8.- Aire pesado.

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—¿Has sentido que te ahogas? No literalmente, osea, no en el mar. Ahogarse en aire. Que sientes que aire que respiras se vuelve pesado en tu interior, como si la frustración, las decepciones, la incomodidad, el enojo, el odio.

»Todo, todo se mezcla en el aire y lo vuelve más pesado. Hace que te ahogues en él. Tu pecho duele, sientes como hormigas en el cuerpo, tu cabeza te da vueltas, pero nadie lo sabe. Nadie lo comprende. Porque creen que estás bien y quizá te vez bien. Pero no lo estás, te miras en el espejo y te odias, aunque habías tratado de estar bien contigo, tratar de amarte. Sientes un hueco. Un hueco que esperas que una persona lo llene, porque eso es lo que vemos en las películas, pero no es cierto. No siempre una persona llena esos huecos. Las parejas son un complemento. A veces, cuando buscamos a alguien para llenar nuestro hueco, todo se va a la mierda. Porque nunca es lo que esperamos, porque cuando queremos oro solo tenemos tierra. Cuando queremos amor, lo tenemos, pero amor maligno que vuelve nuestro aire pesado. Nos asfixiamos en nuestros pensamientos haciendo miles y miles de preguntas que quizá para los demás sean tontas. Muy tontas. Incluso cuando las pensamos, nosotros mismos nos juzgamos, nos regañamos por exagerar, por hacer drama. ¡Es un pequeño problema! ¡No exageres! Creemos que nos dirán los demás. Pero siento que, si a nosotros nos parece lo suficientemente interesante podemos hacer el drama que queramos. Nuestro problema está en que basamos la mayoría de nuestra vida en lo que piensan los demás. Moldeamos nuestro pensar en otras cosas que ya han pensando antes. ¡Pero eso no está bien! Nos roban nuestra identidad, nos arrebatan todo. Sin que se den cuenta. Nuestra mente fábrica pensamientos que no tienen sentido, pero deben de tenerlo, muchas preguntas que queremos saber la respuesta pero no sabemos como obtenerla. ¿Cómo obtener la respuesta? ¿Qué pregunta es la que quiero formular? ¿Por qué hay inseguridades? ¿Por qué existe el miedo? ¿Por qué el amor jode tanto? ¿Por qué la muerte de una persona nos afecta tanto? ¿Por qué existe el amor? ¿Por qué existimos? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué significa dar todo por alguien? ¿Por qué decimos arriesgar la vida por alguien? ¿Por qué existe el dinero? ¿Cómo es que existe el mal? ¿Qué es la maldad? ¿Estas preguntas son tan estúpidas? ¿Por qué me están gritando? ¿Hay respuestas suficientes para las miles de preguntas que tengo? ¿Por qué existen esas respuestas? ¿Quién descubrió las respuestas? ¿Fue alguien que pasó por lo mismo? Nos dan las respuestas y con eso nos moldean como quiera. Por eso... ¿Qué es la muerte? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Por qué la gente se quita  vida? ¿Por qué existe el suicidio? ¿POR QUÉ MI LEYLEN SE SUICIDÓ?

Paró de hablar. Tomó aire. Aire que hacía que le doliera su pecho y su cuerpo se sintiera más pesado. Se había ido muy lejos, demasiado quizá. La doctora no había dicho nada y no sabía que tan bueno era eso. Surgían más preguntas y podía estar así mucho más tiempo. Mientras más pensaba más preguntas se formulaban en su cabeza. ¿Estaba perdiendo la razón? ¿Estaba loco? ¿Las voces que escuchaba eran reales? ¿Eran parte de su cabeza o solo se estaba mentalizado de que estaba loco y escuchaba lo que quería escuchar y solo fingía que no las quería escuchar? ¿Qué pasaba por su cabeza realmente? ¿Podía controlarlo?

—Mira que descubrimiento he hecho —habló la doctora. —Con preguntas simples respondes cosas enormes. Solo te pregunté ¿cómo estabas? Vaya que necesitabas sacar muchas cosas ¿verdad?

Ryan miraba el techo del consultorio, acostado en el diván, haciendo ademanes con las manos indicando que estaba pensando.

—Supongo que todos en algún momento debemos de sacar lo que nos molesta e incomoda. Compartirlo con alguien. Muchas veces tenemos miedo de que se burlen... Miedo.  Pero vaya que ayuda compartirlo, siento que la presión en mi pecho a disminuido. Es bueno sacar lo que te pensamos, con las personas indicadas. —Volvió a hablar el chico. —A Leylen le contaba muchas cosas, casi la mayoría de lo que pasaba en mi vida. Sabía que le tenía miedo a las abejas, porque jamás, jamás, me ha picado una. Me dan miedo...

—¿Qué más te da miedo?

Se quedó un momento en silencio. No le habían preguntado eso. O quizá sí. Quizá no. Quizá tal vez. Quizá, quizá. ¡Deja de repetir las palabras! No, si.
¿Miedo? ¿Qué es lo que más le daba miedo?

—Ella. —Volvía a hablar con esa vos, otra distinta. Ryan. ¿Y si no era Ryan? ¿Si era un desorden de personalidad? Conocía eso, ya había tratado con pacientes así. Muchas dudas también llegaban a la cabeza de Eleonor.  Podría ser eso, una personalidad alterna, una que decía la verdad, la que recordaba todo bien. O quizá era el verdadero Ryan que trataba de volver. Y aquel, inocente y manipulable muchacho frente a ella era su personalidad alterna. Para auto-protegerse del verdadero. Tal vez como el decía, moldeó su ser para que evitaran lastimarlo. Pero el Ryan que estaba frente a ella, parecía tan frágil.

—¿Ella? ¿Quién es ella?

¿Debía decirlo? ¿Esa consulta era real? ¿Estaba hablando? No, no, pero sí, sí tenía que ser, pero no podía no. No. ¡No! ¡NO DEBÍA! ¡Pero tenía que! Pero, pero, pero ¡no repitas las palabras pajarillo! ¡No repitas! ¡Te vez nervioso! ¡Siempre tienes que ser fuerte! ¡Fuerte!

—Leylen. —Habló, ¿realmente había hablado? Por un momento parecía que esa palabra había salido sola, se había fugado entre el desastre de su mente y había escapado. ¿Cómo? ¿Por qué?

—¿Por qué te da miedo? —La doctora estaba más intrigada que nunca. Había leído el cuaderno que le envió Mariana. El chico mentía casi todo el tiempo. Mentía pero el no lo sabía.

—Leylen no era buena.

—¿Cómo era?

—Ella era... —Su tono era más grave de lo normal. —Maravillosa —. Había vuelto el Ryan enamorado.

—¿Maravillosa?

—Así es, perfecta. Hermosa, inteligente, bella y alegre. Mi Ly era muchas cosas

—Pero menos buena.

—¿Qué? —El castaño estaba extrañado, ¿por qué había dicho eso? Ly era maravillosa y lo maravilloso es bueno. Jodidamente maravillosa, por eso el no estar con ella le ardía y seguía doliendo tanto. —Ella era buena. Siempre fue buena conmigo.

—¿Siempre?

—Siempre.

—Tengo un regalo para ti, chico. —Cambió de tema. Si seguía así, probablemente él seguiría insistiendo que era buena. Pero había más cosas, muchas cosas más. No era un simple suicidio. No era un simple muchacho tratando de superar el duelo. No. Había miles de cosas más detrás de esa pareja que parecía perfecta. Detrás de esas sonrisas enamoradas y ojos brillosos de las fotos. Parecía que él afectado en esta situación era Ryan. Entonces... ¿Por qué la que se suicidó fue ella?

—¿Regalo? No he recibido uno en mucho tiempo. Casi como en un millón cuatrocientos setenta y ocho mil quinientos días. —Exclamó extrañado. —Espere, ¿es mi cumple años?

—No, no, querido. No es tu cumpleaños. Solo es algo para que recuerdes tus viejos tiempos de escritor. —Le guiñó el ojo y le extendió un cuaderno de pasta dura y color rojo escarlata. Era pequeño, de esos cuadernos medianos que no recordaba su nombre, pero recordaba un cuaderno similar.

—¿Está nuevo?

—Está en blanco, puedes llenarlo con todas las palabras que desees. No es necesario que yo lea lo que escribes. Es tu cuaderno privado.

Privado.

Privado...

¡Privado!

‡‡‡‡

—Gracias por mi cuaderno Mariana.

El niño estaba feliz, más de lo que había estado en mucho tiempo. Escribir le ayudaba a no estar aburrido en su casa.

—De nada chico, recuerda que es privado. Solo tú podrás escribir en él y solo tú podrás leerlo.

‡‡‡‡

—Es como uno que tenía de niño. Que coincidencia. Gracias Mar... Eleonor.

De algún modo, Eleonor le recordaba a Mariana. O quizá Mariana era la que se parecía a Eleonor. Eran amigas, era de esperarse.

Había recordado un poco, pensó la pelinegra. Había funcionado. Ryan no dejaba de mirar el cuaderno y se notaban las ansias de llegar a su habitación y escribir.



Cordura en decadenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora