Parte 4

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Parte 4

A Creta llegó primero, y anduvo con cuidado, que sus afamados arqueros y honderos, son famosos por su puntería, y capaces eran de darle un disgusto. Tras buscar, encontró a Atenea en el palacio del rey Argesilao para enseñarle estrategia. En el patio de dicho palacio, entrenaban los hoplitas de dorada armadura, y en el campo de tiro, los honderos y arqueros, agudizaban su puntería. En una ventana, esperó a que la diosa pasara para ver si podía hablarle a solas, pero oscureció, y Atenea no se movió del lugar.

Entonces, temió que el rey la hubiera invitado a dormir en su palacio. Tres días más, estuvo el paciente cuervo esperando la ocasión; más ésta no llegó. De improviso, vio a un delfín asomarse en la playa. Allí fue. Era el alegre Arkandio, uno de los mensajeros de Poseidón.

-Querido cuervo. Poseidón, y Hades, preguntan por tu misión. Deberás apresurarte y concluirla de modo favorable.

-Mi querido y burlón Arkandio ¡Qué más quisiera yo, que acabar ahora mismo! Pero no se me presenta la ocasión para ello.

A lo que el majestuoso delfín, de graciosa figura y ágiles movimientos, contestó.

-¡Mira! Necesario es acabar pronto, que en Lesbos pronto llegarán las fiestas de primavera, y tanto tu señor como el mío, quieren a toda costa fastidiar a Afrodita ¡Necesario es solucionar el problema, de una vez por todas!

Viendo Lemúnaco que el tiempo es oro, y la torpeza, plomo; aleteó las alas, volando de arriba hacia abajo, al tiempo que el calmado mar se iba embraveciendo. Sintió en su interior, lástima por lo que iba a hacer. Graznó, ordenando al viento y el mar, que arrasaran y destruyeran toda embarcación existente en la isla. Al hacerlo, pensó en su interior, que para hacer una justicia, iba a cometer muchas desdichas. Igualmente, ordenó que una espesa niebla cubriera la isla De esa forma, nadie podría entrar ni salir de allí.

Muchos pescadores que vivían de la mar, vieron arruinadas sus embarcaciones y negocios. Sabedores de la presencia de Atenea en palacio, protestaron. Imaginaban con justicia, que las discrepancias con los dioses padres, eran la causa de su ruina. Por ello, Argesilao, la retuvo en su palacio, protegiéndola de la turba enfurecida, no sin antes comprometerse a abrir los graneros y abastecerles de comida.

-¡Oh bruto sin parangón alguno, oh salvaje de corazón de piedra! ¿Qué es lo que has hecho? Ahora ésta pobre gente no podrá vivir de la mar, ni recibir comercio del exterior. Dijo el burlón delfín al severo cuervo.

-Deja de molestarme, oh impaciente mensajero marino ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Acaso me dieron oro para sobornar a la guardia de Argesilao para que secuestrara a Atenea hasta la primavera? ¿Tal vez había una poderosa armada dispuesta a bloquear la isla, sin yo saberlo? No te importe lo sucedido, que todas éstas medidas son provisionales, ya que la muerte del infeliz Olintheo, está próxima.

Hacia Lesbos voló el enviado de Hades. No tuvo ninguna dificultad en encontrar a la licenciosa Afrodita. Junto a cuatro de sus sacerdotisas, salían de su templo, y se dirigían alegremente al campo, en busca de hombres con los que compartir el lecho.

-Parece que llego, justo a tiempo. Pensó el córvido.

Cogidas de la mano, gritando, y revolcándose por la hierba, iban las cinco hembras. Cuando estuvieron lo suficientemente alejadas del templo, Lemúnaco, descendió a un árbol, y habló:

-¡Oh, lasciva Afrodita! Reina de todas las rameras, y primera de ellas ¡Tú que llenas el corazón de los hombres, de vivos deseos de lujuria e infidelidad! ¡Tú, que arruinas a gentes honradas, por tal de compartir tu cama con ellos y propagar tus liberales costumbres sin importarte sus familias! ¡Tú, reina de todos los vicios imaginables! ¡Escúchame! ¡A ti te hablo! ¡Me envían Poseidón y Hades, y me han concedido poder para castigarte!

Las cinco mujeres oyeron asombradas a la negra ave. Afrodita enrojeció de ira, y se dispuso a coger una piedra para tirársela al atrevido cuervo. No tuvo tiempo de ello. Lemúnaco volvió a invocar a los vientos, quienes en el acto, derribaron a las mujeres. De inmediato, unas nubes oscuras cubrieron el cielo. Empezó a llover a cántaros, y granizo. Cayeron rayos por doquier. Las mujeres gritaban angustiadas, andando torpemente sin saber a dónde ir, pues ni el viento las dejaba caminar, ni las nubes las dejaban ver el camino.

Escondido en un árbol, el cuervo sonrió y ordenó a los elementos continuar durante seis horas. Pasadas las cuales, emprendió el vuelo de regreso.

-Vuela alto, oh loco de entre los locos, y no pares hasta llegar a los oscuros dominios de Hades, no sea que alguna orca o tiburón te devore ¡Entérate! Se te ha quitado la facultad de ordenar a los elementos. Has causado gran ruina en la región. Se han perdido muchas cosechas, los rayos han quemado tres graneros. Los ciudadanos odian a Zeus y a Poseidón. Los babilonios del lugar, quieren hacer un templo a Baal. Afrodita está muy enferma, lo mismo que sus sacerdotisas. En Lesbos nadie quiere fiestas. Todo eso, gracias a ti. Regocíjate, oh, carnicero.

El que hablaba así, era Arkandio, por supuesto. El cuervo no supo qué pensar de ello. Al ágil delfín conocían todos por su fama de burlón. Pero pronto empezó a ver siniestras siluetas en la superficie del agua, saltando. Decidió pues, hacer caso de la advertencia. También notó negros nubarrones acercarse, de los cuales salían luminosos relámpagos, que caían no muy lejos de él. Lemúnaco estaba muy apurado.

Entonces, vio a una persona volando hacia él. Era Hermes, el mensajero de los dioses.

-Ven conmigo, ¡Oh, cuervo! Mi padre Zeus está furioso contigo, al igual que Poseidón. Pero no, el despechado Hefaistos al que agradó lo que le hiciste a Afrodita, su esposa infiel. El dios tiene algo para ti.

Acompañado por el mensajero Hermes, Lemúnaco, bajó. Se introdujeron en una cueva de infinitas galerías y oscuros pasillos. Pasado un largo caminar, llegaron a la fragua de Hefaistos, quién les dio gozoso, la bienvenida.

-Bienvenido ¡Oh Lemúnaco! El más grande de entre los grandes, y el más justo de los seres que pueblan el espacio. Toma, ponte ésta prenda que he creado para ti. Sabes bien el infortunio que te persigue. Con ayuda de esto, nada has de temer, que ni los rayos del poderoso Zeus osarán acercarse a ti, ni ninguna criatura podrá tenerte en su boca por mucho tiempo.

Se puso el chaleco gris, el oscuro Lemúnaco, y tras agradecer a Hefaistos su ayuda, siguió por su camino. No faltaron rayos que iluminaran su vuelo, ni criaturas que saltaran del mar para devorarlo. Por suerte, llegó pronto a los infiernos, descubriendo al furioso Poseidón, hablando con Hades.

-¡Bestia de entre las bestias! ¿Qué daño te han hecho los habitantes de Creta y de Lesbos para tratarlos de esa manera? Gracias a ti, nos aborrecen. Te concedí el mando de los elementos para que castigaras a Afrodita y Atenea ¡Oh, torpe de ti! También has dañado a la población.

A lo que Hades contestó en defensa de su mensajero.

-Déjalo ya, oh dios del mar. No debes guardar rencor a Lemúnaco, puesto que él no es un dios, y no sabía cómo manejar con destreza los elementos. Más bien te digo, que la culpa es nuestra, por confiar en quién no sabe.

El resignado Poseidón, exclamó:

-Sabias palabras las tuyas, dios del tártaro. Pero no perdamos más tiempo. Mandemos a Lemúnaco con Olintheo, que parece que su salud va empeorando y necesita consuelo.

-Razón tienes; ve y dile a ese pastor, que no permitiremos que la isla caiga en manos de esos siniestros hombres. Luego te quedarás con él, consolándolo hasta que fallezca y velarás su cadáver. Una vez muerto, mandarás que lo entierren.

La isla de los falsos poetas (la olinthiada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora