9.- Pláticas engañosas.

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Estaba escribiendo cuando una voz proveniente de afuera lo interrumpió, lo cual le molestó, más luego recordó que jamás le llamaban a la puerta.

—Hora de desayunar —jamás le llamaban para comer. Por lo general la comida aparecía en su cama después de las consultas. Pero no siempre tenía consultas, ¿cómo aparecía la comida entonces?

Abrió la puerta y era una mujer mayor, unos cuarenta quizá. Vestida con ese trajesito negro que usaba Mariana. Vestido negro con mandil blanco. De limpieza. Mariana limpiaba y cocinaba. Era eso. Ama de llaves. ¿Mucama? Al diablo, no recordaba como se llamaba. Le diría Ángela, porque esa mujer tenía cara de Ángela.

—¿Desayunar? ¿Qué no la comida aparece mágicamente aquí? —la expresión del castaño era lo contrario a la cara aburrida de Ángela.

—No chico, la comida no es "mágica" —su tono de voz era como molesto, no lo trataba tan bien—. Yo vengo cada mañana, cada tarde y noche a dejar tu comida. Pero al parecer no te das cuenta porque entro y a veces estás acostado en el suelo o mirando la pared, a veces con audífonos por allá.

Señaló una esquina de la habitación roja. Ahora entendía el porque la comida aparecía mágicamente. Siempre andaba divagando cuando Ángela entraba a su cuarto.

—La doc quiere que desayunes con ella.

La rubia con canas ya visibles estaba cansada, siempre le tocaba lidiar con los loquitos de Eleonor, no sabía que veía ella, pero cuando hablaba de sus pacientes sus ojos brillaban. Para la mujer de limpieza, no eran más que personas que habían vendido su alma con el diablo y habían hecho cosas terribles en su vida, por eso pagaban las consecuencias, ya no distinguían de lo que era real o no.

—Está bien Ángela, ¿donde desayuno?

—No me llamo Ángela, me llamo Laura. ¿De donde sacaste eso?

—Tiene cara de Ángela, le diré Ángela, porque usted me recuerda a un ángel, con sus hermosos cabellos rubios que terminan en un tono grisáceo y sus ojos tan claros como la pureza del cielo. Y su piel terza y cuidada como la de un bebé. Tiene veinte años ¿no?

No pudo evitar sonrojarse, últimamente Jonh no le decía cosas hermosas, a veces iban a la cama sin ni si quiera mirarse. Lo niños ya estaban grandes, tenían sus casas aparte. Ángela (Laura) le sonrió al chico, ahora atractivo y le señaló donde estaba el comedor. Quizá el diablo se había apiadado de su alma.

—Que coma muy bien señor Parnel —fue lo último que escuchó Ryan al bajar las escaleras. Al menos había sacado una sonrisa de esa cara desausiada de la señora. Sabía que ya estaba en sus cuarenta años, tirando a unos cincuenta, pero le hacía falta que alguien le dijera que era hermosa y la volviera a ruborizar como en su juventud.

Al llegar al comedor Ryan se sobresaltó al ver a Eleonor con una taza de té y periódico en mano, leyendo tranquilamente mientras a un lado de ella estaba... Zara.

¡La chica de las marionetas! ¿Pero que hacía ahí? Se suponía que no debían verse. Quizá Eleonor había decidido que era tiempo de que se vieran.

—Ryan, chico, adelante sientate —Zara se volvió a verlo con una expresión de pánico, le decía con los ojos "no nos conocemos" "no nos conocemos" o quizá "vaya que guapo eres Ryan" bueno, era más probable primera opción ya que se veía en apuros.

—Buenos días azules doctora Leo. ¿Quién es la joven y bella invitada de esta mañana tan verde? —con su tono ligero de voz, refrescaba el ambiente tenso.

—Buenos días azules Ryan. Ella es Zara, pero no fingas demencia, sé que se conocen. Ella suele burlar la seguridad muy seguido, así que, mejor hablen bien y no a escondidas —le sonrió a ambos quienes se regresaron a ver sorprendidos.

—Hola chico de las más...

Eleonor leía el periódico y no vio que Ryan le hizo señas a Zara para que no dijera sobre las máscaras, porque la doctora no sabía y no tenía que saber. No sabía como Zara lo sabía pero Leylen estaba enojada por eso. ¡No le puedes decir a nadie! ¡No debes! ¡Y tú no quieres decirle a nadie! ¡Nadie! Las máscaras son nuestro secreto amor, secreto. Si alguien más sabe, la magia se pierde. La magia se había perdido y Ly estaba furiosa por eso.

—Más... Cotas. Mascotas —terminó la chica.

—Que raros apodos se ponen ustedes.

Eleonor ni si quiera los regresaba a ver, los escuchaba, pero quería dar la apariencia de que no.

—¿Cuántos años tienes Zara?

—¿Cuántos crees que tengo? —sonrió de una manera coqueta, Zara tenía un cabello castaño, mucho más claro que el de Ryan, pero sus ojos no eran claros. Él juraba haberlos visto como los de Ly, pero no. Eran oscuros. Que mala visión había tenido.

—Unos diecisiete. Por tu inmadurez, sí, diescisite —no le devolvió la mirada de coqueteo.

—Ni si quiera me conoces aún y ya me dices inmadura. Pero sí, tengo diecisiete —le devolvió la mirada de indiferencia—. ¿Y tú señor maduro? ¿cuántos años llevas viviendo?

Para Ryan esa pregunta fue como un balde de agua con hielo. ¿Qué edad tenía? ¿Cuándo era su cumpleaños? Hacía mucho que no llevaba la cuenta de eso, con suerte sabía que mes era. Y solo lo sabía porque hace poco había sido año nuevo.

—Realmente —tragó saliva—. No lo sé. No me gusta medir el tiempo, porque odio los relojes. Odio que el segundero haga tanto ruido y me recuerde que sigo viviendo. Odio recordar que he malgastado mi vida, que no sé porqué estoy aquí. Y a veces incluso no recuerdo nada.

Reinó el silencio, las caras de ambas mujeres estaban estáticas. Eleonor bajó el periódico y regresó a ver a su chico. No había mostrado signos suicidas, claro, hasta ahora.

—¿Qué día y fecha es hoy Parnel? —preguntó la doctora, tratando de indagar en sus reacciones. El chico comía cereal, como si no tuviera preocupaciones.

—Es... —quería ahogarse en su cereal y salir de ahí. No sabía la respuesta a esa pregunta. ¿Era enero? La cabeza le estaba empezando a doler—. Hoy es martes veintitrés.

—No cariño, hoy no es ese día —le aclaró Zara.

«Pajarillo ¡hoy es un día especial! ¿no recuerdas? Mi lindo pajarillo, no trates de coser tus alas, las he cortado perfectamente para que no puedas volar. Deja de pensar en volar y concentra tu tontuela mente. Recuerda que día es hoy.»

—Hoy es sábado Ryan, sábado veintiocho.

—No Leylen por favor, deja ese cuchillo, ¡no! No vuelvas a hacer eso, las lastimas. ¡Ly! ¡No vuelvas a cortar mis alas! Prometo ya no tratar de escapar, solo no me lastimes —el castaño se había salido de la conversación. Accidentalmemte había dicho en vos alta, algo que se suponía era un pensamiento.

—Creo que él es el peor de nosotros. ¿No es así Eleonor? No había visto tal discordia en las pláticas con Jason. Al parecer soy la menos demente de nosotros.

Zara siguió comiendo, mientras observaba al chico frente a ella, divagar en sus celdas mentales. No sabía quien era esa tal Leylen, pero se notaba que le había causado mucho sufrimiento. Que raro, una mujer que hace sufrir a un hombre, pensó.

—Cada uno tiene su propio problema Zara. Cada uno es un demonio distinto.

—Los demonios de tu infierno —terminó Zara.

—Hoy —habló Ryan. Fuera del tema. No había escuchado lo que habían dicho —. Hoy iba a ser nuestra boda. Yo quería casarme lo antes posible y ya tenía todo planeado. Ni si quiera pude pedirle matrimonio. Y ahora, ahora nunca sabré lo que me hubiera respondido.

Y el castaño, estalló en lágrimas. Porque recordó cosas, que no eran saludables recordar. Al menos para él.

Leylen le seguía jodiendo con sus gritos.

¡No llores maldito pajarillo!

Cordura en decadenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora