Daniel XXIII

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El colosal edificio era vítreo, cristalino, pero de una consistencia tan nítida y sólida que su estructura, de aspecto cuadrangular, era tan resistente como el concreto y más que este, se asemejaba al acero.

Había sido construido íntegramente con material del éter y eso le confería gracia estelar y densidad. Tampoco era transparente del todo. Si bien, la fachada exterior, propiamente espejada, era capaz de devolver la imagen de quien cruzara frente a aquel, la visibilidad al interior era nula.

Comenzamos a caminar por la galería central, de cóncavo techo, flanqueada por diáfanas columnas de cristal. A ambos lados del pasillo principal, de pisos pulidos de mármol blanco, se abrían galerías contiguas, donde se podían apreciar innumerables filas de estanterías colmadas de libros. Las primeras cámaras contenían la bibliografía más moderna, más actual, y así seguían por orden temporal hasta aquellas vitrinas que contenían documentos de tiempos remotos, antiquísimos.

Sin duda, la biblioteca de Tierra Mítica era un reservorio del saber y la cultura Universal. Y sin vacilación alguna, podía afirmar que era uno de mis sitios predilectos.

Debimos ascender hasta el último piso, que era el décimo, donde la luminosidad era prácticamente exigua, a priori, para la preservación de los delicados pergaminos.

Allí estaba ubicado el portal, trazado, en un rúnico diseño en una de las paredes frontales, totalmente obsoleto, impenetrable. A simple vista podría confundirse como un simple tapiz, con una efigie singular e intrincada, pero los vestigios de la magia, aún arcaica, estaban presentes en el. Y sin embargo, en mis anteriores visitas, no había notado su verdadera procedencia.

—Aún dudo que esta sea una buena idea—comenté, mientras examinaba el diseño de cerca.

—Ya te he dicho que es la única manera de salvar a nuestra familia—argumentó Rafael, imitando mi gesto.

—Sí, ya lo has dicho Maquiavelo. "El fin justifica los medios"—rodé mis ojos y luego me recargué, en una de las estanterías, hundiendo mis manos en los bolsillos. Mi hermano me miró extrañado. No tenía por qué haberse leído "El Príncipe". Ni yo lo hubiera hecho, de no ser porque Argos tenía varios ejemplares en su biblioteca personal. Y vaya que entendía por qué—. Olvídalo—añadí—. Bueno y ¿cómo se supone que vamos a abrirlo?

—Iris dijo que cuando estuviéramos en la Biblioteca lo sabríamos... —respondió el alado, encogiendo sus hombros, mientras sus finos dedos, blancos como hueso, seguían palpando la textura de la pared, recorriendo las rúnicas gráficas del portal.

—¿No era más fácil que les dijera directamente cómo hacerlo?—era Clara quien hacía la pregunta, mientras husmeaba en las vitrinas cerradas, algunos ejemplares del delicado acervo bibliográfico, a través del cristal protector.

Era evidente que la pequeña castaña no conocía nada a la Reina de Tierra Mística, sino ni siquiera hubiera formulado la pregunta.

—A nuestra madre, le gustaba mucho andarse con misterios—contestó Rafael.

Místicas Criaturas. El Reinado de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora