Daniel XIX

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A pocos pasos, la estatua del ángel cobró vida

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A pocos pasos, la estatua del ángel cobró vida.

Mi hermano elevó su rostro y sus abatidos ojos se posaron en los míos, mientras me destinaba una mirada crítica, pero a la vez cargada de cierta alegría.

El reconocimiento fue inmediato. Se trataba de mi hermano Rafael. El alado esbozó una sonrisa nostálgica, y ambos nos fundimos en un abrazo.

—Hermano, creí que ya nunca te vería—susurró él, mientras palmeaba mi espalda. Mis manos en tanto, podían sentir la ausencia de sus músculos, y el contorno de sus costillas. Su estado era más serio de lo que se percibía a simple vista.

—Pero aquí estoy. No es tan fácil deshacerse de mi como creen—bromeé, forzando una sonrisa.—¿Cómo está nuestra madre?—pregunté, rogando que no dijera aquellas fatídicas palabras.

Pero el ángel no necesitó responder, pues fue la propia Reina quien habló.

—¡Daniel! ¡Mi gran guerrero! ¡Mi hijo adorado!—cantó con aquella voz dulce y melodiosa, desde el lecho, abriendo sus ojos dorados, tan luminosos como los prístinos rayos del alba.

Noté en sus palabras lo débil que estaba y también que respiraba con dificultad, y aunque no podía ver su estado físico, bajo su vestido, cuya tela brillaba como un manto de estrellas, podía adivinar que era comprometido.

Sin embargo me regocijé de verla aún viva.

—Sé que no debería estar aquí—dije ubicándome junto a ella, tomando su mano, la cual se sentía algo fría al tacto. Ante todo necesitaba disculparme—. Y sé que quebranté la ley al venir nuevamente a las tierras de las que fui exiliado.

—Y acompañado...—alegó mi madre, destinándole una mirada a mis amigos.

—Sí, también—suspiré, mientras sentía alzarse el calor en mis pálidas mejillas—. Y me disculpo por todo eso madre. Pero el caso es que desde que dejamos de recibir noticias tuyas en la tierra, me preocupé y sospeché que algo no andaba bien...

Comencé a contarte brevemente todo lo que había pasado, y lo que había descubierto en mi viaje y ella por su parte confirmó, lo que ya todos sabíamos: que la Tierra Mítica había sido atacada por demonios, comandados por el que se hacía llamar el Ángel Oscuro. Pero además nos reveló que aquel ángel era Jonathan.

El muy cretino había logrado penetrar nuevamente en nuestras tierras a pesar de toda la seguridad que había en ellas. Su sangre humana facilitaba el acceso, y su astucia le había permitido dilucidar la forma de vulnerar las defensas del portal, posibilitando a los demonios el ingreso.

La invasión los había tomado por sorpresa. Sobre todo porque los demonios que habían perpetrado Tierra Mística parecían conocer cada una de las defensas, y las atacaban directamente, lo que evidenciaba que Jonathan había hecho bien su trabajo de inteligencia.

Místicas Criaturas. El Reinado de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora