Epílogo (Especial 19)

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- Vayamos a la playa en cuanto inicie el verano - dijo uno mientras se entretenía lanzando de una pelota a la pared una y otra vez.

- ¡Apoyo la idea! ¿Qué opinas Ilya?

El pelinegro se hallaba recostado en el suelo, su nuca apoyada en sus brazos con la mirada fija en el techo de aquél viejo gimnasio, cerró sus ojos por unos momentos antes de sentarse y mirara a sus amigos.

- No puedo, iré a buscar a mamá - dijo.

- Tienes 18 años, ya deja eso. Ni siquiera sabes su nombre o si sigue viva... No quiero sonar mal, pero recuerda que hubo muchos muertos en ese atentado - comentó.

El pelinegro bajo la mirada , infló uno de sus cachetes, volvió a verlo sonriente, sus grises ojos se llenaron de un brillo que ninguno de sus amigos pudo explicar.

- Levi me ha dicho su nombre hoy en el desayuno, y la tía Hanji me dado el diario que escribía mi madre cuando conoció a mi padre. Tengo una muy buena corazonada.

Sus amigos guardaron silencio.

[...]

Leía el diario con gran cuidado, soltó una cortas risas ante los comentarios de su madre al hablar de su padre, sonrió imaginando cómo fue en aquella época. La estación estaba repleta de gente, cada diez minutos un tren paraba, manteniendo el flujo constante de las personas.

Estudiantes, oficinistas, ancianos, de todo había. Ilya cerró el maltratado cuaderno en cuanto el tren paró, miró atentamente a las mujeres que descendían de éste.

Estaba ahí en la misma estación en la que sus padre se conocieron, en esa misma estación en la que se vieron por última vez esperando tener un poco de suerte.

Ya era del séptimo tren en parar, y su entusiasmo comenzaba a acabarse, miró la hora en su reloj. Era tarde, debería regresar ya.

Colocó el cuaderno en su antebrazo colocándose los audífonos dispuesto a subir al tren. Espero a que las puertas se abrieran para ingresar cuando su mirada se perdió en la mujer que descendía.

Sus miradas se cruzaron por unos microsegundos, una gran nostalgia la invadió a ella, repentinamente un gran impulso por abrazarlo le llegó, quiso llorar, y por Ilya sintió gran asombro, una calidez inexplicable como si estuviera unido a ella, quiso tomarla por él brazo, detenerla, pero él terminó por subir y ella por bajar del vagón. Las puertas se cerraron y el tren arrancó.

Ilya volvió a dirigir su gris mirar a la mujer que extrañamente también lo seguía con la mirada. Él le sonrió con ternura al no poder hacer nada mejor.

Pudo notar como una cristalina lágrima descendió por la pálida mejilla de aquella mujer antes de entrar al túnel y perderla por completo de vista.



























El Chico Del Tren | Levi Ackerman ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora