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Tocamos al timbre y después de unos minutos, Alice abre la puerta mirándonos con el ceño fruncido.

—¿Chicos? —dice confusa —¿Q-qué hacéis aquí? —empieza a toser.

—Necesitamos hablar seriamente contigo, Als —murmuro dando un paso cerca de ella, y los demás asienten.

—¿De qué? —pregunta haciéndose a un lado para que entremos a la casa. Cierra la puerta cuando ya estamos dentro y se gira sobre sus talones, esperando una respuesta.

—Creemos que estos últimos días solo nos has dado excusas —interviene Nat cruzándose de brazos —Y que estás ocultándonos algo.

—C-claro que no —ríe nerviosa —Es verdad que estoy enferma. ¿Por qué no me creéis?

—Alice, no soy quién para decirte qué hacer o no, pero pienso que si tienes algún problema serio, es mejor que nos lo digas —dice Iván.

—Solo queremos ayudarte —añade mi hermano, y esta bufa.

—¡Os he dicho que no me pasa nada! —nos grita dejándonos sorprendidos
—¡Solo estoy enferma de gripe, joder!

—Pero... —intento decir, pero me interrumpe furiosa.

—¡Pero nada, Paula! —chilla —Será mejor que os vayáis de aquí.

—Ahora —dice al ver que no tenemos ninguna intención de irnos. Suelto un suspiro y miro a Nat.

—Está bien, vámonos —camino hacia la puerta y ellos me siguen en silencio, supongo que ninguno de nosotros esperaba esa reacción de Alice.

Giro el pomo de la puerta y salimos fuera de la casa. Al instante, escuchamos gritos y lamentos que nos dejan petrificados. Alice está llorando desconsoladamente.

Nos miramos abriendo los ojos de par en par y sin pensarlo dos veces, entramos de nuevo a la casa. Vemos a Alice tirada en el suelo sollozando y nos acercamos a ella rápidamente.

—Por favor, Alice, dinos qué tienes —suplico apartándole un mechón de cabello de su rostro.

—Nos estás matando de la angustia —dice Nat acunándole el rostro con sus manos, pero ella sigue llorando. Los chicos la miran sin saber qué decir o hacer. Están tan nerviosos como nosotras.

Cuando pensamos que no va a decirnos nada, empieza a hablar entre sollozos.

—Ellos... ellos me odian —susurra, y fruncimos el ceño.

—¿Quiénes te odian, Alice? —le pregunto, y al fin me mira.

—Mis padres adoptivos —llora, y nos quedamos boquiabiertos.

—¿Eres... adoptada? —cuestiona Nat cautelosamente, y Alice asiente.
Los chicos la ayudan a levantarse del suelo y la llevan hasta el sofá para que esté más tranquila.

—Sigue contándonos, por favor —digo sentándome a su lado. Nat, Alex e Iván hacen lo mismo.

—Mis padres me abandonaron en un hospital —dice, y nos quedamos estupefactos. ¿Cómo demonios unos padres se atreven a hacer eso? —Desde bien pequeña estuve de casa en casa, hasta que mis actuales padres decidieron adoptarme. Yo estaba muy feliz porque al fin iba a tener una familia, una familia de verdad —toma una respiración profunda, y continúa
—Pero no fue así. Desde ese día se la pasan maltratándome cuando les da la gana y tratándome como una criada. Me odian, y lo peor es que no sé por qué. Varias veces me dijeron que solo me acogieron para cobrar el dinero que se les daba por ello, yo no les importo en absoluto. Una vez me dejaron inconsciente, y me llevaron al hospital. Tuve que mentirles a los médicos diciéndoles que solo fue una estúpida caída, sino me iría peor. Pensé muchas veces en escapar, pero finalmente nunca me atrevía, supongo que era demasiado cobarde.
—suspira —Esta casa es un maldito infierno.

Me limpio algunas lágrimas y Nat hace lo mismo. Nunca pensé que Alice había sufrido tanto por culpa de esos malditos desgraciados.

—Dios mío... —digo dándole un fuerte abrazo, y los demás se unen aún consternados —Lo siento tanto, Alice. Escucha, tienes que salir de aquí cuanto antes —murmuro una vez que nos separamos, y ella niega con la cabeza.

—No puedo hacer eso, si me encuentran serán capaces de todo —dice con los ojos irritados de tanto llorar.

—No vamos a dejarte aquí ni de broma, ¿me oyes? —dice Nat con el rostro serio —Vendrás ahora mismo a mi casa y te quedarás el tiempo que necesites. Y vosotros también os quedaréis a dormir — mira en nuestra dirección, y asentimos.

—Pero... —musita Alice.

—Alice, por favor, no puedes seguir así —la interrumpe mi mejor amiga.

—Nat tiene razón —digo, y parece dudar.

—Por Dios, hazle caso —susurra Alex mirándola desesperado.

—Por favor, Alice —dice Iván serio —Es lo mejor que puedes hacer en este momento. Después nos encargaremos de tus padres.

—Está bien —suspira —Iré con vosotros.

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Tú, mi problema © #1Where stories live. Discover now