—Mickaellie... —advierte mi madre.

—¡No, me importa una mierda lo que vas a decir! ¡Esto no tiene ningún sentido, y lo sabes!

Sin esperarlo, mi madre se levanta y me cruza la cara de un manotazo. Duele muchísimo y tardo en reaccionar. Hacía muchos años que mi madre no me golpeaba, tal vez siquiera recuerdo que lo haya hecho, pero algo en mí se rompe en el preciso instante en que siento las lágrimas quemándome las mejillas. Esto no puede ser más humillante.

—¡Joanne! ¿Qué crees que haces? —grita Hideto.

—¿Qué manera de hablar es esa? ¡Te guste o no, somos tus padres y tienes que respetarnos! —grita mi madre también, furiosa—. Este hombre mató a mi hermana, pero ella iba a entregarte a unas personas malas, ¡hizo todo por salvarte! —ella se arrodilla frente a mí y me toma de las manos. Su voz entrecortada por el llanto me llega al alma—. ¿Y si te hubiera perdido? Mickaellie, eres mi niña, ¡mi única hija! Y-Yo..., yo no podría soportar que algo te sucediera, cariño. Sé que he sido una mierda de madre, pero tú eres la razón por la que me he levantado después de tanto dolor. Aunque no pudieras verlo, o aunque yo no lo he demostrado, todo lo que hice hasta el día de hoy fue pensando en tu futuro.

—Mamá...

Me aferro a ella. Lo hago y es un sentimiento extraño, nuevo. La relación con mi madre nunca ha sido del todo fluida, mucho menos después de lo sucedido; creí que jamás podría volver a abrazarla, que nunca recibiría afecto de su parte, pero después de todo...

—Escucha a Hideto, por favor.

Asiento y seco mis lágrimas, apoyándome en mi madre, quien se sienta más cerca de mí para no soltarme. Odio sentirme tan herida y vulnerable, y odio más que ese hombre frente a mí me vea así.

—Si te sientes mal, yo...

—No. Habla —susurro.

—Como dijo tu madre..., Erika estaba planeando entregarte a alguien. En aquel último tiempo había comenzado a frecuentar nuestra casa con mucha insistencia, e incluso nos conseguía cupones de descuento a algunos lugares y se ofrecía a cuidarte mientras nosotros nos divertíamos —Hideto cruza las manos y se las mira, tomando aire—. No nos había parecido extraño, pero... Aquel día nos regaló cupones para un spa, dijo que eran válidos solo por un día.

—Yo insistí en ir —aporta mi madre, frunciendo el cejo—. Ambos estábamos cansados del trabajo y, además, los padres de Reita estaban de visita. No podíamos desaprovechar la oportunidad de pasar un día completo descansando, sin los niños... Aún no puedo creer que te confié a ella —su voz pierde fuerza y aprieta mi mano—, y no supe ver lo que estaba planeando realmente.

—No te culpes —espeta el hombre, pasándose una mano por el abundante cabello castaño—. Esa tarde la noté muy nerviosa e iba de un lado a otro con su teléfono, nos insistía demasiado en ir a aquel lugar, así que comencé a tener un mal presentimiento. Nos fuimos al spa, pero me excusé a mitad de camino y volví, entonces la oí hablando con alguien por teléfono y yo... —se cubre la cara y oigo un sollozo de su parte—. Ella dijo que empacaría tus cosas y te llevaría, que serías un buen paquete y pagarían bien por ti. Perdí la cabeza, no podía dejar que te hiciera daño, reaccioné y no pensé en las consecuencias... No lo sé, cariño, ¿qué se suponía que debía hacer cuando esa mujer estaba a punto de quitarme a mi única hija?

—No sé qué hubiera sido peor, Hideto. No podías dejar que ella me hiciera daño, pero acabaste por hacérmelo tú.

Me levanto y me sirvo un poco de agua con las manos aún temblorosas. Estoy desconcertada, esta nueva revelación me hace sentir mal, es como si yo fuese la causa de todas estas desgracias y ahora estuviera pagando las consecuencias de la manera más cruel.
Tal vez, solo tal vez, me lo merezco.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now