Alise XX

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Desde el umbral de la puerta del cuarto contemplé a Nicholas dormir plácidamente en su cuna.

En ese estado parecía completamente inofensivo y no el hijo de un demonio. Aún cuando Jonathan no era un leviatán completo cuando me había embarazado, no podía negar que siempre había sido un ser completamente malvado y quizá esa misma oscuridad, la que habitaba dentro de su corazón y de su alma y que formaba parte de su esencia, también yacía ahora dentro de mi pequeño.

El solo hecho de pensarlo me heló la sangre e hizo que algunas lágrimas comenzaran a derramarse inexorablemente por mis mejillas.

Lo peor era que por más mágicas que aquellas pudieran ser, lo que le sucedía a Nicholas no era algo que su poder pudiera curar. La maldad que podría estar latente en su interior, corriendo por su sangre, afianzada a su alma, no podía ser exonerada o purificada así nada más. De hecho, ni siquiera sabía si realmente aquello podía lograrse de alguna forma.

En mi mente agitada una pregunta tenía más peso que otras, y martillaba por dentro, produciéndome un intenso dolor de cabeza. Masajeé ambas sienes, mientras me cuestionaba:

"¿Cómo no he podido darme cuenta de que Nicholas es hijo de Jonathan? ¡Tantas señales he tenido! Empezando por sus rasgos y características faciales, el color de sus ojos, el rechazo de Daniel...y también el hecho de que el niño está ocupando justamente su habitación."

Las primeras noches me costaba mucho trabajo dormirlo. Nicholas parecía no poder conciliar el sueño con facilidad. Y aunque no lloraba, ni se quejaba, como un bebé normal, yo tenía miedo de que al ser tan pequeño, si permanecía tanto tiempo despierto pudiese verse afectado psíquica o físicamente en el futuro, pues conocía perfectamente los efectos benéficos y reparadores del sueño y sabía lo que su carencia implicaba.

Mis temores cesaron cuando lo traje a la habitación de Jonathan. Mi pequeño se durmió rápida y placenteramente en pocos segundos. Claro que aquello fue una casualidad, no un acto premeditado.

Paseaba por los corredores del palacio, una de mis tantas noches de vigilia e insomnio —mal que también me aquejaba en ocasiones— y algo me impulsó a entrar, un sentimiento. Tal vez curiosidad.

Aunque no es que nunca antes hubiese visto la habitación del hijo del tirano, ya que ni bien regresamos a El Refugio, después del viaje a la Tierra Mítica y nos instalamos en el palacio con Daniel, una de las primeras cosas que había hecho había sido visitar el lugar donde mi esposo había pasado sus días de cautiverio.

El cuarto de Jonathan era sórdido y principesco, como el de su madre y su hermana.

Una sensación escalofriante me había atravesado, como la gélides de la hoja de un puñal, al cruzar por el umbral por vez primera. Aunque la sensación era mental, pues sabía que me encontrada, en lo que probablemente era el sitio más íntimo, de aquel joven malvado que tanto daño había hecho.

Místicas Criaturas. El Reinado de la OscuridadWhere stories live. Discover now