaba molestando el ojo izquierdo, y parte del derecho. Al hacer éso fue en vano, ya que volvió a aterrizas en el mismo lugar, y las puntas del mechoncito se enterraron en mi ojo izquierdo. Pestañeé repetidas veces, lagrimeando un poquito de ése ojo, mientras me lo limpiaba con el dorso de la mano y peinaba mi cabello para que no me moleste en la cara. Ha crecido bastante éste año; ahora me llega hasta la espalda.

Reuní las fuerzas necesarias para destaparme completa, y recibir éste nuevo día con el mejor de los humores posible. Es el día uno en el departamento, y debo ser completamente sincera: ahora mismo no encuentro diferencia alguna entre despertarme aquí, y despertarme en la que solía ser mi habitación. Apenas he abierto mis ojos y me di cuenta que me encontraba acostada en una habitación completamente a la que se encuentra en la casa de mis padres.

«Casa de mis padres», pensé con cierta nostalgia. Aquel lugar que fue mi hogar durante la mitad de mi vida pasó de ser mi casa a ser la casa de mis padres. Y, no voy a negarlo, me duele muchísimo que sea así ahora. Tuve la opción de quedarme un tiempo más con ellos, pero éso significaba que ambos se tuvieran que sacrificar el doble para comprarme un auto para irme a la universidad, y ya no quiero éso. No es justo para ellos sabiendo que dentro de muy poco seré mayor de edad, que ya tengo trabajo y que tranquilamente puedo arreglármelas completamente sola.

Suspiré. En el hipotético caso de que decida quedarme un tiempo más con ellos, de igual forma sabía que en algún momento me tenía que ir de la casa para comenzar a vivir mi vida. Y que los iba a extrañar desmesuradamente como ahora mismo los extraño.

Ahora mismo me doy cuenta de las ironías de la vida: deseamos tanto crecer, ser adultos para vivir como queramos y escapar del "encierro" en el cual nos mantienen nuestros padres por gran parte de nuestra vida, y una vez que estamos en la etapa que llevábamos anhelando por mucho tiempo, de repente queremos volver a encerrarnos en nuestra infancia y adolescencia para siempre y que nuestros progenitores nos protejan de la vida adulta que nos espera impacientemente afuera.

Luego de reflexionar sobre la vida y las bipolaridades de todo ser humano, me decidí a levantarme de una vez por todas. Aproveché a medirme el nivel de la glucosa y a tomar mis medicamentos anticonvulsionantes. Salí de mi habitación, arrastrando mis pies ante cada paso que daba, y me dirigí al pequeño baño que se encontraba en el pasillo; frente a mi habitación se encontraba la de Kim.

Golpeé la puerta, y una vez que corroboré que no estuviese ocupado por mi amiga, me adentré en él. Hice mis necesidades, me cepillé los dientes, me lavé la cara con agua fría para despabilarme un poco, y salí de ahí, dirigiéndome ahora a la cocina. Desde la distancia pude escuchar cosas siendo movidas de lugar y cubiertos chocándose entre ellos, por lo que pude deducir que Kim se encontraba preparando su desayuno. Un aroma a café se coló por mis fosas nasales rápidamente.

—Buenos días —la saludé, dirigiéndome a la alacena para buscar una taza—.

—Buenos días a ti igual —dijo Kim, dirigiéndose a la mesa para sentarse—.

Sí, se ha sentado en la mesa.

Tomé el envase de café que había al lado de la cafetera, y me puse a prepararlo.

Mentiras Piadosas. «Muda 4».Where stories live. Discover now