19

126K 6.6K 604
                                    

La alarma suena por toda la habitación, pero la ignoro y me arropo más con las sábanas. Tengo frío, mucho frío. Recuerdo el incidente de ayer y suelto un suspiro, seguramente me enfermé por eso.

Intento incorporarme de la cama y gimo por el dolor de cabeza.

—Mamá —digo con un hilo de voz apenas audible, y escucho sus pasos subir por las escaleras.

—Dime, hija —cierra la puerta detrás de ella y se acerca a mi cama.

—Estoy enferma, no creo que pueda ir al Instituto.

—Déjame ver—pone una mano sobre mi frente y abre los ojos de par en par. —Dios mío, tienes fiebre. ¡Por supuesto que no vas a ir!

—Avísale a Nat que no podré ir —susurro, y ella asiente para luego bajar por las escaleras. Seguramente mi amiga está esperándome en la puerta.

—Dice que te mejores, y que por la tarde vendrá a verte —me dice mi madre cuando vuelve. —También se lo dije a Alex y le pedí que la llevara en su moto. No quiero que se vaya sola.

Sonrío al imaginarme la cara de Nat agarrando a mi hermano.

—Está bien —digo, y mamá me desarropa un poco.

—Iré a comprar algún medicamento a la farmacia —se despide de mí con un beso en la mejilla —No me tardo, cariño.

Después de unos minutos, mi madre trae un vaso con agua y una pastilla disuelta.

—Tómatela, te hará bien —asiento poco convencida y me lo bebo todo.

—Ugh, está malísimo —hago una mueca y le entrego el vaso.

Así transcurre toda la mañana, mi madre cuidándome y yo sin poder apenas moverme de la cama. No sé qué haría sin ella.

***

Escucho el timbre y me levanto del sofá envuelta en una manta, sigo teniendo frío y todavía no se me ha quitado el maldito dolor de cabeza. Mamá no quiso dejarme sola en casa, pero no tenía más remedio que ir a trabajar.

—¡Zorra! —Nat se tira a mis brazos en cuanto abro la puerta. —Tu madre me dijo que estás enferma, ¿y eso?

—Digamos que ayer no tuve una buena tarde —digo haciendo una mueca mientras nos sentamos en el sofá.

—¿Por qué? —pregunta frunciendo el ceño.

Le cuento todo lo que pasó con lujo de detalles y cuando termino, Nat me mira incrédula.

—¿Lo dices en serio?

Asiento, y pone un dedo sobre su barbilla, como si estuviera llegando a una conclusión.

—Entonces ya no tengo ninguna duda, Pau.

—¿De qué? —cuestiono sin entender a qué se refiere.

—Le gustas, y mucho —dice moviendo las cejas de arriba a abajo.

—¿Q-qué? ¡Claro que no, él me odia! —chillo, y Nat enarca una ceja.

—Ajá, y yo nací ayer. ¿Es que no te das cuenta, Pau? Todo encaja, a ninguna chica le hace el más mínimo caso excepto a ti, y además, yo creo que es así de seco contigo porque no lo quiere aceptar.

—Yo... no lo sé.

—Y a ti también te atrae, y lo sabes —sonríe. —Te conozco demasiado.

Miro mis manos mientras siento mis mejillas arder.

—La verdad es que... —hago una pausa —Sí, Nat, me gusta demasiado. Siento cosas muy extrañas cuando estoy con él.

¿Para qué seguir negando lo que es más que evidente?

—¡Lo sabía! —grita emocionada.

—Bueno, cambiemos de tema. —digo—¿Qué tal en la moto de Alex?

Aparta la mirada ruborizándose.

—Muy bien, demasiado diría yo —sonríe ilusionada —Estuve tan... cómoda.

—Ay, amiga—suelto un suspiro —Ojalá algún día abra los ojos.

Tú, mi problema © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora