6.- Desastre andante.

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1994

Jamás en su vida había visto la nieve. Y probablemente jamás en su vida la vería ni la tocaría. Así como jamás tocaría esa flor que por días había visto crecer. Salir de la casa no sea una opción. No sabía el porque a la pregunta que siempre se hacía. Si le preguntaba a los mayores solo le decían que era "por su seguridad" ¿qué podría pasar si salía a jugar con los niños de afuera? No sabía. Apenas tenía ocho años y su madre ya le había arruinado la infancia. Le decía que el exterior era malvado y era mucho mejor estar adentro.

Mariana a hurtadillas le abría la ventana de vez en cuando, solo para que pudiera observar afuera. Desde esa ventana veía la flor roja que florecía en el jardín de la señora Guzmán.

—Me gusta mucho el rojo. —Le repitió  a Mariana por enésima vez.

—Claro que te gusta.  Lo has dicho como un millón de veces chiquillo. —Le acarició el cabello castaño que probablemente estaba mucho más cuidado y suave que el de ella.

—Quiero salir. Antes iba a la escuela. ¿por qué ya no? Sé que hay clases es febrero. No son vacaciones. ¿por qué no puedo ir a la escuela?

—Bueno pequeño, ya te he dicho que tu madre no puede dejarte salir. Lo hace por tu seguridad creeme. Es mejor así. Además tienes a Támara ella es tu profesora. Como si fueras a la escuela. —La mujer rubia le sonrió mientras le daba un abrazo. Mariana era muy linda con él, siempre. Pero cuando de salir se trataba todo se iba por el caño.

Era como su segunda madre.  Quería mucho a Mariana, ella tomaba el lugar de mamá en muchas ocasiones, mamá se la pasaba en la computadora haciendo quien sabe que cosas. Ryan trataba de jugar o hablar con ella pero desde que él dejó de ir a la escuela, mamá había dejado de salir al trabajo. Desde que la casa dr había vuelto una prisión, mamá había cambiado mucho y ya casi no sonreía. Ahora trabajaba en la casa y desde su computadora. Tenía unas bolsillas en los ojos moradas. Ojeras, según le había dicho Mariana que se llamaban. 

—Mamá. Me duele mi cabeza. —Le habló el pequeño a la desgastada mujer.

—¿Qué? ¡Oh! ¡Hola cariño! ¿Qué te duele? —Dijo sin dejar de escribir.

—La cabeza. Duele. Mucho.

—Oh mi pequeño desastre andante. Ven, te daré algo para que ya no te duela. —Se levantó. Cuando mamá estaba de buenas no ignoraba a su único hijo.

—Mamá recuerdame porque me dices desastre andante. —Dijo con voz baja el castaño quien estaba sentado en la silla.

—Porque eres pequeño. Y a veces un desastre. ¿Recuerdas aquella vez que ayudaste en la cocina a Mariana y en vez de azucar agregaste sal al postre?

—Oh, sí. —Se carcajeó por lo bajo. —Todos pusieron caras de asco.

—Bueno, también aquella vez que no encontrabas tus zapatos favoritos, ya casi llorabas pero los habías dejado bajo tu cama y no lo recordabas. Hiciste de la casa un desastre buscándolos. —Le dio una pastilla junto a un vaso con agua y se sentó con él. —Por eso y muchos desastres más. Mi pequeño desastre andante. Porque andas. ¿Entiendes?

—Ya entiendo. Entonces, ¿soy un desastre de niño? —Hizo un puchero.

—Sí. Y por eso te digo así, para que comprendas que aunque a veces provocamos desastres no debemos angustiarnos. Es mejor recordarlos divertidos. Es mucho mejor ver el lado bueno de las cosas. No te pongas triste porque eres un desastre. Sé muy feliz. Porque a los niños felices no les importa hacer desastres con tal de llegar a lo que buscan. Tú, mi pequeño Ryan, eres el mejor desastre de mi vida. Recuerda eso siempre. Yo te voy a amar sobre todas las cosas ¿vale? Aunque a veces tengo que trabajar mucho, estaré ahí cuando sea necesario. ¿De acuerdo?

—De acuerdo mamá. —Le dio un beso en la mejilla y un abrazo. Vaya que amaba a su mamá.

Ese mismo día Mariana le regaló una libreta roja con una pluma de diseños muy raros pero también era roja. Le dijo que cuando no sabía que hacer o no sabía como sentirse escribiera.

Y lo hizo. En aquella primera libreta de escritura comenzó el amor a las letras. Lo primero que escribió fue un texto sobre amor. Amor de mamá.

Enero del 2012

—Malvada. Era malvada. No sé porque pero me trataba muy mal. ¡Era su único hijo! ¿Qué hice yo para que me tratara mal? —Repondió el castaño a la pregunta sobre como lo trataba su madre. Eleonor observaba con atención. De nuevo algo no contrastaba. Los matices no coincidían.

—¿Cómo se llamaba tu madre?

—Alessandra. Le decían Sandy o Ale. Yo solo le decía mamá. —No dejaba de moverse de un lado a otro en el diván.

—Describe alguna situación en la que te trató mal. —Le pidió con total serenidad.

Se quedó pensando pero no se perdió. Por primera vez al pensar no subió a esa nube de pensamientos.

—Una vez le dije que me dolía la cabeza y solo me ignoró. Me dijo que fuera con Mariana para que solucionar todo. No solía pedirle cosas a mi madre, pero quería probar si me hacía caso. Me llevé una gran decepción.

Eleonor anotó en la tabla lo suficiente. Siguieron platicando acerca de su madre y cuando acabó el tiempo recibió una llamada de una amiga, para ser exactos, la única amiga que tenía. Mariana.

—Eleonor. Un gusto. ¿Qué tal todo ahí?

—Oh Mariana, Ryan es como un desastre en el interior. La mayoría de mis pacientes así son.

—Su madre solía decirle desastre andante. Por eso mismo.

—Me ha dicho que su madre era muy mala con él.

Hubo un silencio corto.

—No. Alessandra no era mala.  No sé que cosas dice mi chico pero... Encontré algo que podría servirte mucho.

—¿Qué has encontrado?

—Su libreta roja. Como su diario. Empezó a escribir desde los ocho y ahí te darás cuenta de como eran las cosas en realidad. Ten cuidado con Ryan Ele, porque él es capaz de hacer todo por obtener lo que quiere.

—Lo he notado. Tranquila. No lo hará conmigo. ¿Puedes enviarme la libreta? Seguro me servirá para verificar la veracidad de sus palabras.

—Te llegará como en una semana. Hoy mismo la envio. Me tengo que ir, hablamos luego... Llegó James.

—Cuidate mucho. Adiós Mariana.

Colgó y las supocisiones le llegaron a la cabeza como hormigas al pan. Muchas. Ryan mentía. Pero no se daba cuenta.



El castaño llegó a su habitación y había otra nota de esa chica que le había causado intriga.

“Ryan, averigüé tu nombre. Me gusta mucho. ¿Cuándo podemos vernos en persona y hablar? Revisé la agenda de Eleonor y saldrá en una semana a un viaje de dos días. ¿Qué tal si nos vemos? Puedes escribir tu respuesta y dejarla bajo mi puerta. Yo la leeré. Estás tan guapo."

Adolescente. Eso era seguro. Ya la había visto en persona y le daba curiosidad conocer a más gente ¿qué hacia ella ahí? También quería saber eso.

Después de todo era un lugar más interesante de lo que creía.

Cordura en decadenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora