Ni los ángeles guerreros, ni la propia Iris, habían podido hacer mucho frente a ese mortífero ejército, aunque habían luchado hasta el cansancio. Pero proteger a los seres místicos era lo primordial, así que el enfoque estuvo puesto tanto en la lucha como en su salvaguarda. La gran mayoría había sido traída a tiempo a la ciudadela, en la montaña, pero varios habían sido masacrados o tomados prisioneros, entre estos últimos Vera.

Lo peor fue que Jonathan y su nueva mascota, "aquel imbécil dragón" que no toleró tragarse a Argos, llegaron a la montaña sacra antes y lograron hacerse de buena parte del elixir mágico.

La otra parte fue drenada y traída a la cornucopia que yacía en el palacio. Pero el elixir ya no se regeneraba y estaba perdiendo sus propiedades. Sin el agua, los seres mágicos también dejarían se ser inmortales y lo peor era que sin otros recursos tarde o temprano uno a uno morirán...al igual que ella estaba muriendo ahora.

—¿Cómo? ¡No. Eso no puede ser! Tú no puedes morir, eres un Ángel Supremo. Tu poder nos creó—la interrumpí cuando llegó a esa parte.

—La gran mayoría de mi poder y de mi gracia, están volcados en el agua de la energía vital, Daniel. Eso posibilitó que Jonathan me hiriera, pues no estaba del todo fuerte. Y tú sabes que las criaturas mágicas, así como los humanos, e incluso los mismos ángeles somos vulnerables a las armas de naturaleza demoníaca. Y la que usó Jonathan era letal...ni siquiera el agua ha sanado la herida—explicó la Reina—. Así que sí, estoy muriendo, y este elixir perdurará hasta el día que perezca. Lo cual será pronto...

—No digas eso. Sino mírame a mí. No soy nada y sin embargo estoy aquí y no me rendiré. Haré lo que sea necesario para salvarlos... para salvarte—objeté, mientras una sensación de gélides crecía dentro de mi estómago, helándome las entrañas. Mis nudillos por otro lado estaban blancos, y sentía ardor en las palmas de mis manos, pues clavaba mis uñas en estas, para soportar la tensión y refrenar el deseo de aniquilar a Jonathan en ese mismo momento.

—Es cierto, estás aquí—sonrió, y la tibieza de aquel gesto hizo que el frío y el odio que me embargaba se disipara un poco. Iris volvió a tomar mi mano—. Pero no te atrevas a decir que no eres nadie, porque tú si eres alguien Daniel. Alguien muy especial. Siempre lo has sido, aún antes de transformarte.

—¿A qué te refieres?—fruncí el ceño, confuso.

—A lo que tú eres en realidad, a tus verdaderos orígenes. ¿Acaso creíste la historia de que los ángeles devienen también de las bestias de la tierra?

—Claro que sí. Está en Génesis. Capítulo IV. Los ángeles venimos, como las hadas y los silfos, de criaturas aéreas. Nereidas y tritones de criaturas acuáticas, elfos y ninfas de seres terrestres...

—Y tendrías diez en esa selección sino fuera incorrecta—señaló la Reina—. Pero no es tu culpa, sino mía por alterar un poco la historia del origen de los ángeles de Tierra Mítica.

"Maldición."

Sabía aquella verdad desde el momento en el que había visto a David transformarse y luego siguió creciendo y afirmándose en mí con cada transformación que sufrían las criaturas místicas a la hora de morir, pero pensaba que quizá había un mínimo margen de error en mis cavilaciones.

—¿Te refieres a que los ángeles fuimos creados a partir de los hombres?—reconocí finalmente en voz alta y ella asintió con un movimiento de cabeza—. ¿Pero cómo? Nosotros no nos parecemos a los zahoríes, ni en apariencia física ni en dones... —señalé, haciendo referencia a la raza de hechiceros, la cual sabía perfectamente de dónde provenía.

—Los zahoríes no bebieron del agua. A ellos yo les otorgué directamente su magia. En lo demás siguen siendo humanos—suspiró—. Y debes saber Daniel, que ustedes también seguirían siéndolo, de no ser por lo que pasó hace ya tantos años, puesto que yo jamás me hubiera atrevido a alterar la esencia de la creación más amada del Altísimo.

Místicas Criaturas. El Reinado de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora